..."Pero había una condición, ella jamás podía preguntarle como se llamaba o de dónde provenía...
En los cuentos y leyendas que a veces nos contaron o leímos en aquellas tardes de lluvia de nuestra infancia, se esconden arcanos emocionales que cuando éramos niños se nos fueron entregando como bellos enigmas que más tarde, se han ido desvelando uno por uno a medida que vivíamos... Esas hermosas mujeres dormidas que esperan un beso para revivir, esos malvados, vencidos simplemente por la fuerza de la ternura, se entrelazan con la inmensa tristeza de aquellas pequeñas tragedias que nos hicieron llorar un día...El soldadito de plomo, La sirenita, La pequeña cerillera...manifiestos dolorosos que también nos enseñaban de la vida.
Existen entre estos cuentos tristes de infancia, un tipo de historia que siempre me ha intrigado por la dureza esencial de su desenlace. El mejor ejemplo que conozco tal vez sea la leyenda de Lohengrin, el también llamado " Caballero del cisne"
El motivo básico de esta leyenda se repite tanto y en tan diversas culturas, que pienso que lo que allí ocurre, quiere expresar algo que pertenece a nuestro inconsciente colectivo, que es parte de un fenómeno que se hunde en la entraña misma de nuestra estructura emocional y que nunca termina de entenderse como no sea mediante el símbolo o la metáfora.
El esquema básico de la historia es siempre el mismo: Advertencia previa y transgresión que se traduce en ruptura súbita.
La historia comienza con una relación inicial que se adivina feliz pero cuya continuidad está sujeta a la condición que pone uno de los dos protagonistas que forman una pareja. A veces es ella, a veces es él, ( el Caballero del cisne) quien advierte acerca de la importancia de no pronunciar determinada palabra, de no hacer jamás determinada pregunta... Las advertencias son de la más diversa índole pero ninguna parece muy difícil de respetar. La condición es aceptada (se supone) y con ello, se da inicio al desarrollo de una relación en que la confianza y el cariño entre ambos no hacen sino acrecentarse hasta que...
...desgraciadamente y sin aviso se produce inevitable, el momento en que uno de los protagonistas, no sabemos si engañado por esa traicionera sensación de impunidad que suele producir la asiduidad o simplemente porque ya no recuerda aquello que una vez se estableció como límite, murmura la palabra, hace la pregunta prohibida y con ello... desencadena el desastre.