domingo, 13 de septiembre de 2015

Pedro Páramo, un libro inagotable.






 Esta brevísima novela que Borges calificó como "obra maestra" de la literatura del siglo XX y García Márquez como la que "más profundamente lo había conmovido" junto con  "La metamorfosis" de Kafka, es un libro inagotable.

Fuente de incontables traducciones, ediciones, interpretaciones y conjeturas, "Pedro Páramo" mantiene su enigma y capacidad de perturbación, intactas. Podemos leerla una y otra vez y nunca estaremos seguros de haber entendido. Una voz resaltará sobre las demás, otras se convertirán en murmullos pero nunca estaremos seguros de que la próxima vez no sea diferente: hay que haberla leído  más de una vez para darnos cuenta.

En mi adolescencia, cuando la leí por primera vez siguiendo el consejo de mi profesor de literatura, me enamoré de la voz de Susana San Juan, al menos yo creía que era la de ella... (luego descubrí que en mi recuerdo le había atribuido el monólogo de Dolores Preciado) Tal vez me traicionó su aura romántica. Ella y Pedro Páramo quedaron en mi subconsciente como protagonistas de la primera lectura de una chica de 17 años: acababa de leer "Cumbres borrascosas". En vez de por páramos y entre brezales, Páramo y su amada deambulaban en un momento compartido de la infancia; aquella en que ambos enarbolan una cometa, mano sobre mano, con esa sensación de eternidad que los niños a veces tienen. Me encantó la suerte de venganza que parecía destilar el libro: ese caudillo cruel y fiero, desleído en ternura por el amor a una mujer que ni quiere ni puede ser suya. Esa Susana San Juan con los ojos y el alma para adentro, desvariando entre brumas, tenía el poder de vengar matando a Pedro Páramo de melancolía, a los traicionados, a los asesinados...A todos aquellos a quienes el patrón había aplastado con su suela inclemente, simplemente musitando...Florencio.

Era mayor cuando volví a la novela y fue entonces cuando se me hicieron fuertemente presentes Miguel Páramo y el padre Rentería. Uno, por su caballo "el colorao" que como a "El caballero de Olmedo" lo lleva a la muerte una noche de luna. Yo veía la galopada, la decisión brusca, la cerca, la caída y... el caballo que vuelve solo. Esta especie de Juan Tenorio mejicano, "hijo de su padre" , tenía algo de personaje trágico aunque no más fuera porque era sujeto de una especie de oráculo...
El padre Rentería me interesó más. Me pareció el único personaje en que se siente vivo el tormento de la fe, las razones, la sangre, la pequeñez  y la introspección incesante. Me hizo recordar el talante, sin la humilde grandeza, de el cura del "Poder y la gloria" de Graham Greene. Esos curas de la época de " La Revolución cristera" tan humanos y  tan corroídos por esa lucidez subconsciente de que el infierno está en la tierra. Me pareció sin dudarlo, el personaje más complejo de la novela.

Sin embargo, creo que fue la madurez la que consagró la lectura si no definitiva, la que ha prevalecido. Descubrí  que lo inquietante, lo profundamente original es que con su obra, Rulfo nos entrega el mapa de la tierra en la que viven los muertos. Escuché  tal vez por primera vez el coro desacompasado de voces que fluyen de las tumbas. Esos fragmentos llevados por un viento que es pura ilusión, como lo son los caminos, el paisaje y las historias. Gris y yerma es la tierra de los muertos. Nada hay en ella sino memoria apenas balbucida.

La voz de Dolores Preciado que recuerda persistente a la Comala de los trigos y la brisa, a la del agua y la luz, se me hizo cercana. Me deleité escuchándola y como su hijo Juan Preciado, me dejé seducir por ella y emprendí el camino a Comala para ver aquello que una vez ella vio. Pero igual que Juan, descubrí que en Comala no quedaban sino voces y trasgos que  nos matan de espanto. Me fue dado ver la otra cara de la eternidad, esa que que quien vuelve a Comala como Juan Preciado, descubre de una vez y para siempre que es el infierno. Y desde entonces sabe que el destino de la vida no es otra cosa sino convertirse en el soliloquio de muertos antiguos condenados a recordar un fragmento ni siquiera elegido, de lo que una vez les tocó vivir. Penan en voces que van de una tumba a otra relatando algo que no parece tener sentido porque entre ellos no hay posibilidad de diálogo. Están quietos, constreñidos cada uno en su sudario. Unos recuerdos rebotan contra los otros eternamente aislados: cada uno solo en su monólogo.

Leyendo, transitamos como lectores-Dante esos círculos de los que no existe salida, ya que no aparece por parte alguna un Virgilio que nos guíe. Cerramos el libro sintiendo que esa será también nuestra eternidad: convertirnos en voces que  murmuran incesantes por los siglos de los siglos un retazo de lo que fue la vida en la tierra de las espigas. Me ha quedado sonando la voz de Dolores Preciado, para mí la más hermosa hoy por hoy:

" Hay allí, pasando el puerto de Los Colimotes, la vista muy hermosa de una llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro. Desde ese lugar se ve Comala, blanqueando la tierra, iluminándola durante la noche Y su voz secreta, casi apagada, como si hablara consigo misma...Mi madre.

 Nuestro infierno... ¿será esa terrible nostalgia de los tiempos del paraíso...? ¿de un paraíso que ni siquiera supimos que era...?

"Allí me oirás mejor. Estaré más cerca de ti. Encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que la de mi muerte, si es que alguna vez la muerte ha tenido alguna voz" Mi madre... la viva.

A veces, ciertas noches, en las que despertar me es tan trabajoso como alzar una losa, siento que he estado deambulando yo también en el Reino de los muertos. Que emerjo entre voces, con los oídos de mi psiquis saturados de llamadas, retazos de secretos, susurrantes razones, pisadas, golpes, algún monólogo casi inteligible que me azota el alma...
-¿Oyes, el dulzor de los álamos cuando cae la tarde y recogemos nuestra labor y apuramos a los niños para que suban...sientes...?- 
Y yo, entonces, tiendo a volverme aunque sé que en mi Comala hace tiempo, álamos y niños no son más que una voz apagada como la de Dolores Preciado.

Cuando un libro se convierte en una suerte de rayuela para nuestro subconsciente, cuando nos lleva  una y otra vez a tirar la piedra intentado acertar sabiendo que no, que siempre quedaremos apenas cerca pero más sabios, estamos frente a un gran libro, un libro imprescindible, un libro que hay que leer

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