El desencuentro, tomado el término en su sentido más llano, es lo usual a
menos que medien instrucciones precisas de por medio para evitarlo. Lo que de verdad es maravilloso si una lo piensa, es encontrarnos, sobre todo cuando
conscientemente al menos, no nos buscábamos…
En las primeras
páginas de Rayuela”, Cortázar describe la magia de una de esas direcciones
invisibles que parecen atraer hacia un punto convergente a los protagonistas, quienes, una vez producido el encuentro, cierran bellamente el momento como si fuera
un mandala
.
…Así Horacio y la Maga deambulan cada uno a su aire, para encontrarse
inevitablemente una y otra vez en los lugares más impensados, sin sorprenderse
apenas, asumiendo que tenía que ser simplemente así.
Pero encuentros como estos, no dependen de nuestra voluntad.
Pertenecen, como diría Ortega a la sustancia de “ circunstancias que no
elegimos” a las llamadas "coincidencias significativas" o como escribió A. Huxley en "Contrapunto" a la lógica esencial de nuestra particular
naturaleza. Quizá porque todo lo que nos ocurre se nos parece”. Tal vez sea ésta, la única
manera de que podamos entender esa abrumadora sensación de comunión que nos
sobreviene cuando topamos con alguien o algo a lo que damos la categoría de
encuentro.
No son demasiadas veces en la vida… pero son y pese a los
fallos de nuestra memoria en devenir constante, no se olvidan nunca…
quedan como puntos de luz en nuestra memoria poética, dando sentido al
laberinto en que nos movemos mientras vivimos.
Algunos encuentros son siempre un misterio. Quedan allí titilando como... aquella tarde precisa de mi lejana infancia, en que Maricarmen y yo nos
encontramos por primera vez frente al colegio, una tarde de sábado en que teníamos que cumplir un castigo y como no
nos abrieron la puerta, jugamos a la rayuela con su trozo de mármol
blanco hasta que se hizo la noche. Siento aún la textura de la piedra y su frío
y el deslumbramiento de cómo alcancé el “cielo” aquella tarde saltando con las dos piernas juntas. Maricarmen y yo
no nos desencontramos jamás, aunque hasta entonces apenas habíamos reparado la
una en la otra. Estoy segura de que de alguna manera seguimos jugando rayuela aunque
yo me fui a América y ella murió en Vizcaya.
Tenías la
mitad de la moneda...
Algún día calzaría con la mía
y al sellarse
fijaría los días y las horas.
Tu huerta y mis países serían hermanables
habría un fluir cierto de tus amigos
a los míos...
Yo empezaría una historia y tú sin titubeos continuarías
y un final pleno y común
nos brotaría a ambas de los labios.
Nos juntaríamos
para repasar los lugares
que tú preservarías...
la huella del santo
creciendo con nosotras,
la mata del romero
siempre en la linde...
Yo volví con mi mitad
y tú no estabas!!
Giró el tiempo de pronto
corriendo hacia la nada
se preñaron las cosa de impotencia
y a mí se me secaron
los rizos de la infancia.
Nunca más.
Ni en esta vida
ni en la otra, ni en la
que quiero inventar, ni
en la que gime ahogada
¡nunca jamás ya tú
mi muy querida!
En lo único que aún eres
es en la herida, esa que
yo acreciento con mi uña afilada para que no
de cierre. Escarbo, a veces
despacito, otra
¡a dentelladas!
a arañazos, a golpes
para que estés ahí
en lo rojo, en lo que duele, para que duermas ahí
y te afiles las uñas
y comas y bebas
despacito...para
poder besarte y olerte y
alzarte hasta mi cuello
para poder llamarte y
¡qué vengas... que vengas!
hecha daga que mi mano
revuelve...
El desencuentro no
existe. Con quien nos encontramos una vez no hay forma ni manera de no seguir
encontrándonos, aunque sea dolorosamente.
Sí, es necesario decirlo. Lo único que puede romper un
encuentro es la traición. Es el único desencuentro imperdonable, porque pone en entredicho lo que fue. La muerte,
únicamente lo consagra.