domingo, 22 de marzo de 2020

Tiempo de incertidumbre 2 ( primer fin de semana)








Vivimos en una burbuja. Estamos totalmente aislados por la posición de nuestra casa en el pueblo. Nadie al frente, nadie a los lados, nadie detrás.

Tengo que hacer un tremendo esfuerzo para conectar con lo que está pasando. Lo único inusual es esa reja permanentemente cerrada.

El viernes 20, hemos tenido fiesta en nuestra cueva. 

Se cumplían 10 años de la boda de Libe y Gilles. Recordé su azaroso matrimonio, celebrado muy poco después de los terremotos de Haití y Chile que ellos vivieron en primera persona y a nosotros nos trizó la confianza fundamental para siempre. Ellos y su perra se salvaron y lo supimos antes de conocer la magnitud de la tragedia. Aprendimos, sin embargo que la dicha, la belleza, el bien pueden desaparecer en un instante. Desde entonces no lo olvidamos.

Hemos encargado un pastel de chocolate a nuestra panadera y rescatado una botella de cava que quedó de la Navidad pasada. Nos hemos vestido con nuestras mejores galas aunque no había muchas. Recordé a Maquiavelo vistiéndose de etiqueta todos los días al atardecer para cenar solo, en su destierro de Fiessole. No quería perder eso que él llamaba "las formas" . Yo me he puesto  mi habitual vestido gris, mi vieja ruana roja y mi hermoso collar de plata araucano. Libe ha conseguido transmutarse en una libélula rutilante: reconozco mi chaqueta japonesa  de verano y el cinturón de mi bata como tiara, cuando baja la escalera: le quedan maravillosamente bien. La pequeñita luce trenzas recogidas y un vestido que le queda corto pero titila cuando se mueve. Ninguno de los hombres merece mayor comentario.

Al tocar las nueve, reciben a sus invitados en español, euskera, inglés e italiano igual que hace diez años y yo sigo admirando el don de lenguas de  esta juventud nuestra. Inician muy solemnes el mismo vals que tocaron el día de su boda,  La pequeña pantallita parpadea recibiendo comentarios y flashes de rostros lejanos que bailan con nosotros. El ambiente se vuelve mágico. Giramos y giramos y vamos cambiando de brazos mientras la canción dura. Yo pienso en cuántos estaremos haciendo lo mismo en los dos continentes mientras el miedo baila con nosotros.

Y de pronto, nos sentimos muy felices.

Pero las noticias nos dicen que ya hay 25.000 contagiados y aceptamos la bofetada un poco avergonzados.

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Este sábado 21 ha hablado el presidente Sánchez por la noche. Me gustó. Parte de la empatía me la produjo el saber que su mujer, su suegro y su madre están enfermos, también su rostro agotado. Es uno de nosotros, marcado a fondo por el mismo dolor. En momentos como los que estamos viviendo, la imagen que proyecte el responsable de nuestra porción de mundo es fundamental. A mí me produce confianza, cercanía y firmeza.

Mi madre solía contarme cuando era niña acerca de los mensajes de W. Churchill a su pueblo durante las terribles noches de la Segunda guerra  mundial. No eran precisamente mensajes tranquilizadores y positivos ,  los suyos "Solamente puedo prometeros sangre sudor y lágrimasª  fue el más famoso. También Sánchez avisó de que lo peor estaba por venir, que debíamos prepararnos psicológicamente para un impacto que había que ir gestionando día a día y que pondría a prueba nuestra fortaleza moral. Me alegré de que fuera mi presidente. Sentí que estaba actuando con prudencia: la virtud que Platón exige del gobernante. 

La noche era fría y clara en Cervera. El pueblo se había convertido un poco en el Comala de Juan Rulfo pero, así y todo he dormido en paz.

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Esta hermosa mañana de domingo he subido a la terraza . Todo lo doloroso parecía un sueño entre la parsimonia del vuelo de los buitres y el estallido a ratos, del gorjeo de los pájaros nuevos. Era un perfecto domingo de primavera temprana.

 Ha sido entonces cuando al encender mi móvil con el gesto automático de estos días, me he encontrado con la carta de una enfermera que relataba su realidad en un hospital de La Rioja.  Me ha puesto "en mi sitio". Me ha hecho ver morir sin paños calientes de ninguna clase, a nuestros viejos hacinados y solos; a veces, mal sentados en una silla,; otras, en un colchón en el suelo y sin un rostro querido cerca.
Cuando he leído lo del viejito que le pide que le ayude a abrir su botellita de agua... los buitres han caído en picado sin vuelo posible y solo ha quedado reverberando frente a mí, el gesto de mi padre cuando solía pedirme lo mismo. Me imagino la infinita ternura con la que esta enfermera habrá abierto esa botella. Qué terrible es la ternura de la impotencia. He cerrado los ojos a la belleza por un momento y he abrazsdo a lo que duele.

Más tarde he preparado garbanzos con berza y un buen pedazo de tocino. Los niños han pintado con acuarelas unos soles resplandeciente. Cástor se ha hecho cargo del lavado de ropa. Gilles ha ido a dejar la basura y el reciclaje y Libe, no sé exactamente en qué ha andado pero he sentido su presencia ligera arriba y abajo durante toda la mañana. La habitualidad más absoluta.

Llevamos más de 25.000 personas contagiadas. El estado de alarma se alarga durante dos semanas más. Pasaremos, por lo menos un mes de confinamiento.

 Esta noche hemos subido a la terraza y después de apagar todas las luces de la casa, hemos encendido la linterna de nuestros móviles. Era la consigna para recordar a los que están muriendo. Ha sido emocionante ver la respuesta titilante a lo lejos.



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