jueves, 1 de julio de 2010

Informe sobre Dublín

Dublín es una “vieja y sucia ciudad” como dice la antigua balada irlandesa pero también, una ciudad entrañable. La catedral de San Patricio, el Banco de Irlanda y El Trinity college son sus baluartes; los tres edificios monumentales de la ciudad. El resto no impresiona. A ratos, mientras caminas por Talbot street te sientes como si lo hicieras por Irarrázabal o San Diego, en Santiago de Chile. El mismo desorden y exuberancia. Cambia el tipo físico. Los irlandeses son guapos; muchos altos y bien hechos con ese peculiar colorido rubio rojizo que combina tan bien con los ojos azules y además, la mayoría son jóvenes. Según cuentan, más del 70% de la población tiene menos de 30 años. Se nota en esa sensación constante de energía que produce el paso fluido de la gente por las calles, una gente que siempre sonríe con cordialidad, se detiene para escuchar incluso el peor inglés con paciencia y que jamás tiene duda de donde se sitúa The Basque country y lo revela con un afectuoso gesto de reconocimiento. A mí me encantó el obelisco-aguja de la O´Connell: altísimo, plateado, mareante, brújula perfecta para orientarse; algo así como la cordillera en Santiago.


La primera tarde fue El Trinity College (La mayor institución educativa de la isla) y su combinación de jardines en plena floración y deliciosas piedras viejas. Los caminamos con parsimonia, deteniéndonos muchas veces para admirar ángulos y rincones en que jóvenes jugaban tenis en pequeñas pistas rojizas con esa libertad que dan el dinero y la buena cuna…Pensé en los viejos irlandeses educados aquí y en la guerra que dieron luego en el continente…si aquí en S. Bécket, se plantaría la semilla de “Esperando a Godot” y Joyce… ¿vislumbraría alguna vez caminando cabizbajo frente a las ventanas de La Library…? aunque no, a sus personajes tuvo que encontrarlos deambulando más bien por la zona de Temple Bar…


La primera noche nos pilló en Grafton street, donde por primera vez tomamos media pinta de Ginness en un café modernista en el que la negra y espesa cerveza tomaba una tonalidad iridiscente por el reflejo de las pequeñas candelas individuales: atmósfera densa, oscura con un algo de suntuoso y ensimismado: quizá la sensación de mucho romance junto en esas miradas mutuamente absortas…y luego, por primera vez, después de caminar un poco sinuosamente, Temple Bar, la zona bohemia a la que volveríamos por distintas vías muchas veces a lo largo de esos días. Aquella noche relucía: cada fachada era roja o verde o lila historiada en dorado y nombres cuyo sonido paladeamos, O´Doggerthy ¿verdad que suena como caramelo de cereza? …Nos sentamos en las escaleras de una placita sucia donde un irlandés chiflado nos enseñó sus tatuajes y se negó a creer que nuestro inglés fuera tan balbuciente…Se alejó amenazándonos amistosamente con el dedo ...En fin, en Dublín no hay bancos en las calles: una se sienta en la escaleras, en las bases de las farolas, en los alféizares de las ventanas, en los pretiles de los puentes y hasta en el suelo si el cansancio obliga…



Al día siguiente (Viernes Santo) muy de mañana, tomamos por St. Stephen,s green una calle que nos llevaría directos al siglo XVIII. Imagínate hileras de casas de tres plantas de ladrillo viejo (delicioso) a las que se accede por escaleras de piedra y barandillas de hierro. Cada puerta es diferente aunque todas coronadas por una especie de abanico abierto. Yo diría que la personalidad propia de la casa está en el color de su puerta (amarillas, azules, rojas y hasta verde oliva siempre brillantes, como si se hubiese utilizado pintura para barcos). Todas las casas tienen largas ventanas en cuarterones y techos de formas redondeadas en los que lucen innumerables chimeneas. En esas casas cada uno de los cuartos tuvo que tener su propia chimenea con su par de candelabros de peltre y su tetera cubierta de fieltro a la hora del té y, desde cualquiera de sus ventanas, se podían ver las rejas de la plaza abiertas a esa hora y su juego de luces palpitantes entre el boscaje y las manchas de jacintos y tulipanes. Creo que fue por aquí donde vimos al primer cuervo. Volvimos a este lugar la última noche pero entonces había perdido su normalidad y se había convertido en un antro de “princesas de piernas interminables y príncipes con cigarrillo y bourbon en la mano”.Dawson street es la calle de los coches de marca y los restaurantes de máximo lujo donde lámparas de alabastro y flores exóticas se rodean de pliegues y más pliegues de lo que parecen linos pesados de color miel. No nos detuvimos aquella noche junto a “la dorada canalla” y seguimos hacia Temple bar cruzando el iluminado Puente del Milenio, arqueado y gracioso como un recuerdo pobre del Rialto veneciano…





En Viernes Santo no se puede vender alcohol en Dublín y ningún Pub está abierto. Entonces se convierte en una ciudad un poco fantasma que recuerda a sus héroes del año 1916, año de la rebelión de Pascua contra el dominio inglés. A mediodía, desde un Burguer de la calle O, Connell habíamos visto pasar la manifestación conmemorativa: muchachos altísimos y de semblantes un poco feroces vestidos totalmente de negro, portando estandartes y desfilando con paso militar. Detrás, los rostros de los mártires en carteles antiguos y desvaídos, terriblemente jóvenes y serios. Se nos explica el sentido de ese Viernes negro y yo me emociono viendo pasar los primeros viejos que vemos en la ciudad, las mujeres con sus niños en sillitas un poco destartaladas sin ninguna marcialidad, más bien con paso cansado…al final de la marcha una muchacha alta y pelirroja porta un estandarte en que se yergue orgulloso el busto de una mujer vestida a la moda de principios del siglo pasado. Yo le sonrío aunque ella no me ve: me siento orgullosa de esa mujer sola y de quien la porta tan en alto
Compramos, a un viejo patriota (que nos estrecha la mano efusivamente al despedirnos) “La oración por Irlanda” y lo que creo es un pliego que reseña los ejecutados aquella semana trágica por los ingleses: hay estudiantes, algún abogado, un escritor y también más de un maestro. Me doy cuenta de que los irlandeses tuvieron que ser nacionalistas por puro sentido de supervivencia. La explotación y el desprecio de los ingleses hacia ellos fue sencillamente atroz…seguimos caminando mientras comentamos la historia…

Ese día termina en el albergue compartiendo en perfecta concordia una lata de Ginness guardada del día anterior. Hay también pan de patata y queso…y un cansancio grato y mezcla de sueños, emociones y conversaciones en voz baja

El sábado santo por la mañana es el puerto y mi regalo. Un viaje en un autobús de dos pisos nos lleva al puerto donde llega el ferry de Gales. Contemplamos mientras viajamos los docks, la chatarra, los enormes contenedores de cerveza. Queremos ver el mar de Irlanda y paseando por el molo lo que vemos es una cadena vieja, absolutamente oxidada, cosa de medio metro con su gancho en un extremo y… ¡suelta para mí! Rápidamente vacío mi morral y reparto las gafas, los libros, las postales, la pluma…y cojo a mi preciosa y la guardo casi temblando de alegría… ¡cómo pesa! pero, si tomamos en cuenta que el último regalo de esta especie me lo encontré en el puerto de Montevideo hace ya bastantes años, se puede entender mi entusiasmo ante mi cadena dublinense. Esto hay que celebrarlo y lo hacemos tomando cerveza en un dock habilitado como Pub en una mesa grande situada frente a un fuego de carbón que nos deleita, a mí sobre todo.

La tarde es North Georgian y el museo de los escritores irlandeses. ¡Qué derroche! En un pueblo de cuatro millones de habitantes: O. Wilde, S. Beckett, J. Joyce, P. Kavanagh, J. M Singe y, el que a mí más me gusta, William Yeats, el poeta. Es una tarde larga que se va volviendo dorada entre libros y retratos que nos permiten comprobar la hermosura indudable de Maud Gonne, la amada imposible de Yeats. Ella le hizo un extraordinario regalo con su negativa: lo convirtió en poeta y él se lo devolvió con creces: la hizo inmortal….



“Cuando seas vieja y gris y vencida por el sueño
dormites junto al fuego y tomes este libro
y lentamente leas, y sueñes con el dulce mirar
que tuvieron tus ojos una vez y sus sombras profundas.


¡Cuántos amaron los momentos de tu gracia feliz,
y amaron tu belleza con amor falso o sincero!
Pero sólo un hombre amó en ti tu alma peregrina
y amó también las penas de tu rostro cambiante. "



La casa misma es muy bella. La planta noble tiene un salón de proporción magnífica con un precioso artesonado dorado y figuras alegóricas de pan de oro en cada puerta. Me llama especialmente la atención aquella que representa al invierno: una mujer cubierta por una capa que ondea y junto a ella, una rama desnuda. Es un panel esencial y sugerente… A veces nos perdemos unos de otros, a veces nos encontramos y comentamos brevemente pero yo sé que cada uno disfruta su propio calidoscopio…Al salir compro una tarjeta con los rostros de los escritores irlandeses para Libe y la escribo allí mismo, en caliente. Quiero que le llegue con un trébol a su casa de Ñuñoa.


Al atardecer volvemos de nuevo a Temple Bar por el Milenium. Gozamos del calor de una multitud acogedora. En el Pub al que entramos por última vez suenan las baladas irlandesas. Pedimos una canción. Es justamente ésta con la que empieza mi crónica de viaje…escuchamos esa letra llena de nostalgia que a él especialmente, lo conmueve. Nos desmadramos: nos tomamos una pinta de cerveza cada uno y entonces la conversación se vuelve un poco surrealista ... dejamos que pase el tiempo lentamente. Nadie fuma. Está totalmente prohibido. Tampoco en la calle se observan demasiados fumadores…Me pregunto de repente dónde estarán los perros y los gatos…aquí no hemos visto ninguno y no sé por qué, debe ser la media pinta de más, me da un poco de pena y pienso en el Ximut…Después ya muy tarde, abrazados y felices decimos adiós a Dublín mientras cruzamos lentamente por última vez el Milenium. Yo me he prometido solemnemente leer “Ulises” de Joyce. Esta vez sí.


En Londres, alojamos en Bayswater, un barrio residencial que linda con Hyde park. Después de la laboriosa llegada: largo trayecto de tren desde el aeropuerto, estaciones de metro cerradas ya que lo están remozando y una extenuante subida de escaleras, peor en el caso de Cástor y mío, ya que nuestro cuarto con chimenea está situado en el último piso de una por lo demás encantadora y típica villa londinense que no tiene ascensor, estamos listos para salir. Cruzamos Kensington gardens y descubrimos múltiples maravillas: ardillas como las de los cuentos que suben y bajan de los árboles y corren y se acercan y nos piden y tratamos de engañarlas para la foto pero… ¡son demasiado listas y no se dejan! También volvemos a ver cuervos pero estos son de verdad; gordos y lustrosos merodeando elegantes y graznando como sólo ellos saben…los cuervos son aves muy creativas y altamente poéticas sino pregúntenle a Poe. Yo les tengo un aprecio especial y no creo para nada eso de que “…. y te sacarán los ojos”. Esa odiosa mala fama de algunos animales me molesta… pasa lo mismo con los lobos: “homo homini lupus” ¡ojalá!…. yo sé por experiencia cuan apasionadamente cariñosos pueden ser. Aquí, en Hyde park, no hay lobos…


…Caminamos y de pronto la desmesura de Londres nos cae encima: Primero el Albert memorial, luego Wellington arch y las columnas monstruosas que jalonan el camino de Bukingam palace en que aparecen señalados los nombres de todas las tierras que una vez Inglaterra tuvo y…te duelen esos nombres y recuerdas a Dublín y te duele un poco más todavía…gracias a Dios, los campos de narcisos de los jardines de palacio y la preciosa pareja de chico negro retinto y rubia deslumbrante de la mano, te hacen relativizar el desagrado. Tengo ganas de dejar pronto el imperio, de apresurar el paso hacia Trafalgar square y empezar a vislumbrar el Londres que Cástor y yo amamos y pasamos y cruzamos Waterloo square y la National Galerie


…y llegamos a La Piazza del Covent Garden donde un excelente sexteto nos deleita con aires Napolitanos de manera un tanto bufa. …nos quedamos largo rato escuchando acodados en la barandilla… empieza a llover, yo me pongo el gorro de mi chubasquero y tomamos un autobús rojo para llegar al Big Ben y a Westminster que es para mí de lo más magnífico de Londres ( tengo que reconocer que hay una imagen que se superpone a mi mirada: yo siempre veré The Parlament como en aquel cuadro impresionista; convertido casi en un espejismo rojizo)


A esa hora y pese a la lluvia, hay mucha gente de paseo por las calles. Es domingo y ves a todas las razas cruzarse contigo: rabinos con sus bucles y sus abrigos negros, musulmanas morenas y cabellos rigurosamente ocultos, orientales pequeños y nerviosos, parejas mixtas con criaturas de colores…Londres es acogedora quizá pese a ella: sus colonias la han colonizado por completo


Caminamos ahora hacia nuestro Londres más íntimo; Bloomsbury. Allí, en el Russell, entraremos al salón-biblioteca y nos sentaremos en un comodísimo chester… (Recuerdo la media tarde de aquel verano en que recordé a Virginia Woolf mientras tomaba jerez en este mismo sitio…) Está igual, sólo que, como es más tarde, las rejas de la plaza están cerradas y el follaje negrea… hay además unas orquídeas púrpura en la repisa de la chimenea. Bebo lentamente una copa de vino chileno y retinto con el que me parece beberme muchos momentos felices juntos.


Se hace muy tarde y… estamos muy cansados. Olvidamos las expectativas de elegancia y con vaqueros …nos vamos a cenar deliciosamente a “La bella Italia”.

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