Buhardilla bajo techo, tablas endebles…
suficientes para asegurar el acoso de las voces.
Un anafre tiznado y pilas de loza desportillada.
Por los rincones lucen
montones imprecisos de ropas y cabellos en rodelas…
El suelo es la única repisa.
Allí solo se cuidan los libros y el papel es alisado con mimo.
La mesa se mantiene limpia solo en un ángulo:
el suficiente para apoyar el tintero y los codos.
Aullan los tranvías
o las cornejas
o un niño que no duerme
la roldana oxidada del pozo
o el trasiego de una escalera diabólicamente transitada.
Hay intentos.
Pones a secar zanahorias, cebollas, algún puerro
a veces intentas tejer o cortar un vestido
escribes cartas y cartas deslumbrantes y fieras
revuelves la sopa, amasas las croquetas distraída...
Tienes las manos negras de ceniza y de tinta.
Los posos del cigarro caen pausados y uniformes sobre todas las cosas,
como el polvo y la sombra y la pena…
y el deseo de Ser con toda el alma.
Marina: necesitabas una nodriza rusa que no leyera libros,
una Úrsula Iguarán,
luchando cada día contra el comején y la carcoma
que lavara tus sábanas y prepara el mijo
que encendiera la luz frente a tu ícono
que te peinara suave, Marina
y pusiera de vez en cuando una rama de saúco en tu lado de mesa
que te estrechará contra su pecho almohada
que te dejará ser sin contratiempos
Pero…¿habrías escrito, entonces?
¿Te hubieras ido a La Montaña y a los Postes de luz tan de continuo?
Marina la alambique. Sensibilidad suma que percibe demasiado de su entorno. Tanto, que deja de interesarle. Todo lo coloca en la retorta de su alambique. Marcha a su rincón de tinta y pluma y da forma de letras al pequeño chorrito destilado que gotea en su papel estirado. Marina sólo ama la belleza escondida en su leonera.
ResponderEliminarGracias por anunciarme mi ceguera a lo recondito