miércoles, 1 de febrero de 2012

imágenes de abismo.








 Tres imágenes acuden a mi mente desde que pronuncié lentamente la palabra “abismo”…   se asocian, como no, con sus sentidos diversos. Veamos, la palabra “abismo” alude por una parte a toda profundidad peligrosa, pero también se refiere a aquello que se nos muestra como misterioso o insondable, incluso el infierno encuentra en ella sinónimo conveniente… Es así por lo que me planto frente a ella como frente a una encrucijada que me invita a dejarme ir sin despreciar ningún derrotero. Justamente uno de los placeres de la reflexión es…dejarse ir. Fue así como topé con estas tres imágenes.

  Sigo el camino de “lo misterioso insondable  y se me hace presente de inmediato la imagen de uno de los pocos frescos de la antigua Grecia que se conocen. Se descubrió en una antigua tumba de la ciudad de Paestum, antigua Elea, situada al sur de Pompeya donde tuve la suerte de poder conocerlo hace varios años. Se trata de “El zambullidor. En cuatro trazos diáfanos aparece dibujado un cuerpo masculino que desde lo alto inicia la preciosa pirueta hacia el abismo, que su inclinación hacia abajo nos sugiere. Es el mismo momento de la apuesta aceptada con lo desconocido. No sabemos qué aguarda al zambullidor allí en lo hondo, pero quisiéramos que éste se resolviera  en  un abismo acogedor que se abriera en abrazo para recibir al valiente. La vida vivida aceptando el riesgo, esboza en nosotros ese gesto que acepta la chance de un desenlace funesto…el zambullidor no sabe pero se atreve, porque siente que es mejor saltar que  huir del salto. El suyo, es un salto-rayuela que puede desembocar en el cielo… Además es un salto hacia “arriba”; deliciosa paradoja de un abismo cenital que estremece porque es el otro nombre de esa plenitud que perseguimos, espoleados por esa ansia insobornable de conseguir ser para siempre y en la que podemos…caer.

La segunda imagen es terrible. Tiene la forma de un libro cuya lectura considero esencial para bajar otro tipo de abismo aunque sea en persona interpuesta. Se trata de “Si esto es un hombre” de Primo Levi. En él  también se nos relata clara y sin retórica alguna, otra experiencia abismal; la que su autor, por la fuerza de una circunstancia nefasta, tuvo que vivir en el campo de exterminio de Auswitzch. Aquí no encontramos ni apuesta, ni salto; se trata de la imagen de una vuelta de tuerca inesperada de la historia que empuja vertiginosamente a quien la vive a los albores mismos de la evolución humana. En este abismo de degradación y muerte seriada en que se cae, hay que animalizarse para  tal vez, poder sobrevivir. En el infierno las palabras vuelven a convertirse en sonidos guturales; solo sirve para comunicarse, el sucio argot del campo. La música se vuelve innoble al borde de la fosa. La sensibilidad, debe desaprenderse rápido porque debilita…y uno se muere más rápido.

 Este abismo se  parece al más intrincado círculo del infierno de Dante porque ni siquiera tiene reglas. Todo lo preside el absurdo. Quien ha estado hundido en el cieno de este abismo, aunque logre salir queda para siempre atrapado en su horror. Cada día de la normalidad recuperada es un sueño. La verdad que se cierne cada minuto sobre la vida nuevamente “normal” es la desesperante sensación de que se despertará en cualquier momento otra vez al… frío, al hambre, al golpe, al miedo; al embotamiento de la bestia. Todo ser humano que ha sufrido en un abismo de esta naturaleza, ha perdido para siempre esa confianza fundamental  que a los que no lo hemos vivido, nos protege; sabe que lo que fue posible una vez puede volver a serlo, que es cosa de que algo que está más allá de su posibilidad de evitarlo se ajuste de determinada manera para… despertar nuevamente en el campo. La extrema lucidez es una herida mortal y la mayoría de las veces el suicidio, inevitable. 

La tercera imagen, tiene la cara de Marcello Mastroniani en la “La dolce vita” de Fellini. Aquí el abismo se construye desde el interior del protagonista y tiene que ver con la acumulación de fisuras  que desembocan finalmente en un derrumbe sin grandeza alguna. Nos descubre una vida que espanta por su nadería. Al contrario del zambullidor, Marcelo, repta. La vida, no es dolce sino vana y… enerva. De la frescura y la insolencia juvenil del principio (esa fontana de Trevi exultante a media noche…)  lo que queda es la playa y el pobre monstruo que se descompone bajo el sol, esa tristeza abrumadora que produce lo depravado. El temple de ese abismo es la amargura pequeñita del que mata el tiempo a martillazos cansinos…que ni siquiera tiene memoria de lo que pudo ser. Un triste abismo; el más común entre nosotros, desgraciadamente.

Y…me doy cuenta de que tal vez, la metáfora más adecuada para la vida humana sea la del puente, un puente débil que debemos cruzar y… que se tambalea sobre el abismo.

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