martes, 9 de octubre de 2018

Este otoño subí a los almendros....




Para mi amiga Loli Jiménez que me enseñó el camino.


Este otoño subí a los almendros.

Fue allá  por tierras cerveranas de la Rioja baja, casi en la raya con Soria.

Salí de casa a media mañana y después de seguir a lo largo de mi calle desierta, enfilé la cuesta que lleva al cementerio y más arriba después de sortearlo, a los almendros.
Mientras subía, iban cuajando frente a mis ojos palabras que muchas veces había murmurado a solas... veía almendros circundados por "montes de violeta, cárdenas roquedas, grises alcores..." Almendros "sobrevolados por rapaces"
 Veía almendros viejos arraigados a una tierra perfumada y casi piedra. Almendros a la buena de Dios, de esos que nadie cuida, casi olvidados y sin embargo, cada año tercamente generosos.

Llegar al fruto cuesta.
Hay que sortear las finas ramas que arañan, afirmarse bien en piedras que ruedan fácil, sortear el sol de frente.
Coger la almendra a mano desnuda disfrutando de las gotitas de resina y del suave caparazón que las viste es un regalo para la mano ávida. 
Mientras caían en mi mochila limpias, pulidas y constantes, entre las ramas negras yo vislumbraba un poco enceguecida por el sol, el paisaje que Machado cantó y yo llevaba tatuado en mi memoria poética desde que era una muchacha.
Almendra a almendra iba haciendo mío lo bermejo, lo cárdeno, lo nítido...
Me pinché con el espino blanco ya vuelto puro escaramujo  y entonces, allá arriba en los almendros volvieron los romances-
Pensé que por esas sendas un día cabalgó la Doncella guerrera de vuelta a casa,
que en lugares como estos el conde Arnaldos se secó la frente y Gerinelda bebió agua fresca...
Me acorde de la pobre princesita y su enamorado....

..." della naciera una garza,
dél un fuerte gavilán
juntos vuelan por el cielo,
juntos vuelan a la par..."


Mi bolsa se iba llenando lenta...
Quería el placer de atrapar el fruto difícil...
 Algún intento fallido me golpeó la frente y me bajó de las palabras...
Otras tentaciones se empecinaron en que subiera más la difícil colina, que me arriesgara más con las piedras rodadas y los espinos...
 Recogía la almendra y poco a poco entraba en otros mundos...
La mano morena de una fenicia del tiempo viejo se superponía a mi mano: cogíamos con cuidado la misma almendra. El tintinear de sus pulseras y allá arriba un buitre solitario que cruzaba hacia el norte, acompañaban el gesto de dejar caer el mismo fruto en dos bolsas distintas...
y era doble vida la que vivía.

Veía a la bella malmaridada huir por las rudas peñas...

Sentía el crujir de la ballesta y hasta me pareció por un instante que el paso furtivo del morisco huido me acechaba...

Cuando bajé de los almendros traía mi morral repleto.

Extendí  las almendras sobre un paño blanco frente a la ventana que da al Mediano para que el sol que ahora desnuda mi parra, las cubriera.

Y sentí que había vivido una de esas aventuras tan intimas que solo escribiendo nos atrevemos a contar.