Durante esta semana aciaga que comenzó en mi conciencia el viernes 13 de noviembre poco después de las once de la noche, he leído multitud de artículos intentando informarme. He reflexionado sobre las causas, la complejidad, la responsabilidad y las consecuencias de lo ocurrido en París. Me he encontrado a ratos indignándome frente a ciertos comentarios, secundando otros y desconcertada, apurando impotencia, las más de las veces... Pero, si he experimentado estos días algún dolor genuino de esos que te dejan el alma en carne viva, no ha sido frente al número de víctimas, ni frente a la proliferación de flores y velas en los lugares donde habían acontecido los atentados, ni frente a las imágenes dantescas... El dolor ha florecido frente a un recuerdo:
Había luna llena aquella noche de diciembre y yo salía de un concierto de gospel de La Sainte Chapelle en la Cite de France. Apenas había comenzado a caminar hacia el hotel cuando un extraño sonido me hizo volverme: una riada de jóvenes deslizándose en patines " allegro ma non troppo" se apoderaba de la calzada en silencio bajo la luna. Sé que viví uno de esos raros instantes en que el tiempo se encasquilla.