martes, 28 de enero de 2014

Imágenes de abismo.




Tres imágenes me han acompañado de manera un poco obsesiva esta tarde. Las tres se asocian con el significado de la palabra abismo (precipicio, aquello que se siente oscuro e impenetrable misterio) Las tres me han rondado y me han acompañado la soledad y el frío.

  Empecé a dejarme ir y casi de inmediato se me hizo presente "El zambullidor", la imagen de uno de los pocos frescos de la antigua Grecia que se conocen. Se descubrió en una antigua tumba de la ciudad de Paestum, antigua Elea, situada al sur de Pompeya. En cuatro trazos diáfanos aparece dibujado un cuerpo masculino que desde lo alto inicia la preciosa pirueta hacia el abismo que su inclinación hacia abajo nos sugiere. Es el mismo momento de la apuesta. No sabemos qué aguarda en lo hondo pero quisiéramos que, fuera lo que fuese, se resolviera en abismo acogedor para recibir al valiente. Me sugiere la vida vivida aceptando el riesgo, que esboza en nosotros ese gesto funambulesco del que acepta la posibilidad de un desenlace funesto… El zambullidor se atreve porque siente simplemente que es mejor saltar que  huir del salto. El suyo, es un salto-rayuela que puede desembocar en el cielo, aunque quizá se esté precipitando en el infierno.
Este abismo estremece porque es el otro nombre de esa plenitud que perseguimos, espoleados por ese ansia insobornable  de ser, que nunca acaba. 

La segunda imagen que acudió fue terrible. Tuvo la forma de un libro cuya lectura considero esencial para bajar al infierno en persona interpuesta: “Si esto es un hombre” de Primo Levi. Aquí  también se nos relata clara y sin retórica alguna una experiencia abismal, la que su autor por la fuerza de una circunstancia nefasta, tuvo que vivir en el campo de exterminio de Auswitzch. Se trata de la imagen de una vuelta de tuerca inesperada de la historia que empuja vertiginosamente a quien la vive hacia atrás. En este abismo de degradación y muerte seriada  hay que animalizarse para sobrevivir. En el infierno las palabras se convierten en sonidos guturales y la música se vuelve innoble al borde de la fosa. La sensibilidad debe desaprenderse porque debilita y uno se muere más rápido.
 Este abismo se  parece al más intrincado círculo del infierno de Dante porque ni siquiera tiene reglas. Todo lo preside el absurdo. El hombre se debate en un intento desesperado de subir a una altura mínima que a la vez rehúye porque lo hace más vulnerable. Quien ha estado hundido en este cieno, aunque logre salir, quedará para siempre atrapado en su horror. La sensación que se cierne sobre cada minuto de la vida normal nuevamente recuperada, es la desesperante sensación de que se despertará en cualquier momento otra vez al frío, al hambre, al golpe, al miedo, al embotamiento de la bestia. Quien ha vivido este abismo sabe que lo que fue posible una vez puede volver a serlo y que es cosa de que algo que está más allá de su posibilidad de evitar se ajuste de determinada manera para… despertar otra vez en el campo.

La tercera imagen, tiene la cara de Marcello Mastroniani en la “La dolce vita” de Fellini. Aquí el abismo se construye desde el interior del protagonista y tiene que ver con la acumulación de fisuras que desembocan finalmente en el derrumbe sin grandeza alguna, de una vida que espanta por su nadería. Al contrario del zambullidor Marcello, repta. La vida no es dolce sino vana y enerva. De la frescura juvenil del principio (esa fontana de Trevi exultante a media noche…)  lo que queda al final es la playa y el pobre monstruo que se descompone bajo el sol. Ese triste gustillo que produce lo depravado. El temple de ese abismo es la amargura del que mata el tiempo a martillazos cansinos y que ya ni siquiera tiene memoria de lo que pudo ser.  Se trata de un abismo pequeñito.

Lo cierto es que vivir se parece a  veces a ese tambalearnos sobre un abismo cuyo sentido último quizá tenga algo que ver con  ciertas imágenes que una tarde lluviosa de invierno hemos dejado arribar  entre sueño y vigilia a nuestra conciencia.

3 comentarios:

  1. Bellísimo como siempre. El albatros se lanza placenteramente en picado desde las alturas, el escalador sube la pared de 100 metros atraído por llegar a la cumbre, el paracaidista espera abrir su paracaídas poco antes de estrellarse porque sabe que se abrirá. Pero si surge la duda se produce el vértigo y aparece el abismo, si nos persiguen crueles recuerdos creamos abismos para huir, si nos abandonamos a la decadencia somos engullidos por el negro lodo. El de Primo Levi es el más cruel. Hizo públicos sus demonios pero no consiguió librarse de ellos y se precipitó en el abismo. Otros muchos como él esperaron y sobrevivieron. La esperanza es la barandilla donde agarrarse para no ser arrastrado por la ola gigante. Begoña, lo importante es ganar tiempo. Un abrazo fuerte amiga. José Ramón.

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  2. Oye, José Ramón...¿ qué dirías ahora que la barandilla sé la llevó la ola? :-)

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  3. He soltado una carcajada al leer tu precisión. Imagino la cara de un peatón agarrado fuertemente a una barandilla virtual viendo venir la ola gigante real en el puente del Kursal. Se agradece tu buen humor.
    José Ramón.

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