miércoles, 4 de noviembre de 2015

Carta al enmascarado


                                                                          


                                                                  Porque a veces, una recuerda... cartas de amor


 Te estoy mirando y  sé que todavía te acuerdas de la rosa balanceándose junto al Rialto aquella primera madrugada de enero... Yo también. La arrojé  al Canal  justo al saltar al vaporetto, cuando ya nos íbamos.

  No tengo más que nombrarte San Michele y sé que sentirás el aire marino de los cipreses y  verás como yo, apenas desvaída, la difícil caligrafía de las tumbas rusas y los guijarros que pusimos sobre la losa de Ezra Pound. Sé que también podría nombrarte la luna llena de invierno sobre  un san Marcos desierto, pero seguro que entonces tus recuerdos volverían a querer entumecerse  en la intemperie del vaporetto, enfilando ahora  hacia el puente de La Academia, mientras hacías el recuento gozoso de las guirnaldas navideñas rebrillando tenues en el interior de aquellos  palazzos tan solos.

Si te nombro el Lido no habrá en ti resonancia. Mejor dicho, la mínima que hubiera, se detendría en el momento mismo en que Asenbach mira por primera vez a Tadzio y el adaggieto de Malher lo acompaña... Sin embargo, yo aquí en este comedor sombreado de palmeras enanas y plata desvaída, no me quedo.  Mientras tú te emocionas yo estoy caminando por la playa desierta pisando  la arena gruesa, sorteando vidrios coloreados y sin aristas...  divisando a lo lejos la figura de ese caballero maduro que camina lentamente con su perro y su soledad. Es otro retrato de Asenbach y me gusta más así, canoso y un poco encorvado, como también me gusta más la decadencia del hotel de Les Bains y sus ventanas cerradas donde los visillos movidos por la brisa son pura fantasmagoría; tenue metáfora de la sutilmente sucia nostalgia que ya empiezo a sentir.

...Y si te digo de la Pescheria y,  si te nombro  el puente del Rialto a la vuelta de la Noche vieja a punto de empezar a subir esa escalera constelada de estrellas bajas …y  si te pronuncio la luz, cuál será la que acuda la de las últimas horas caminando entre puentes y campillos, reflejándose a ratos en un agua densa, pesada, untuosa... o la primera de aquella  mañana del último día; la de la rosa.

, aprendí en Venecia, que el amor es esa tenue complicidad que hace posible, que nuestros caminos vedados puedan ser transitados por quien amas, simplemente al conjuro de una palabra con sonido de campana. Que es el amor quien pone las señales y quien ayuda a descifrarlas. El desamor comieza cuando se dejan de entender los signos...

Aunque acaso sea todo una ilusión y lo que yo señalo como la Venecia tuya, tan solo sea la insobornablemente mía ... tú no escribes.

Además, en mi visión de la ciudad únicamente late tu figura, yo solo soy conciencia que te mira. El tuyo, es el único rostro que conozco en Venecia. Me observo frente a ti  en la Hostaria del Piccolo Dolo, bebiendo lentamente la última copa de aquel año y en tu mirada me veo hermosa  y  enigmática... Por más que aquella noche, bebieras de mi copa y comieras un trozo de mi stracotto no pudiste adivinar mi secreto. Y...  siempre me veo saltando al vaporetto  y a ti mirándome  bello detrás de la máscara de la paddura, mientras lanzo mi rosa con una parábola perfecta, como quien se desposee del último resto de deleite...

 Es entonces, cuando en la bruma de tu mirada verde,  empieza otra Venecia mas secreta todavía, esa que me invento sensual y anhelante solo para mí... (para los dos aunque no te lo confieso: a ti te regalo solo mi mirada cuajada de imágenes secretas).

 Me voy de tu brazo como sonámbula, caballero,  y bajo contigo a la más negra y abandonada de las góndolas… Es de noche y no veo al barquero. Escucho el golpeteo sordo del agua contra la piedra acolchada... ¡Qué delicia es mirar sólo tus ojos, tus ojos fijos en mí!  Venecia refulge a lo lejos,  y tú empiezas a decirme lo que yo quiero que digas, lo que me daría vergüenza pedirte, lo que oír sería el colmo del anhelo a punto de ser saciado... Caballero, dominas todos los matices de la seducción; las caricias delicadas, las insinuaciones más sabiamente obscenas, los nombres más delirantes…

 Los dos sabemos que el paseo es un juego delicioso, pero el saberlo no quita un ápice a nuestro deleite. Nunca terminamos de llegar… ¡nunca!... En tus ojos soy hermosa como un jarrón del tiempo de los Ming... Los dos nos sonreímos porque nadie puede impedirnos subir al salón más suntuoso y absurdo del canal y bailar toda la noche si queremos, a la luz de unas velas que no terminan nunca de despedir sus últimos fulgores. Suena "Begin to begin" y... ¿cómo te gusto más?... de negro y púrpura?... ¿de verde y oro? ... Puedo cambiarme cuando quieras pero siempre, siempre  enmascarada.

Poco a poco, mientras cae esta tarde de hoy voy armando este puzzle al que llamo Venecia y adivino que en algún momento, de alguna otra tarde, me daré cuenta de que todo calza. Entonces dejaré de recordar... mejor dicho, de bordar recuerdos y sentiré esa pena indefinible de quien ha concluido su viaje y tiene, ya llegada la sucia mañana, que dejar caer la máscara y deshacerse de los cansados oropeles.

 
¡Si supieras cuán extraño es eso de querer avanzar y de no llegar!

 ¿Sabes?  Yo siempre quisiera continuar de pie en la proa del vapporetto, mirándote mientras la rosa se mece todavía cerca de nosotros... Sí, como entonces, dignos protagonistas de las historias que amo… Pero ya empiezan a traspasarnos las nostalgias y sentimos que algo nos atrae hacia un futuro, que quizá nos mate los sueños y las visiones...


Es el fulgor verdoso de la piedra. Son los nombres y el aroma del agua… Hemos elegido una patria que se hunde inevitablemente y nos gusta el vaivén. Pensamos que en lo hondo está ese reino en que se reúnen todas las bellezas y que nosotros seremos parte. Nos abrigamos por el légamo de esos sueños… yo te abrigo… no te quites nunca la máscara. Yo también defenderé la mía hasta el final.

2 comentarios:

  1. Llevo días intentando subrayar un párrafo de tu carta, Begoña. Quizás sea la enigmática y hermosa máscara que en cada escena acentúa mi curiosidad, o el secreto tras el que se ocultan todas las bellezas, o la anónima mirada brillante y silenciosa.

    Las máscaras tatuadas sobre la piel, que nos hicieron soñar intensamente durante un instante, durarán para siempre.

    José Ramón.

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  2. La belleza es siempre prima hermana del misterio. También del amor. La máscara que intensifica la mirada, preserva a ambas.
    Siempre agradezco tus comentarios, José Ramón.

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