Los antiguos lavaban a sus muertos
los frotaban con sándalo
les cortaban los cabellos y las uñas
los envolvían en lienzo virginal
sellaban sus ojos con monedas o jade y
los hacían arder alegremente en una pira alzada…
Algunos descansaban de costado
orientados hacia el sol naciente
Solían colocar a su lado aquello que les era especialmente amado
para ser cubierto
o para arder…
Sólo sobrevivía
el aroma.
Pienso ahora en nuestras pequeñas criaturas
obligadas a yacer estrechas
bajo un acebo, un geranio, un aloe
un olivo niño… en pequeños continentes de barro.
y aquellas que fueron
sus gentiles figuras
se me antojan ahora
un aguijón putrefacto
en medio del suculento corazón de la vida.
Tengo miedo de que esta costumbre familiar tan reiterada haga natural que termine enterrada debajo de un ciprés plantado en tierra escasa…
Ruego que ¡por favor!
no agreguen mi pluma y mis poemas.
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