sábado, 26 de febrero de 2011

Acerca de dioses y hombres

A mis amigos de los viernes

Qué bella, que real suena la vida sin banda sonora que pretenda realzarla artificialmente...las campanas, la lluvia, el gallo matutino, el siseo de la escoba, el rasgar de la pluma, el grito en mitad de la noche...

Qué profunda resonancia adquiere la tarea realizada con esmero por unas manos viejas, rugosas, azules de venas, que con infinito cuidado colocan una etiqueta en un tarro de miel, distribuyen unas píldoras, apilan la leña, se sirven su porción, escriben... Bendita cámara que respeta el tiempo y nos lo restituye sin dejarse tentar por ese "ganar tiempo" tan propio de nuestros días que no hace otra cosa que...perderlo.

Qué hermosa la ausencia de protagonista estelar...ese sentir la esencial condición dialógica de la naturaleza humana. Ese saber que no somos nada sin la mirada del otro, sin el oído del otro, sin la mano del otro. Pero tampoco nada sin la lluvia y la bandada emigrando en las alturas, sin la pluma en las manos y la voz resonando en las entrañas, insobornable.

Qué profunda la contención... el ademán mínimo, la palabra justa,el sabroso silencio...Cómo desbordan de sentido, como afilan nuestras ganas  de relaciones verdaderas...

Que deliciosamente compleja la condición humana, sin malos absolutamente malos a pesar del horror de la degollina...ni buenos de una sola pieza, sin evidentes vacilaciones.

Qué exquisito el humor. Ese hermano Luc que no teme ni a los terroristas ni a los militares porque "ha tenido que vérselas con el mismo diablo". Ese "hombre libre" con sonrisa socarrona que dictamina que tal vez lo que reste hacer frente al emplazamiento de la muerte no sea ni irse ni quedarse exactamente sino "jugar al escondite", es el que da paso a la sin duda, escena clímax de la película, esa noche en que ya macerados por  la prueba, los monjes se disponen a cenar...

 ...Es entonces cuando Luc aparece en el refectorio con dos botellas de vino, llevadas por el gollete con el más delicioso de los desenfados y hace escuchar a sus hermanos en vez de la "lección acostumbrada"  esa otra llena de picardía, esa "muerte del cisne" de Tchaikovsky...
 
La asociación es inevitable y surge la sonrisa (de la espectadora) ante la imagen apenas superpuesta de las gráciles y efímeras bailarinas  con los cuerpos pesados de rostros marcados y toscos de los viejos monjes...El toque sutilísimo de humor que se refleja en las sonrisas y miradas  de los que sentados a la mesa se disponen a cenar, va convirtiéndose paulatinamente en el más precioso y  más decisivo de los  gestos... ese de beber con plena conciencia un vino que no es sino la sangre compartida de Alguien que un día nos lo enseñó como el simbolo más esencial en que se reconocen los cristianos...y la música que no es música sacra sino de la más profana y pegadiza, se transfigura y ...se rasga el velo.
 
En este mundo nuestro todo puede ser sagrado. Lo difícil es darse cuenta.


La escena final, esa hilera que se desplaza torpe, silenciosa hacia la niebla que va borrando una a una las figuras es la rúbrica final de una espléndida metáfora de lo que puede llegar a ser una vida humana vivida hasta las heces pero sin la más mínima estridencia.

Me dicen que el director, Xavier Beauvoix, es agnóstico lo que me produce una inmensa alegría. Me hace recordar que Dios no es  patrimonio de los cristianos, ni siquiera de los creyentes...

 Recuerdo aquella frase que C. Jung eligió como su epitafio... "Llamado o no llamado, Dios está presente". Está película, a mi juicio bellísima, me lo confirma.

 

1 comentario:

  1. Gracias por este lucido análisis.
    Desde que vi los elogios en la prensa, deseaba visionarla. Pero después de tu análisis, no debo demorarme más.

    Afecto desde el sur, Begoña.

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