Hoy me levanté exigente, tanto que realice ¡por fin! sin dudar un momento una serie de tareas de limpieza. Lo primero, marqué la página de inicio de mis redes sociales y elimine de "mis amigos" a todos aquellos con los que no interactuado el pasado año. Sí, igual que como he hecho al seleccionar las ropas de mi armario. Es sabido que aquello que no se ha utilizado en un año es algo de lo que podemos prescindir perfectamente.
He eliminado también a todos aquellos cuya actuación se limita a frases mal atribuidas y sensibleras, a aquienes me han invadido de gatitos tiernos (Me encantan los gatos, no crean...) ositos dormilones, pajaritos que apestan a montaje barato, florecillas fluor y parejas con las manos entrelazadas, suavemente difuminadas frente a un cielo de rosicler... ¡No los soporto! Me confieso rigurosamete elitista en este asunto de las palabras y las imágenes ¿Me perdonan?
¡Ay, Dios, por fin lo reconozco!
Hay frases profundas y muy bellas que aparecen, a veces en mis redes. Todas dejan intocado ese misterio donde se cuece nuestra precaria sabiduría. Ese saber que renuncia gustoso a aquellas palabras que masacran la resonancia, que destroza sin miramientos toda frase de película aunque... hay algunas que se salvan. Sé que existen. Yo quisiera que alguien... me las recordara
No soporto lo que apesta a azúcar. Me empalaga.
Hay días en que la pluma sabe hacerse cargo. Una buena frase que apenas se atreve a intentar titilar el silencio, aparece como un haiku brillante entre la escoria. Negro sobre blanco y punto. Basta.