viernes, 23 de diciembre de 2011

Carta de Navidad a mi padre.


Querido aitatxu:
Tú me conoces. Sabes que desde siempre cuando me baja la pena, esa que me pertenece como la bajamar o el menguante a sus respectivos, me levanto en medio de la noche y camino hacia la cocina en busca de mi salvación en forma de  manzana verde que cruja: una Golden Smith de buen calibre.

  Y... mientras me la como a cachos chorreantes leo unas líneas del libro de turno,

sábado, 17 de diciembre de 2011

Utopía




Un  vuelo más...
¡un vuelo de mañana!
Tocada del relente de la luna
acariciar gritando escandalosa
un poquito de verde
y sentir...
sentir con dulzura mi antiguo nombre...
golondrina

jueves, 15 de diciembre de 2011

Regreso a Guinea




Regreso a Guinea- de La Fortune Félix

“La nostalgia es el sufrimiento que produce el pensar en algo que se ha tenido o vivido” leo en mi lacónico diccionario y me doy cuenta casi de inmediato de que no es necesariamente así. No se trata siempre de echar de menos lo vivido,  ni de sufrimiento a secas. También se puede sentir una profunda nostalgia por lo nunca vivido. Por otra parte, hay mucho de deleite en ese giro hacia atrás, ya que la nostalgia es siempre una extraña fiesta que se produce en nuestro espíritu, cuando mágicamente y casi por asalto nos encontráramos pisando el umbral de una casa muy amada... al conjuro de un perfume de humo otoñal, una foto que encontramos de repente, una fecha, una canción que suena al pasar bajo una ventana...

sábado, 10 de diciembre de 2011

Cuentas finales.






Y...después de las cifras
quién pone el signo
echa la raya y...
suma o resta.

Quién establece el total y lo subraya
y...quíen corrige y pone
la X o el V a semejante resultado...

sábado, 26 de noviembre de 2011

Fábula del cordero



No recuerdo exactamente cuando escribí este poema. Lo encontré perdido entre mis papeles  pero, aunque haya olvidado la circunstancia, tengo por seguro de que se trata de "un ajuste de cuentas", otro de los deliciosos placeres que proporciona la poesía: un poco de maldad. Sé que el título es feo, absolutamente antilírico. Tiene que ser así...una pena para quienes creen que el reino de la poesía es la de "lo bello".



Siempre balando.
siempre deambulando en medio de lobos y
hielos invernales...
¡Pobres corderitos pascuales!
(cuidado...¡cuidado! )
una siempre se endeuda
con sus miradas húmedas
con su vellón como motitas de nubes
 con sus débiles, temblorosas patitas
que terrenos pedregosos y lobos babeantes
a punto siempre están... de lacerar

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Esa suerte de inconsciencia...




Nunca sabe una a través de que extraños recovecos cuajan de repente las ideas claras y distintas, cómo adquieren de pronto su encaje lógico... ¿Qué tendrá que ver la réplica inesperada de un viejo sabio a su autosuficiente aprendiz, con la súbita decisión de un soldado republicano en retirada?

 Escuché hace unos días un relato que intentaba explicar la poesía oral, eso que en esta tierra se llama bertsolaritza… Un aprendiz interesado en dominar el arte del verso, acudió donde un maestro en el tema y le pidió la fórmula (siempre andamos pidiendo formulas y atajos)...pero el caso es que éste como todos los sabios que en el mundo han sido, le recomendó un ímprobo trabajo… debía viajar a un pueblo detrás de la montaña más lejana y una vez allí, escuchar las palabras que murmuraban no sólo los habitantes, sino también los animales, el río, los senderos, y hasta el polvo y las piedras, el tiempo necesario para aprenderse todas y cada una de ellas. El joven lo hizo así (los aprendices de buena raza suelen hacerlo)…se demoró largos y fatigosos  años pero al fin, escuchado  y aprendido todo de memoria, volvió junto al anciano para recibir su beneplácito. Fue entonces que supo que la tarea aún no había acabado… ¡ahora tienes que olvidarlo todo! le dijo socarrón… solo entonces brotarán los versos.

Pero por qué tiene una que “olvidarlo” todo ¿Qué se consigue?

Estos últimos días me he llevado conmigo la pregunta a todas partes  y no sé bien por qué en una de esas curvas de la mente, me topé con el protagonista de “Soldados de Salamina”, aquella novela que leí después de superar un prejuicio arraigado (era un bestseller casi de kiosco) pero tenía un nombre ¡tan hermoso! Recordé al rotoso republicano que cantaba “Claveles de España”,  a aquel soldado anónimo en retirada que frente al enemigo acezando de miedo, grita mientras lo ve allí escondido, resignado ante la fuerza de las cosas -¡Aquí no hay nadie!- 

 ¿Por qué lo hace? ¿Por qué no lo descubrió, si era lo lógico?

Hoy, mientras caminaba hacia el colegio, he barajado las historias... esas preguntas giraban en un rincón de mi mente en sordina y de pronto me di cuenta que el hilo que unía las dos historias, era algo que tiene que ver con la cuestión que me ocupa. Se trataba de imágenes de  ese impulso natural e interior que provoca una acción o un sentimiento, sin que se tenga conciencia de la razón a la que obedece y me di cuenta entonces, de que esa suerte de inconsciencia que tantas veces nos sorprende por lo certero de su manifestación, es cualquier cosa menos impulso biológico. Que si se asienta en algo, es en una suerte de automatismo, fruto de un largo aprendizaje.

La vida y sus dilemas no suelen dejarnos tiempo para la reflexión. Los momentos decisivos suelen tener algo de trance. No solemos poder decir… “espera, tengo que pensarlo”… La vida no nos da tiempo, pero sin embargo, nos obliga  a reaccionar y luego  nos juzga y nos hace responsables.  ¿Cómo acertar?

 Yo, a “esa flecha que da en el blanco”, la llamaría instinto.

 Pero para haber internalizado algo de tal manera que surja instantánea y sin titubeos en el momento decisivo, es necesario haberlo aprendido de tal modo, que se haya convertido en parte inconsciente de lo que somos...

El instinto humano es fruto del hábito y de la imaginación. Solo podemos reaccionar de cierto modo, si antes “nos hemos visto” haciéndolo... Creo que con la formación del instinto, la literatura  y la historia tienen mucho que hacer. El instinto del que yo hablo, se forja en el aprecio por ciertos tipos humanos y en el desprecio por otros.

Si antes hemos sido Don Quijote y nos hemos batido con los molinos de viento… si nos ha admirado profundamente Carlota Corday apuñalando a  Marat… si nos hemos quedado hasta el final conmovidos con el niño y su padre en “Ladrón de bicicletas”… entonces es posible que brote  en nosotros ese instinto, aun cuando hayamos olvidado las historias, los relatos, las lecciones, quizá precisamente porque las “hemos olvidado”.

Es posible que esa “decencia” que se impone en todo ser humano de bien, cuando no ha tenido aún tiempo para sacar cuentas de las ganancias y pérdidas de su acción, sea justamente fruto del instinto en que su educación “olvidada” ha cuajado y, con respecto al papel que cumple en nuestra vida, yo diría que  es el mismo que en el arte del poeta que debe improvisar en un certamen de bertsolaris. Allí, al conjuro del tema, como por arte de una magia que no es magia sino puro instinto, el verso brota.


jueves, 10 de noviembre de 2011

Recuerdo de los días de Italia


Campiña italiana

  


Los seres humanos tenemos la suerte de poseer una facultad que es fuente de no pocos dolores pero también, de sobreabundantes deleites. Es dulce poder "volver"otra vez a ese tiempo dorado en que se fue tan profundamente feliz. Yo tengo la suerte adicional de poder traducir mucha de esa emoción en palabras. Cuando esto ocurre, la poesía se transforma en algo así como un "punto de lectura" que pongo entre las páginas de mi vida, para que no se me olvide y poder volver una y otra vez...
Yo fui muy feliz en aquellos días de julio de año 98 en que recorrí Italia a bordo de un seat Ibiza, acompañada de un hombre al que amo y me ama todavía...



Di…Te acuerdas de Orvieto
la frustrada delicia…
Te acuerdas que fue nuestra
la laguna…
que era fácil quererse por las tardes
de fuente en fuente…
de colina en colina
vestidos de presente habitual
pluscuamperfecto...

Recuerdo…
que eras hermoso
tendiendo mis enaguas
que eras dulce a mi lado en la ventana
anocheciendo en silencio hacia Florencia…

                                    febrero de 1998

jueves, 3 de noviembre de 2011

De Gracias...Caridad.









 Gracias es una palabra de color guinda... y para darse cuenta de su delicioso sabor, hay que escribirla entre signos de exclamación... por supuesto no me estoy refiriendo a la gris desvaída, esa que emitimos automáticamente por pura cortesía, sino a la que nos brota del alma,  impensada y excesiva como toda emoción que se respete.



 El agradecimiento genuino, solo surge frente a lo gratuito que se nos brinda, aquello que se nos da por deber, como justamente “se nos debe”, no produce en nuestro interior esa pequeña revolución gozosa. La entrega de lo debido, produce acaso una cierta inclinación de cabeza, un reconocimiento del otro como persona con sentido del deber, una distante sensación de respeto...en cambio ese, ¡gracias! al que me refiero,  solo puede suscitarlo aquello que lleve adherido ese  rabillo de añadidura, de gratuidad, de desmesura...



Interesada por este asunto de las etimologías, me puse a investigar un poco sobre el origen de “Gracias”: “gratias aguere” (dar gracias), que alude al reconocimiento y alabanza que produce “en todo bien nacido” que hubiera dicho mi madre, la sensación de reconocimiento por el favor recibido. Lo que no sabía y me pareció profundamente sugerente, es que existe un vínculo aún más antiguo entre Gratus y gratia, que tienen la misma raíz indoeuropea, que genera en latín un préstamo literario que es Charites y que se refiere a las “gracias” con sentido de elegancia, atractivo, encanto, donaire, garbo, hermosura. De ella deriva la palabra Caridad, (Charite) de dónde proviene también,  caricia.



Creo que este vínculo se traduce muchas veces de manera inconsciente en nuestras emociones y se exterioriza, producto de un inconsciente colectivo que ha ido cuajando en siglos de cultura, en expresiones que utilizamos sin caer en la cuenta de su tremendo poder decidor. Así ¡Gracias!, goza de buena salud entre nosotros y es una palabra casi consagrada por la buena educación, de la misma manera que “gracia”, caracolea por nuestro idioma toda pizpireta, ella. Vean si no la cantidad de expresiones que  jalonan nuestro decir... “me haces gracia”,  “estás llena de gracia”, “me caes en gracia”... Esta “gracia” se viste  de púrpura, amaranto, lilas claros.



Pero la pobre palabra “caridad”  está vestida de ceniza. Ha perdido prácticamente todo prestigio y se ha hundido en la connotación negativa, que apunta a esa  actitud de insoportable tufo paternalista, que la ha dejado vestida de harapos. Perdida en los registros de una religión anacrónica, es una palabra permítanme que les diga, injustamente tratada, porque si entendemos bien el juego de los sentidos lingüísticos, tendríamos que  aceptar que practicar la caridad, no es otra cosa que  ejercer las “gracias” , es  decir; vivir la vida... acariciando.



Habíamos quedado en  que lo que inspira este movimiento del corazón, que se traduce en  ese dulzor que brota inevitable ante lo que se nos brinda sin que lo merezcamos  y que nos lleva  a responder siempre gritando, aunque sea en silencio... ¡gracias!  es esa fineza de la vida, ese garbo con que se nos manifiesta a veces. La belleza del mundo se expande entonces (cuando lo hace), en un derroche que pareciera “agraciarnos” solo a nosotros.... Allí arriba en la montaña mirando ebrios hacia el valle,  nos sentimos a veces desbordados por algo que nos parece no se nos debe y sin embargo se nos otorga. Lo mismo nos sucede cuando sobre nosotros se despliega toda una fuerza, que exige que existamos y nos sostiene.... también cuando nos sentimos perdonados, abrazados hasta la médula, sin ni siquiera haber pedido perdón. La vida entonces  practica la caridad con nosotros, no la justicia.



Practicar la caridad es  dar ocasión a que una gratuidad misteriosa se despliegue. Es suscitar en el ánima de los que nos rodean, ese desborde que nos llena la boca y el corazón del sabor de las cerezas maduras... (aquí por favor, que cada uno imagine el sabor que prefiera para que me entienda).



Por esto sugiero, que dejemos  por una vez, Caridad abandone la cocina, se vista de gala, acuda a palacio y baile hasta la media noche... aunque la inexorable historicidad de las palabras, la obligue a volver junto al fogón y nosotros volvamos a olvidarnos de su oculta hermosura...



Agradecer, ser caritativos, acariciar,  son palabras de distinta fortuna, para nombrar algo que no ha cambiado en el ser humano, desde que conquistamos la autoconciencia. Es bueno recordarlo a veces.




sábado, 29 de octubre de 2011

Ciprés

           


Hace unos años, de visita en el Monasterio de la Oliva en Navarra, después de quedarme largo tiempo frente a la luz de la mañana, minimal ornamento de la iglesia cisterciense, salí al jardín. Recuerdo siempre la conversación que mantuve con el jardinero, un monje jovial que me explicó el secreto del ciprés. Fue un rato delicioso a la vera de una hilera sombría y magnífica...
El cipres es un árbol que, para que crezca afilado y compacto, necesita un cuidado constante. Se deben sacrificar las ramas internas para que las exteriores suban...No todo ciprés es un "ciprés", me comentó el monje, mostrándome un ejemplar casi tan bello como el de Silos...¡Algunos lo consiguen!- agregó con una sonrisa serena, mientras me regalaba un fruto que yo guardé  y todavía conservo.

Desde entonces trato de conseguir ser ciprés, el más estoico y señero de los árboles.



Conseguido ciprés
de la poda y del empeño, fruto
Construcción esencial
                                                   de lo negado yergues                                                   
                                                   ufano la ecuación...                                                      
Tú, árbol-resultado.


Viéndote...
se desprecian
las ramas antojadas
los brotes perezosos
el ocre que no sabe
de la avidez del verde...

Y queremos la grandiosa tijera
de un Dios absorto y mudo
tajeando sin clemencia complacencias
para dejar desnudo
el purísimo factor
enarbolado.

sábado, 15 de octubre de 2011

Elegía rabiosa



A Kuttun

Hubo una vez en que yo tuve un amor, un gran amor, que llenó mis días y se impuso imperiosa a mi corazón con la suavidad y capricho de su carácter. Era audaz y flexible, autosuficiente y habladora...amaba el calor, las libélulas y las hierbas altas. Era la dueña de mi cama y mi regazo ...Se fue, un día como hoy en que el otoño empezaba, a vivir su vida intrépida como todos los días ...Se fue y me dejó en la ventana la huella de su patita que se borró con el tiempo. No volvió porque...no pudo volver. Fue entonces que yo descubrí por primera vez el terrible sabor de la pérdida


Nunca más.
Ni en esta vida
ni en la otra, ni en la
que quiero inventar, ni
en la que gime ahogada
¡nunca jamás ya tú
mi muy querida!
En lo único que aún eres
es en la herida, esa que
yo acreciento con mi uña afilada para que no
de cierre. Escarbo, a veces
despacito, otra
¡a dentelladas!a
a arañazos, a golpes
¡para que estés ahí
en lo rojo, en lo que duele, para que duermas ahí
y te afiles las uñas
y comas y bebas
despacito...para
poder besarte y olerte y
alzarte hasta mi cuello
para poder llamarte y
¡qué vengas... que vengas!
hecha daga que mi mano
revuelve...

jueves, 6 de octubre de 2011

.En villa Borghese….


Estatua de Byron en Villa Borghese



En villa Borghese

estarán murmurando las estatuas...

Byron se sentirá arropado

por la hojarasca ...

y una mujer de negro

cruzará en diagonal...

es mi fantasma.

domingo, 2 de octubre de 2011

Acerca de "estar a la altura"





 A veces, en el giro de una conversación, en medio de una página, en la sonoridad de una palabra, me detengo llevada por una especie de anhelo de juego…
Me gusta tirar de la punta del hilito que queda asomando en el ribete de algunas palabras para llegar  hasta donde pueda o me deje.
Hoy voy a jugar un poco con la palabra “altura” porque es de verdad muy interesante, como detrás de expresiones tan usuales entre  nosotros como “tener altura”, “estar a la altura”, “ponerse a la altura”….late una acepción de la palabra de la que no solemos percatarnos de inmediato. Me  refiero a la noción de “excelencia” (aquella que hace que algo sea digno de  respeto y aprecio) y que se adhirió a nuestro lenguaje por influencia de la  filosofía griega.
Conseguir altura, en este sentido implica un ideal de ser, al que lo  que “es” debe intentar alcanzar, para serlo en plenitud de sentido. No se nace “a la altura”; se consigue…a veces. Vivir humanamente para los griegos,  implicó una tarea en la que  el ser humano debe empeñarse mientras vive si quiere estar a la altura de un anhelo profundamente adherido  a su naturaleza.  Este es, el de salir de la caverna (este mundo imperfecto nuestro donde lo bueno y lo malo se mezclan inexorablemente) para subir hacia lo alto, allí  donde está la luz y podemos vislumbrar lo bello y lo bueno sin mácula. La ascensión no termina allí, es necesario subir más alto aún y mientras escribo esto ,es inevitable que venga a mi memoria aquel “Ata tu carro a una estrella”, lema de mi liceo santiaguino que  adornaba el escudo de mi uniforme y que tan hermosamente traducía ese ¡Sube! de  Platón. Esta subida es una dura tarea que no tiene únicamente un sentido  teórico: los griegos querían justamente saber para “estar a la altura”. Esto es: para poder actuar de acuerdo a ese Ser que no era ya una caprichosa  construcción de la imaginación, sino el descubrimiento de una inteligencia  profundamente apasionada que exigía coherencia vital. Los griegos amaban la  integridad.
Todos los mitos griegos de una forma u otra  dejan claro que esa que  lleva al cénit, no se trata de una subida fácil y sin consecuencias. ICARO  cayendo a plomo con sus alas quemadas, tal vez sea el mejor de los ejemplos de  lo que tal subida puede implicar para el alma incauta porque, no es solo subir  hacia lo alto el asunto sino también, mantener el impulso y la dirección.
El viejo Platón, el poeta de los  filósofos antiguos, nos dejo el más hermoso de sus mitos para intentar explicar  el programa de este intento. Se trata del mito del “carro alado” Así…cada uno  de nosotros es semejante a un carro alado del que tiran dos briosos corceles y dirige un auriga. Su destino; el cénit de la bóveda celeste  y las dificultades: todas.
El carro es alado pero el tamaño de las alas varía, ya veremos que es  lo que hace crecer las alas. Los caballos simbolizan nuestras emociones,  formidables fuentes de energía, dóciles o díscolas según la lotería genética  (el temperamento se hereda). El auriga, finalmente, representan eso que  vulgarmente llamamos razón o entendimiento. Puede ser avezado o indolente,  débil o voluntarioso,..Las variantes  y sus combinaciones son legión y en definitiva, de él, del conductor del carro  depende  que el carro suba hacia la altura sin perder la dirección, se pierda o incluso se precipite hacia abajo.
Cómo podemos saber si “estamos a la altura”, si “nos hemos puesto a la  altura”. Platón, es claro al respecto: Si actuamos con armonía, si hay gracia  en nuestra subida, si dejamos algo así como una huella elegante a nuestro paso.  Más claro: si somos templados, si tenemos coraje, si actuamos con  prudencia. Llegada aquí, me pasa que topando  con la palabra prudencia, sé de antemano que más de alguno de mis lectores  tenderá a echarse para atrás puesto que sentirá que le punza un no se qué de mezquindad que le ha quedado adherido al termino desde que los desaforados  románticos hicieron irrupción en nuestra cultura. A mí me gustaría echarle un  cable a la más bienamada de las virtudes griegas y decir que prudencia no es  otra cosa que marcar rumbo, aflojar o dar rienda…que se trata de una virtud  “sin contenido” en sí misma pero que lo es todo en un viaje hacia la excelencia…luz, brújula, sextante, intuición…Quien haya conseguido ser  prudente es alguien que siempre “estará a la altura”. Es decir; mantendrá la  dirección hacia y lo bello y lo bueno y estos se traslucirán en su ascenso.  Tarea de muchas vidas, tan problemática se presenta.

Una nota a pie de página: El mito habla de un carro alado. Pues bien  hay algo que hace que las alas del carro crezcan y la tarea se haga liviana y  gozosa. Se trata del amor, la más poderosa de las emociones humanas, Cuando lo  sentimos el carro sube con tal ímpetu que es necesario que el auriga sostenga  las riendas con pericia para aprovechar el impulso…y no sufrir un descalabro.
…Me resulta fascinante tomar conciencia de la profundidad en que se  asientan tantas de nuestras palabras y cómo, tirando un poco de su historia podemos conseguir a veces que recobren algo de su altura.