La luna es fieramente femenina y no solo eso, es una decidida aliada de la mujer. Tiene algo de las diosas vírgenes Hestia y Artemisa. De Atenea, no (recordemos que esta diosa es sobre todas las cosas, "hija de su padre"). Cuando el verano pasado subí a Cerain, en su Casa torre la encontré
grabada en piedra, lo que me hizo recordar que en la
mitología vasca el sol y la luna son hijas de la tierra (numen principal,
Amalur, “madre tierra”), donde se refugian cada día. Las tres son fuerzas
femeninas: la tierra, la luna y “la” sol: “eguzki amandrea”: señora sol, igual
que “ilargi amandrea”: madre o señora luna que se encuentra representada en el
hogar como la madre-mujer o etxekoandre.
Es la mujer quien
practica los ritos de culto doméstico. Ella ofrece luz y comida a los difuntos de
su casa, bendice a los miembros de su familia una vez al año, adoctrina a
todos en el deber de mantenerse en comunión con sus antepasados (...)
Sí, así era, pero lo estamos olvidando ¡Nos
estamos olvidando de tantas cosas al dejar
de mirar a la luna desesperadas entre un intentar y no poder continuo! En medio de una actividad incesante y agotadora, estamos olvidándonos de cómo se cura, de cómo se bendice a quienes
amamos, de cómo se habla con nuestros muertos cuando vuelven junto al fuego al
atardecer, un fuego que apenas alumbra y abriga porque estamos olvidando cómo encenderlo y mantenerlo.
Ha llegado la hora de soplar la ceniza, amigas, si no queremos que este mundo nuestro se muera de frío y oscuridad. Sí, es urgente que volvamos a conversar con la luna.
En esa hora bruja del atardecer, aquella en
que los antiguos oraban y en la que todos seguimos ensoñando y entristeciendo un
poco, a veces cojo al azar un libro de
poemas y en el ángulo que da hacia los
tilos, la busco y le murmuro mis conjuros de etxekoandre
sin casa a la Señora alta y magnífica, a medida que se desliza sobre mi colina
de Aiete.
Recuerdo que cuando
éramos niños veíamos en su faz a la Virgen y al Niño en un burrito viajando
hacia Egipto. He leído que las muchachas irlandesas veían reflejado en su luz el rostro del amante futuro y que los puritanos de Boston vislumbraban a un duende maléfico, según cuentan. Los nativos de Samoa distinguían a una anciana hilando nubes… y todavía mi
madre solía contarme que meses antes de la Guerra civil española, empezó a
sangrar. Yo solía observarla precavidamente por si acaso.
Sí. Todos
la mirábamos entonces, en aquel tiempo del "Había una vez..."
Siempre he sabido, aunque nadie me lo haya
contado nunca, que la luna es curiosa y antojadiza, que le gustan los ojos verdes y baja a besarlos deslizándose suavemente por su escalera de nubes, que le
encanta revelar secretos, aunque lo que ella ilumina se entiende aunque pero solo como se
entienden los enigmas.
Sella a
quienes elige con un halo de indefinible irrealidad y extravagancia. Rapta a las niñas en las noches de primavera y las devuelve
pálidas y dulcemente cansadas por las mañanas porque le gusta rielar, siempre con alguna de la mano.
Le gusta cuchichear con las ancianas insomnes en los alfeizares gastados durante
largas horas y mientras les platea con cuidado los cabellos y las manos, ellas recuerdan. Despierta
de improviso a las esposas y les regala
bellos perfiles de desconocidos que las miran insistentemente a su lado. Sabe escuchar a
las muchachas tristes y elige para ellas
los sueños más bellos y descabellados, esos que solo pueden vivirse a la media noche. Es por eso, que si
cerramos los balcones, nos desasosiega
hasta que la dejamos pasar a
iniciar su danza consoladora desde el espejo al borde de la almohada.... Por eso,
cuando lloramos y cerramos la persiana, golpea furiosa las maderas. Tras cada ventana alunada, hay una mujer que llora o sueña.
La luna
es la madre, la confidente... El hada madrina de los sueños, lista para convertir
en encajes los harapos y en bellísimas estancias los más descuidados salones. A
su luz, toda vida se tiñe de grandeza. A su luz, se toman las grandes decisiones. Se desatan sin daño las ataduras. Son posibles de repente nuevas sendas.
Ella
nos enseña a brillar plenas y serenas. A ser poderosas
como la luna llena para poder luego menguar sin pesar. Nos enseña a desaparecer pero solo para volver una y otra vez como
la luna nueva, persistentes y eternas. Cuando lo comprendamos de nuevo, seremos otra vez capaces de curar, de bendecir, de encender y mantener el fuego.
Bellísimo, Begoña, resulta bellísimo tu elogio para quienes somos seres de la noche y hemos amado la luna desde que pisábamos la nieve azul y quebradiza con pies de niño. Fue, la Luna, la segunda mujer que nos permitió mirarla fija y plácidamente, sin quemarnos.
ResponderEliminarDebió ser hermosa aquella época en que la Luna, La Tierra y la Mujer nos guiabais serenamente, antes de que llegaran los soldados solares y los monoteístas misóginos. Los violadores de lo humano solo dejaron de recuerdo de aquellos días - y porque en su ignorancia no supieron lo que eran - las Vírgenes Negras con corona lunaar. Aún quedan algunas, escondidas en los bosques vascos, astures, cántabros, leoneses, franceses, escoceses..A algunas las han encerrado en iglesias, pero su lugar son las grutas que entran en la montaña, los axis terrae que, con luna llena, exhalan olor a hembra y adormecen al viajero para que, de una vez, despierte.
Gracias, Begoña
La luz y la sombra de la luna han gobernado siempre las mareas de todos los océanos. Por su influencia nacieron los primeros brotes de vida en la mar. Su luminosidad ha fertilizado cíclicamente a todas las mujeres. Sin su inspiración no habrías escrito poemas bellísimos, Begoña, ni muchos amantes sabrían besar, ni las brujas volar con escobas, ni hacer hechizos. La atracción de la luna hace crecer a las plantas exóticas ¿Qué sería de nosotros sin la luna, Begoña?
ResponderEliminarAl pintarnos la luna, la mar y la mujer madre, escribes en prosa con la armonía de una poesía:
La LUna es la MAdre, la confiDENte.
El HAda maDRIna de los SUEños,
LISta para converTIR en enCAjes
los haRApos
y en beLLÍsimas esTANcias,
los MÁS descuiDAdos saLOnes.
¡Cómo agradecerte tus regalos, Begoña! José Ramón.
¡Vaya, José Ramón, has encontrado el tam-tam de mi prosa! (ese ritmo que solo es mío)¡Chico listo!
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