viernes, 19 de agosto de 2022

Atardecer en Urueña.



En las calles ni un alma. Los postigos, herméticos. Son las seis de la tarde en la paramera y el sol empieza a bajar. Me recuesto sobre la muralla. Siento al mar. La ilusión es tan fuerte que las  lucecitas móviles a la distancia me hacen pensar en barcas que buscan afanosas el resguardo del puerto. Sin embargo, en el punto que cierra el horizonte, un sol acompañado de  todo su  artificio se esconde de a poco en Tierra de campos.



Hace frío en Urueña. Hace mucho frío. La piedra porosa transpira al anochecer. Fosforece la luna… 

 

 Leo en mi guía que Urueña es una villa vallisoletana de no más de 200 almas, en la que se pueden encontrar hasta once librerías, además de un museo de instrumentos musicales de todo el mundo, una casa de “las palabras” bajo el nombre de Delibes y un pequeño museo de campanas. He venido atraída por el aroma de los libros Sus librerías tienen nombres hermosos: Páramo, Alcarabán, Primera página... 


 Camino por el pueblo ya anochecido y después de perderme entre el Corro del Conde y el de Sto. Domingo, después de cruzar por la puerta del Azogue y vislumbrar la silueta de Sta. María, me permito vagar por las cuatro callejas.. Un farol en la esquina, un ventanuco iluminado, un ramalazo de aroma de leña de eucalipto al pasar. Puntos de luz en medio de una sombra que se vuelve compacta. La mano alza el cuello de astracán. Hace mucho frío.


 El caballero de Olmedo pasa embozado por la calle que corta la que camino. Me quedo en la ilusión del galope, agradecida como siempre a mi poderosa imaginación tan avezada siempre en romances y relatos viejos..


En algún alféizar resiste una maceta de geranios en plena decadencia y en algunas murallas, la parra virgen se aferra fuerte.


Me detengo en la primera librería que me sale al paso. Se llama “Páramo” y entro como quien entra en casa con ganas de tocar, hojear, acariciar, husmear... Es la ansiedad de siempre frente a los libros.

 Deambulo entre estantes, perseguida por la mirada distraída del librero. Ambos hacemos un gesto que señala el acuerdo de no intervención que la mascarilla deja incompleto sin la posibilidad de sonrisa.


 Roger Pereyfitte, Alodous Huxley, Mujica Lainez, Lezama Lima en una misma repisa, me golpean los ojos y me cae encima toda la dulcedumbre de los diecinueve años de repente.. Los inviernos en la biblioteca vieja del Pedagógico después de clase, los veranos en la cueva del toronjil allá en El Tabo, las noches insomne a fuerza de deleite en calle Vergara vuelven a espejear por la fuerza del nombre de esos libros.


 He dejado en un rincón mi bolsa. Me he desembarazado del fular y los guantes y casi de la mascarilla. Me la acomodo de nuevo con desánimo. Empiezo a ojear y a recordar mientras tomo los libros..  La memoria hace trampa y sé que una y otra vez estoy volviendo a inventar mi recuerdo. Me viene a la cabeza un papel  y una frase “La muchacha a la sombra del león” Sé que  fue para mí el colmo del erotismo. Recuerdo sensaciones: juventud, desnudez, sombra y la lanzada del deseo. Es un misterio que mi erotismo juvenil esté ligado a un autor que según sé ahora era, no solo homosexual, sino pederasta confeso. Me habré inventado aquella imagen que tenía que ver con deseo y poderío…


“Bomarzo” fue un largo verano en el sur del mundo. El duque de Orsini y su soledad me acompañaron las largas jornadas de no hacer nada. No podía enamorarme de él: era jorobado y retorcido. Sin embargo su deformidad caló en mí. Esa mezcla de belleza y desmesura tan poco renacentista, ese ansia de gloria…y mientras, el aroma delicioso de la hierba en las dunas.


Con “Paradiso” me hundí en una densidad de guayaba. Me di cuenta de que existían libros que no puedes soltar porque su música  encadena, libros que más que leer escuchas. Ese magma de un lenguaje delirante, inédito, de una densidad de sentido en la que me hundía como en un mar sin fondo intentando mantenerme a flote entre ahogada y extasiada fue mi obsesión de muchos de aquellos días.


Me inclino para dejar el libro en su anaquel y siento la protesta dolorosa de mis rodillas.. Me he convertido en un sinfín de rituales previos a toda lectura, pero mi deseo permanece incólume.


Mi mochila se va llenando de libros elegidos por peregrinas razones. Porque la editorial me da confianza, porque el ojeo responde a mi exigencia, porque el nombre está lleno de una extraña poesía. 


Pero poco antes de salir encuentro dos nombres en un mismo libro, que para mí tienen el poder de las citas inexorables: Anna Ajmátova, Marina Tsvietáieva. ”El canto y la ceniza”

 Cojo el libro como si alguien fuera a arrebatármelo y ya no miro más. Pago rápido y salgo de nuevo a la noche. No hay estrellas. De nuevo el frío.



Camino hacia la casa rural siguiendo la muralla. Algunos parroquianos bien enfundados en sus tabardos, miran la televisión en la única taberna abierta. No me detengo, estoy acompañada por otras presencias, otros ámbitos, otras llamadas. Me ensimismo anticipando el goce a solas.







4 comentarios:

  1. Qué paseo tan agradable por Urueña. Te he seguido los pasos por la zona de la muralla, sintiendo el frío seco en el rostro y las ganas de entrar en las librerías de bonitos
    nombres. La recreación de lo vivido se enriquece con tu imaginación y tu memoria de personajes literarios. Un placer encontrar este recuerdo inesperado. Gracias

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  2. Muchas gracias. Es mucho más agradable caminar acompañada.

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  3. La niña sujetaba la muralla de papel mientras jugaba con su extraño diábolo: dos bolas pegadas entre sí y con purpurina. Una era el sol. La otra, la luna. Se separó de la muralla con cuidado para que no cayera y se metió en el bosque con su caperuza roja. Sólo sentía frío y todo olía a tinta, papel y cartón. Alguna hoja desprendida mostraba sus letras y la ya adolescente las leía al vuelo. Veía molinos locos, qué es el amor, un auto de fe sobre un cojín de terciopelo,... Y la capa roja le empezaba a sobrar cuando, ya mujercita se encontró con sus viejos amigos. Récordó a quien le hizo sentir que el monte era un volcán, a quién relataba como un ángel siendo demonio. Y a muchos otros con quienes jugaba en su hermosa facultad. Como ya era mujer, se sonrojó. Se fue de la reunión. Pegadita a la pared para que no le vieran, se fue a su refugio. Y soñó remembranzas

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  4. Qué hermosura de comentario. Me ha encantado de verdad.. Muchas, muchas gracias!!

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