sábado, 1 de enero de 2011

El Puerto Príncipe, roto.


Jardines del hotel Oloffson
 He aprendido a lavarme con un hilillo de agua. También, que mis rodillas son la parte más deliciosa de mi cuerpo a tenor de la clara preferencia de los mosquitos.

 Aprendí que hay que lavar y dejar en remojo durante veinte minutos en agua clorada, las verduras que consumiremos crudas y a olvidar  mi plancha para el pelo que no me responde ni con transformador. He vuelto a mis antiguos rizos por pura necesidad.... Ah, también sé ahora que Gilles es un espléndido cocinero además de aguerrido conductor...

Hoy, hemos tomado contacto con el Puerto Príncipe roto. Con el gris y desolado de los derrumbes; con las viejas tiendas de Campo de Marte, con la catedral destrozada, con los ministerios en el suelo...El Puerto Príncipe en blanco y negro de las fotos que nos hirió la retina aquellos días de enero que están  casi por cumplir aniversario.

 Es difícil describir la dimensión del deterioro, la sensación de desastre que se tiene de inmediato. Todo sigue en el suelo y la exterma dificultad de la vida en esos campos de refugiados situados en el que antes fue "el pulmón" de la ciudad, se siente literalmente horrible. Por aquí, los blan como yo, pasamos rápido y con vergüenza de mirar. En algunas paredes, grafitis críticos acuñan el momento que se vive. Muchos carteles  hacen propaganda política por Jude Celestin, por Madame Manigat... ( según me dicen han empapelado Pto. Príncipe para indignación de los haitianos por el despilfarro que supone)...

 Se siente con fuerza, lo ciclópeo de la tarea del desescombro porque, mientras se ordena, se reconstruye, qué se hace con la gente que tiene que sigue viviendo entre ruinas.

En medio del caos veo lo de siempre: puestecillos, hombres jugando cartas, mujeres haciendo trencitas con parsimonia... Corbatas oscuras flamean en algunas esquinas como mercancía al paso y me dejan perpleja. Me explican que se da gran importancia a la formalidad en el vestir según la ocasión sobre todo entre aquellos que práctican la religión evangélica... Una pareja de punta en blanco cruza una calle sorteando piedras y basura. Es domingo y seguramente acuden a la iglesia.

 Hoy es el aniversario de la independencia de Haití y un grupo recorre el perímetro de un campamanto con los colores del país. Cruzamos frente a Saint Trinite, la iglesia episcopaliana donde únicamente se mantiene en pie la pared que sostiene el fresco de "El bautismo de Cristo". El resto de las obras de Hyppolite y otros grandes artistas haitianos, se ha perdido como tanto, para siempre.

Subimos por Pacot y vislumbramos en medio de jardines polvorientos y asilvestrados, casas que fueron muy bellas y conservan empaque. Son de estilo gingerbread. Construidas en madera, de techos altos con celosías y amplios porches, ya estan muy deterioradas. La más famosa es el hotel Oloffson donde nos detenemos para comer y para recordar que fue inmortalizado por G.Greene en "Los comediantes", la obra literaria más famosa sobre Haití.  El hotel conserva solera, mucha solera y un alma haitiana indiscutible, pese a su decadencia. Contemplamos largamente los cuadros que adornan cada una de sus amplías estancias. La mayoria son  de Lafortune Félix, pintor que además es hungam (sacerdote vudú) con una obra vibrante y onìrica. Yo me compré en la galería de Maria Isabel su "Regreso a Guinea" (poesía pura) y me encanta volverlo a encontrar en este entorno ... Admiramos metales, banderas vudú, papiers mache de Jacqumel, colocados con belleza  y que proporcionan una sensación de misterio muy especial, sobre todo  cuando la representación es de signos vevé (que se utilizan el las ceremonias vudu para llamar a los espíritus)

 Comemos largamente en la veranda junto al jardín. Más  tarde nos muestran la suite John Barrymore, amplia, destartalada y con una  inmensa cama adicional en la terraza con mosquitero incluido...Imagino perfectamente lo que puede ser dormir ahí una noche de verano...Una siente brotar las historias y el sabor de la aventura y de amores románticos... Hay cuadros y espejos bellísimos  hasta en el baño; son su lujo.

Al caer la tarde subimos la cuesta hacia el hotel Montana de triste memoria y...¡por Dios, que es bello lo que queda!. Empiezan a fluir los recuerdos del día funesto y después, en silencio nos acodamos hacia la vista magnífica de Pto. Príncipe allá en la lejanía... Desde  esa distancia, la ciudad es bellísima y no puedo evitar sentir nuevamente su impresionante belleza junto al dolor...porque se haya vuelto tan terriblemente fea.

1 comentario:

  1. Hola Begoña

    Es un gusto leerte. Poder pasear y ver a través de tus ojos toda la ciudad, sus edificios, sus personas y la situación del país.

    Parece que en Haití el tiempo va más lento que en otros lugares. Y es una pena que un país tan bello sea tantas veces castigado.

    ¿Qué tendrán esas rodillas, que son las favoritas de los mosquitos?

    Besotes.

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