(María Kodama)
Estamos rodeados de cosas bellas. Me refiero sobre todo a aquellas en que el ser humano deja la impronta de su saber hacer. Esa maravilla de vajillas chinas milenarias de las que solo emperadores de uñas afiladas podían hacer uso, ese magnífico mobiliario que relucía en las estancias del Segundo imperio francés, aquella perfección de las paredes bordadas de "La Casita del labrador" de Aranjuez para solaz de rey en tiempo de ocio. Magnificencia para los poderosos, joyas cuajadas de piedras brillantes engastadas cada una con exquisitez, digna solo de las más excelsas gargantas. Son objetos bellos sin duda, pero no es esa la belleza "que escalofría". Aunque acaso sí sean capaces de despertar a nuestro "fenicio"; ese atávico impulso de atesorar, sopesar, evaluar, mercadear, poseer.
Pero, yo, a lo que quiero referirme es a la gran belleza. Algo difícilmente evaluable por más que los grandes tratantes de este mundo crean poder hacerlo, quizá porque es inasible. Es aquella que parece surgir casi a pesar del artista que la plasma y cuya característica fundamental es el misterio. Quien asiste a su presencia se siente ansiosamente acechante, como si estuviera a punto de asistir a una epifanía inminente y lo embarga el deseo de alargar las manos y tocar. Toda gran Belleza produce hambre y quisiéramos alimentarnos de ella... Pero desgraciadamente, la gran belleza nunca sacia, solo afila las ganas de algo que se transparenta a través de ella, pero que no se nos entrega nunca. Si insensátamente pretendemos asirla, solo encontraremos humo y velos desgarrados, nada más. La gran Belleza necesita respetar el límite. Atravesar la distancia de seguridad que nos exige, solo daría como resultado la destrucción de ese “no sé qué” que nos balbucea una y otra vez y que nunca termina de cuajar en palabra racional.
Recuerdo cuando en el Louvre, fui a visitar a la Victoria de Samotracia. Sorteando su "lado luminoso", el que justamente aparece reflejado en todas las imágenes que de ella tenemos, la observé por detrás... y me di cuenta entonces de que es conveniente mirar a La Victoria, no solo desde su mejor ángulo. Hay que rodearla, mirar su "sombra". Entonces... veremos que tiene un ala entablillada que apenas osa movimiento alguno. Descubrí esa poderosa ambigüedad propia de toda gran belleza. Según la perspectiva de quien la observa, La Victoria es pura gratuidad y gracia de movimiento, naturaleza angélica, viento a favor...Pero su lado oscuro, deja clara la impotencia, el intento doloroso, la constatación de la imposibilidad del vuelo y entonces algo algo estalla en conmocion arrebatada. Ese intento insobornable de volar, pese a todo, es semejante al movimiento que inicia el muñón de la "Venus de Milo, a ese último aullido de “La leona herida”... Esta gran Belleza inaugura un mundo a cuyas puertas nos quedamos temblando, un mundo al que quisieramos llegar con toda nuestra alma...Pero tenemos que aceptar ese “hasta aquí” que la realidad impone a nuestra comprensión humana y sin embargo, quedar vibrando a la espera .
Percibir el impacto de la gran belleza, se parece al poder ,aunque solo sea por un instante, caminar sobre las aguas.
No, nada tiene que ver la Belleza con las cosas bellas. Vajillas, muebles, joyas, vestidos, tapices, pavimentos, jarrones… Estas bellezas son siempre opacas. Buscan que nuestro ojo se recree en la filigrana del detalle, en la rareza de la técnica, en lo conseguido de la forma. Las miramos y constatamos su perfección que nos admira. Esa maravilla que es el jarrón Ming, o los deliciosos tapices goyescos, o la factura de un Stradivarius… Pero ellos terminan en sí mismos y perplejos ante su excelencia, pasamos delante dejando resbalar su figura sobre nuestro ánimo sin mayor conmoción, a no ser que el mercachifle se imponga a nuestro espíritu. Pero entonces será el coleccionista de cosas bellas, el que se imponga. Estos objetos de “la grandeur” humana pueden perecer y no pasaría nada.
Solo ensimismamiento y gratuidad hay en el gran arte. Ningún poderoso de este mundo podrá poseer jamás aquello que emana del último gesto de la Leona o del ala herida de La Victoria. Nosotros tampoco. Pero podremos llevarnos, eso sí, si hemos sido alcanzados de esa profunda herida como de ballesta, recibida en el instante mismo de la lucidez, que nos hace vislumbrar entre sugerencia y velo a aquello que llamamos Verdad; la Ítaca espiritual del ser humano. Conmovernos es constatar que no hemos errado el camino
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Muy pedabte la frase de la Sra. Kodama
ResponderEliminarSucumbir, agachar la cabeza por lo que nos ha sido revelado levemente, imaginar al artista capaz de acercarse aún más a esa verdad e intuir lo que quedó sin ser expresado. La gran belleza como inicio de un camino que ansiamos recorrer de la mano de su creador, y se nos escapa…
ResponderEliminarMagnífica descripción Begoña.
Un Abrazo
Lástima por ese anónimo que nos es capaz de imaginar el céfiro que mantiene erguidas las alas de la Victoria. Pero, si tampoco su mirada alcanza el teclado…
ResponderEliminarCapturas y desmenuzas, con una gran belleza, estados conmociones a los que alguna vez hemos sucumbido sin saber nada más acerca de ello. Después de leer este desarrollo tan lúcido no puedo más que estar totalmente de acuerdo. Hay algo que nos supera (llamémosle "la verdad", por llamarle algo) y el verdadero arte es capaz de cruzar la difícil frontera y levantar levemente un pico de los miles de velos que la cubren. Ante lo que nos cuenta a su regreso, solo nos queda la emoción y el sentimiento unísono de satisfacción e impotencia, de agradecimiento.
ResponderEliminarPerdona por reiterar malamente tu espléndido desarrollo. Es que tus dos últimas entradas son temas que me embriagan desde hace mucho tiempo.
Un abrazo, Begoña.
Se nota que eres artista, víctor. Te lo digo porque me parece que éstas son cuestiones que a lo mejor, para los demás son abtrusas, pero que para quien escribe o pinta o...quiere dejar consignado eso que "ha visto" en cualquier tipo de soporte, son cuestiones esenciales.
ResponderEliminarA mí, hay algo que me interesa sobremanera...¿Por qué generalmente lo que nos parece hermoso aviva nuestro sentido de la propiedad (recuerdo, a propósito, mi costumbre de elegir un objeto único en una exposición para llevármelo de manera virtual a casa; tengo así, un cuarto espléndido lleno de este tipo de objetos ;)
Pero, ante la gran belleza, simplemente asisto. No se nos ocurriría por ni un momento intentar llevármela. Está allí y así quieres que siga...
Nos excede total y absolutamente y sin embargo nunca somos más nosotros que en su soberana Presencia.
Ese algo "humano", que es debilidad y fortaleza... No conmueve lo que es invulnerable. ¿Será algo así? Muy hermoso texto.
ResponderEliminarEn el Chateu de La Motte- Tilly que he visitado hace unos días descubro una belleza que no puedo dejar de consignar, cuyo matiz agrego a mi entrada. Se trata de algo que fluye de una atmósfera superior a la gracia y armonía tanto del edificio y sus proporciones, como de los muebles y objetos que alberga...
ResponderEliminarLeyendo el folleto que presenta el chateau al visitante, mi vista se detuvo en el deseo expreso de la mujer que lo legó al Estado francés..." que se mantuviera sin cambios de modo que quién lo recorriera pudiera sentir una presencia" Yo la sentí.
Mi deambular por los salones invitaba a separar levemente una cortina y mirar hacia el estanque oculto por el boscaje invernal del jardín francés... a acariciar la carita de porcelana de la muñeca que reposaba bajo el árbol de navidad, a sentarme en el sofá azul de la biblioteca con el peso de un libro del S. XVIII en mi regazo...a encabezar la mesa y extender mis manos hacia el brillo de la porcelana de Limoges,a acomodar las flores del búcaro de la sala de billar...a imaginarme en el goce de la cama alta mirando al norte...
La hojilla cuenta que la marquesa fue muy desgraciada. Perdió a su hermano y a su esposo (ambos muy jóvenes) en los primeros días de la Primera guerra mundial, perdió más tarde a su única hija, Claire....( conocí a los tres por los retratos que se hacen presentes en diversos lugares de la casa) pero, ella logró algo infrecuente; hacer deambular a sus amores... Allí todo sigue"a punto" La mesa de billar, en que una bola en silencio se desliza... la mesa-tocador cuyo espejo no sólo refleja la exquisitez de un cepillo de plata...una pluma casi fresca de tinta negra...
Sí, hay una belleza que emerge del puro amor y que las cosas, en este caso las de este precioso chateau, conservan diáfana si se ha sabido resguardarlas. Doy fe de que el Estado francés ha sabido responder al legado.