Hace unos años, de visita en el Monasterio de la Oliva en Navarra, después de quedarme largo tiempo frente a la luz de la mañana, minimal ornamento de la iglesia cisterciense, salí al jardín. Recuerdo siempre la conversación que mantuve con el jardinero, un monje jovial que me explicó el secreto del ciprés. Fue un rato delicioso a la vera de una hilera sombría y magnífica...
El cipres es un árbol que, para que crezca afilado y compacto, necesita un cuidado constante. Se deben sacrificar las ramas internas para que las exteriores suban...No todo ciprés es un "ciprés", me comentó el monje, mostrándome un ejemplar casi tan bello como el de Silos...¡Algunos lo consiguen!- agregó con una sonrisa serena, mientras me regalaba un fruto que yo guardé y todavía conservo.
Desde entonces trato de conseguir ser ciprés, el más estoico y señero de los árboles.
Conseguido ciprés
de la poda y del empeño, fruto
Construcción esencial
de lo negado yergues
ufano la ecuación...
Tú, árbol-resultado.
Viéndote...
se desprecian
las ramas antojadas
los brotes perezosos
el ocre que no sabe
de la avidez del verde...
Y queremos la grandiosa tijera
de un Dios absorto y mudo
tajeando sin clemencia complacencias
para dejar desnudo
el purísimo factor
enarbolado.