miércoles, 4 de junio de 2014

Acerca de cuartos propios y ajenos.




Cuarto de Virginia Woolf en Monk`house


Para cada uno de nosotros existen sin duda, libros emblemáticos. Uno de ellos y además leído en  edad influenciable, es para mí el famosísimo "Un cuarto propio" de Virginia Woolf, escrito en 1929 y redescubierto allá por los años 70. Lo leí como se lee todo lo que nos apasiona, sin detenerme, juntando sombra con alba hasta terminar... Creo que la razón fundamental fue que era una muchacha apasionada que escribía y que justamente en su libro, Virginia, señalaba las condiciones que hacían esa actividad posible para una mujer, algo de lo cual yo me había vuelto extremadamente consciente. 

Entendí el cuarto propio como metáfora de ese tiempo sin intromisiones, fundamental para quién necesita como el agua, tan a menudo, ensimismarse. Entendí también la importancia de esa pequeña renta liberadora que ella establece como condición necesaria para poder persistir en el ensimismamiento.

Virginia, como es inevitable, pone su vida sobre el tapete a la hora de reflexionar. A ella, no le faltaron, ni el cuarto, ni tampoco, la pequeña renta. En su caso, la figura de Leonard Woolf, su marido, también fue decisiva para su quehacer. Al lado de una mujer que necesite el "encierro" como atmósfera particular, sólo es posible la presencia de un hombre muy especial. Alguien que como Woolf, pudiera posponerse generosa e inteligentemente, al servicio de otra excelencia distinta de la suya, algo poco habitual entre los hombres. Virginia agregó también que las escritoras no solían tener hijos, los grandes obstáculos emocionales para un ensimismamiento  concebido casi como plan de vida.

Cómo siempre he tomado tremendamente en serio la literatura, este libro se convirtió para mí en una especie de guía que he releído