A Nieves Pizarro, mi profesora de Filosofía, en el liceo Darío E. Salas, de Santiago de Chile
...en uno de esos días en que desesperamos un poco.
Cátedra de fray Luis de León, en la U. de Salamanca |
Ya lo dijo hace muchos siglos Platón: “…no se puede obligar a aprender si el alma no lo consiente”. Esa fuerza de quien pretende enseñar, así aplicada, es no solo ineficaz sino también, aberrante. Eso que solemos llamar -proceso de enseñanza-aprendizaje- es una lucha formidable que se libra entre dos almas libres. Los profesores somos individuos profundamente ambiciosos. Buscamos la palabra que encienda, esa misteriosa intimidad que nace en una sala de clase, cuando inmersos en esa expectativa gozosa que une a profesora y alumnos, aludimos a ese siempre implícito… “como decíamos ayer”
Vuelvo muchas veces -la evocación es fuente de mucha alegría- a aquellos años de mi juventud en Santiago de Chile, cuando comencé a dar clase en Los Padres Franceses de Alameda, en horario nocturno. A aquellas noches de abrigos y bufandas siempre bien abrochados, en que sorteábamos las corrientes de aire y yo explicaba “La noche boca arriba”, “Los soliloquios de Susana San Juan allá en el cementerio de Comala”, los sentidos posibles de aquella “Última niebla” de María Luisa Bombal… y la hora pasaba rauda y mansa a la vez, mientras nos deteníamos en asociaciones insólitas. No he olvidado nunca aquellas clases, aquella pregunta final ya apurando segundos, aquel gesto cordial ya abandonando la clase…Sí, Todavía su rescoldo me entibia el alma.
A la enseñanza le debo los momentos más plenos y dolorosos de mi vida. Así de claro. Ha sido mi campo de batalla. Enseñando he experimentado sin vendas el rigor de la vulnerabilidad que muchas veces me ha dejado literalmente en carne viva. Pero también, la mayor sensación de incidencia y plenitud. En el aula me he construido y es donde adquirí la conciencia de que sobrevivir me exigirá siempre mantener intacta cierta noción de excelencia. Siempre será más digno “volver sobre el escudo”, como decían los espartanos, que vender el alma y no intentar encontrar ese oído que escuche y...entienda.
Si el profesor definitivamente se rinde, se convierte en una especie de gana-pan, como decía mi viejo profesor de Evaluación allá en el Pedagógico de la U de Chile. Si damos el espectáculo de ceder y entregamos la "batuta" para ahorrarnos malestares, estaremos poniendo pie en lo que llegara a ser nuestro hundimiento. Al profesor de pro, solo lo sostiene ese convencimiento interno, de que de alguna manera, es un ejemplo para quienes enseña… a veces, una cierta actitud, es lo único que puede enseñar.
Sé y lo comparto con aquellos que como yo pasan sus días en un aula de secundaria y a veces viven días de desierto. Nada de lo durísimo o epifánico que en una clase acontece es “personal”, aunque lo vivamos de la más personal de las maneras. Cuando no funciona el respeto, la atención, las buenas formas que ningún filósofo de la educación ha mencionado, puesto que se suponen, no es necesariamente el profesor el culpable, a menos que lo consienta.
Lo que sucede en una clase siempre es el resultado de una multiplicidad de factores que convergen y en el que el azar juega también su desconcertante papel. Allí están encarnados en cada uno de esos rostros que te observan: valores, cultura, cierta forma de habitar el mundo…El estilo concentrado de una época. A veces el choque es frontal entre alumnos y profesores. Otras, el calidoscopio que se forma es mágico…y muchas veces no sabemos la razón profunda de la alquimia resultante.
Nosotros, los que enseñamos, no somos más que una pieza. Es profundamente cierto ese dicho de que…” para educar hace falta toda la tribu”. La tribu es la que sostiene los presupuestos, las convergencias y hasta el sentido del lenguaje. Sin ella el profesor se convierte en un obstinado francotirador condenado al fracaso.
Se aprende a hablar en medio del ruido, a no perder el hilo frente al bostezo, a escucharse a sí mismo como Sócrates escuchaba a su "daimon" Se aprende a dialogar, si el ambiente es hostil con uno mismo buscando la idea clara, la frase bien construida, la metáfora certera que llegue, pero entonces de eso que llamamos educación…no queda sigo el resto digno de lo que en mejores condiciones pudiera haber sido la más bella de las tareas.
Difícil profesión la vuestra amiga Begoña, en estos tiempos en los que, si el interés del grupo al que dirigís vuestro esfuerzo no posee un alma tolerante, poco o nada podéis hacer. El entorno, sociedad, familia, amistades, no facilita precisamente vuestra labor y no es costoso imaginar que en más de una ocasión te hayas encontrado predicando en un desierto de miradas perdidas. Por lo menos, con tu buen hacer, siempre te quedará el consuelo de ser un ejemplo para quienes intentas enseñar.
ResponderEliminarUn abrazo.
De “la letra con sangre entra” de siglos pasados hemos evolucionado a la idea generalizada de que con un buen sistema pedagógico se puede enseñar a quien no quiere o no puede aprender de manera que los profesores terminan siendo, para bastantes padres, responsables del fracaso escolar de sus hijos. Ni todos los alumnos tienen las mismas capacidades ni la sociedad necesita únicamente de ingenieros y médicos. Begoña, tu insatisfacción demuestra que eres buena profesora. José Ramón.
ResponderEliminarGracias por tu bello recuerdo de hace miles de lluvias !!!
ResponderEliminarAmor !!!
Nieves.
Canada, Ottawa.
Primera lectura y me viene a la cabeza: ¡Cuánta pompa para decir tan poco y tan tópico, tan obvio y tan trillado!
ResponderEliminarLeo otra vez y decido escribir algo, indignado con lo que escribe, Begoña.
Me sorprende el excesivo roanticismo que le otorga a una clase. Que no digo que no lo tenga, o que pudiera tenerlo... si fuera usted mejor profesora.
Desconozco cómo fueron aquellas clases en el colegio de los Padres Franceses en Chile pero, he de decirle que hace ya mucho tiempo que nadie hace "aquella pregunta final apurando segundos" que menciona, en ninguna de sus clases.
Y esto, queridísima, no es porque los jóvenes de hoy no sean los de antes, ni porque los planes de estudio actuales hacen de las materias algo vacío de interés.
Ya nadie se detiene en asociaciones insólitas y derivas sobre cualquiera que sea el tema que ocupa sus clases porque a sus clases les falta lo que le falta a usted: carga intelectual.
Estoy bastante convencido de que nadie se apasiona, que es lo que parece echar de menos, por dos generalidades, una frase cursi y un generoso chorrete de corrección política.
Cuando en el aula acaricia, desde la cursilería que se gasta Andrabaltza y que casi la define, cualquier tema de manera tan superficial como acostumbra; el alumno se duerme. Y no porque sea un saboteador. Es que, verá, escuchar a un cantante de ducha cantando como si fuera Alfredo Kraus, además de ser un espectáculo deplorable, duerme a un hiperactivo. y si entretiene, es por patético, que no por interesante.
Por si no queda lo bastante claro en el parrafo anterior, me explico: si no tiene nada que aportar, no aporte. Y lo peor que puede hacer es creer que tiene algo que decir, si el auditorio cree que no.
Hace bien en no rendirse (como dice en el texto), pero es que plantea mal el objeto de la lucha. El problema no está en el alumno en concreto ni en el alumnado al completo. Si es mala profesora no se excuse, no culpe al de enfrente. Si el problema es usted, soluciónelo, soluciónese. O el mecanismo seguirá funcionando mal hasta que se reemplace la pieza.
No se considere ejemplo, Begoña, eso sí que me parece un insulto. Tras el discursito tonto y cursi (maquillaje frívilo de algo que hace usted mal), se oculta a sí misma la realidad. Se oculta que usted habla y no enseña, que explica y no aclara, que pasa una hora en pie entre una pizarra y treinta pupitres y no da clase. Todo es un paripé porque su limitada habilidad (o tal vez una falta que de esfuerzo que ahoga su habilidad) hacen que usted, en su infantiloide idea del trabajo que desempeña, no transmita nada. Y no transmitir nada es peor que un cáncer para un profesor. O profesora. O profesore. (Por un momento olvidé la corrección política y la igualdad de género y génera.)
Aunque tal vez sea verdad y sí que es ejemplo. En concreto ejemplo de cómo no ser profesor.
Lo que más me fascina es cómo se puede llegar a semejante grado de convencimiento y de vergonzosa autocompasión como cuando afirma: "(...)no eres tú la culpable..."
Qué lástima no haberla tenido de profesora.
Por cierto, al caleidoscopio le molesta que lo escriba usted siempre con una letra de menos (la "e").
Un saludo, Andrazuri.
"Señora", "Señor" (no es que se me olvide de la corrección política o de la "igualdad de género y genera" es que el anonimato en que Ud.se mueve no me permite precisar el trato correcto que le debo)
ResponderEliminarEn todo caso, sepa que me hago cargo de su indignación y de los diversos grados de "fascinación" que mi pluma le produce. Fíjese que casi lamento la tila que doy por seguro ha tenido que tomarse después de semejante sobredosis de Andrabaltza...¡pobre!
Es un alivio el que no haya tenido que soportarme como profesora ¿algo es algo ¿no cree?
Lo que sí le ruego es que tenga a bien dejar a mi calidoscopio tranquilo. Me gusta así escaso de "e"(como de andar por casa). Me asiste el derecho. ¡Mire al diccionario!
Ladran,luego cabalgamos.
ResponderEliminarA Andrazuri: Solamente tres breves consideraciones vacías de retórica a su comentario contra(que no del) artículo de B. E. titulado "Como decíamos ayer"
ResponderEliminar1º.-Me llama poderosamente la atención lo muchísimo que sabe usted de las clases de Begoña sin haberla tenido de profesora según usted mismo comenta...¿no será vd. adivino?
2.-En la teoría sobre los tipos de argumentos se habla de "las falacias" como los "no argumentos" y concretamente un tipo de falacia que se ajusta a su comentario es el de "ataque personal" ¿No tiene argumentos sólidos que ha de recurrir al ataque personal?
3.-Para terminar, en distintas ediciones del diccionario de la Real Academia de la Lengua española aparece lo siguiente: "calidoscopio": tubo que contiene varios espejos...y si se consulta en "caleidoscopio", nos remite a "calidoscopio". A buen entendedor...
A Andrazuri:
ResponderEliminar1. Efectivamente, también a mí me sorprende lo mucho que usted sabe sobre la forma de enseñar de Andrabaltza para no haberla tenido como profesora.
2. Y qué lástima, yo tampoco tuve el privilegio de ser su alumna. Pero por lo mucho que se aprende con ella en una tarde de café y charla, intuyo que con ella hubiera entendido mucho mejor aquella asignatura que se me atragantó hace treinta años.
3. No conozco a nadie de mi entorno con vocabulario más preciso y exquisito que el de Andrabaltza. Si a tener el don de encontrar la expresión exacta para un sentimiento, pensamiento, instante o idea usted le llama "cursilería", hágaselo mirar. No se trata más que de una diferencia cultural y de carácter. A los hispano parlantes de este lado del charco nos hace falta aprender mucho de los del otro lado. Además, por ese juicio que usted realiza se deduce que la escritura ha de ser cursi desde Julio Cortázar a Juan Rulfo pasando por un par de premios Nobel.
4. Uno no tiene derecho a sacar faltas a otra persona cuando con una primera lectura he comprobado que usted también tiene hambre y se ha merendado unas cuantas grafías, además de otras marcas de prosodia mal colocadas, alguna minúscula que sigue a un punto, algún espacio de menos... En fin, todos cometemos errores, pero es más fácil ver la paja en el ojo ajeno.
5. Tras un breve y ligero análisis de su texto sólo hay algo que rezuma de entre sus balbuceos: una ensalada de ira y envidia. Achacar a Andrabaltza de falta de carga intelectual es igual que aquella afirmación sobre que en Irak había armas de destrucción masiva.
6. Qué difícil es transmitir el conocimiento humanístico entre jóvenes enganchados a lo inmediato; que exhiben una falta de respeto que han traído aprendida de casa o de la calle. Es misión imposible hacer competir a Sócrates y Baroja con el Whatsapp o el rímel; nadie en la escuela les ha enseñado a maquillarse o a usar el móvil... Y, sobre todo, qué difícil bregar cada día y cada hora con una treintena de alumnos de todos los colores y caracteres entre quienes siempre hay media docena que llegan dispuestos a reventar la clase. La de Andrabaltza y la de cualquier otro maestro.
7. Por último, y generalizando, no es culpa de la maestra o maestro (término que reivindico en detrimento de "profesor" o "profesora") la mediocridad del alumno. La persona del maestro está ahí para transmitir conocimiento y dar herramientas y técnicas de aprendizaje. Pero la actitud hacia el conocimiento del estudiante proviene de su propia casa, donde se creen que la responsabilidad de la educación y formación reside única y exclusivamente en la escuela. Y no, el 50% recae en los padres y, desde la perspectiva que da la pizarra, se ve claramente dónde hay o no una actitud responsable de la familia. Si quiere le cito el ejemplo del cerdo, la gallina, la implicación y el compromiso.
Y nada más. Un cordial saludo.