¿Quién piensa en el otoño aquí en el norte, con todo lo que nos ha costado olvidarlo? No me pidan a mí que le cante metáforas a ese greñudo pelirrojo harapiento. El sabe muy bien por qué no andamos en buenos términos últimamente. No es solo vuelo de hojas y aroma de hogueras lo que trajo en su morral la última vez que vino, sino penas que esparció recio y sin contemplaciones a lo ancho de setiembre, octubre, noviembre… quedando cada uno asolado a su manera por la torpeza brutal de ese hombrón insufrible que me odia.
No me cuenten de nieblas cerradas allá por la Alameda, ni menos del crepitar de la hojarasca de calle Macul, apenas alumbrada de farolas de luz pobre, muy pobre. No, no me menten boinas grises, ni crisantemos menudos… a él no le va lo delicado… es turbio.
No sabe de Haikus ¡qué va! …aquella delicada bandada de patos en formación perfecta muy alta en el gris y que yo le pedí que se tatuara como enseña… le hacía reír a carcajadas ya entonces, la verdad es que mi anacronismo romántico daba para sonrisas…
Les voy a contar la verdad… el otoño lleva guadaña oxidada. La belleza que se le adhiere al filo me hizo creer, miope como soy, que se trataba de una acuarela suntuosa la que desplegaba a su paso… ¡mentiroso! La próxima vez que venga, aunque me traiga de regalo una parra de Virginia para mí sola, juro que le daré con la puerta en las narices… ¡si supieran!
Yo lo amaba. Adivinaba sus señales promediado el verano y languidecía de ansia…soñaba con su aroma de hojarasca escaldada que me asaltaría de pronto al pisar descuidada cierta calle, constatando su vuelta en ese viento apenas tocado por un cierto relente de estremecimiento gozoso… ¡cómo me enamoraba su elocuencia sombría en aquellos días que no calzaba espuelas!... Otoño, decía yo. Otoño como quien dice amante, como quien dice… amigo.
Pero me traicionó.