lunes, 18 de marzo de 2019

De amores y muerte...( desahogo)





Ximut


"No quebrará la caña trizada, ni apagará la mecha que humea"
 Mateo 12:20



En mi subconsciente se están haciendo cita todos los animales que he perdido a lo largo de mi vida. Me llegan en pesadillas que me hacen despertar sobresaltada, pero que apenas abiertos los ojos es imposible  recordar. Toda mi sensibilidad queda tocada y cuando creo decir yo, son ellas mis heridas las que dicen...


El primer animal que perdí fue un cachorro negro al que envenenaron con vidrio molido. Aquella tarde nuestra casa de Montevideo tuvo algo de bajada al infierno.  Fue la experiencia más dura de mi infancia. No olvidaré nunca sus gemidos, ni la impotencia de mi padre, ni a mí que quedé por largo tiempo como de piedra. Jamás volví a saludar a ningún vecino. Jamás perdoné aquella muerte tan canalla.

 Vuelvo a vivir también estos días aquel verano aciago en que pasé días y días acariciando la tripita del segundo perro que tuve y  que murió de algún extraño mal que nadie supo diagnosticar: en aquel tiempo no vacunábamos a los animales. Aunque ya tenía unos 13 años, creía fervientemente en el poder de la oración así que recé con fervor, con aplicación, con esperanza. Fue inútil.

Desde ese momento nunca más volví a amar a un perro. Todo lo que viví a partir de entonces con los que tuve, no pasó de relación afable.

Después llegaron los gatos y con ellos, el amor de mi vida: la Kuttun. Aún hoy es el día en que recordarla me punza el pecho. Nos adoramos y nuestra entrega fue mutua y total. Mi regazo era su casa cuando volvía de sus correrías. Una tarde no volvió. Me dejó como regalo la huella de su patita en el alfeizar y a mí me hundió en la desolación absoluta.

No he podido volver a querer a ningúno de los gatos que he tenido. Hay algo que se rompe cuando ha sido muy herido. Algo en nosotros se protege fieramente contra el dolor de la pérdida.

Ahora, nuestro gato Ximut se está muriendo poco a poco. Ya no sale de su caja, no oye el agua correr, no se acerca al aroma de la comida. Asiste  a nuestra vida habitual con sus ojos cada vez más velados, el pelaje más húmedo, el hociquito cada vez más maloliente. Espera y no sabe lo que espera ... Mi sensación es de que se está pudriendo en vida....
Pero acepto así como no hubiera permitido que nadie sino yo decidiera por la Kuttun, quedarme  ahora al margen. Este gato no me pertenece: no lo amo suficientemente.

 Estos últimos días, cuando me levanto y le oigo el breve maullido, me asalta el ánimo la sensación de que esta manera de morir está de alguna manera, aplacando una mezquina necesidad nuestra: no queremos prescindir de "su presencia" cada día más insoportablemente degradada. Sin embargo, no me siento calificada para decidir: solo asisto.

Afuera llueve. Recuerdo cuando le abría la puerta hacia el jardín y salía gozoso para volver un rato después convertido en una fregona empapada y rozagante. Lo recuerdo extendido en las manchas de sol del verano jugando con libélulas, con su pelaje cálido impregnado de olor a hierba...  Lo veo viniendo a mí recién atusado para echarse en mi regazo mientras afuera el frío nos hacía suspirar de gozo en lo cálido.  Veo su pata entre mis páginas jugando a atrapar una letra señalada por mi dedo travieso...  Lo veo esperando para entrar en casa solemne y comedido. Lo recuerdo con su maullido de bajo profundo... Un gato dócil,  Ximut, seguro de sí mismo. Un gato feliz.

Si hubiése sido la Kuttun ¿qué hubiese hecho?

Cástor es su amo y ejerce. Le pone suero, le cambia su toalla porque ya no puede salir de su cesta, lo acaricia, lo tienta con bocados suculentos  que no son aceptados, lo acaricia, le habla y trata de convencerme de que no sufre, de que está tranquilo...

Yo, que soy de las que "quiebran la caña trizada" y arrancan la higuera que no da fruto" me desespero...


( Esto no es literatura; es puro desahogo y pena))

miércoles, 6 de marzo de 2019

Musitando el Cántico...




Tiene la poesía de Juan de la Cruz el regusto de los caminos castellanos. Toque de espiga y amapola... la sensación de lejanía del rebaño que sube quedo hacia los pastos altos. Su Cántico vibra con el polvo que desprenden las huellas a estampida que la amada va dejando en su pasar sediento de presencia... 

El poeta de los poetas, me embelesa mientras reclinada en mi cama de cara hacia el Mediano, voy musitando bajito su Cantar a medida que atardece...  Hizo suyas  en él, dos tradiciones embriagadoras: la de la Biblia del "Cantar de los cantares" y aquella de los Romances castellanos que su madre fue acuñándole en las entrañas mientras recorrían juntos tierras parecidas a las que contemplo ahora. De su mixtura nace la más profunda poesía de amor a lo divino y lo humano que se haya escrito en lengua española.

 El Cántico espiritual enseña que todo amor comienza con  una presencia que se impone y deja malherido a quien la siente. Deja claro que es la necesidad de recuperar el sosiego perdido, la que obliga a quien ha sido herida de tal manera a echarse al camino sin manto ni alforjas. Tras ese primer toque de saeta no hay cautela ni consideración que valgan. La prudencia y la moderación se sienten como ataduras endebles que con un simple tirón caen inútiles. El amor, si es amor, obliga a la carrera campo través sin vergüenza alguna. Una carrera que tapiza a la que corre de arrullos, tomillo, amapolas tronchadas, piedrecillas que se desprenden y hieren sus tobillos. Belleza que anuncia pero no dice.
La que ama solo puede detenerse cuando vislumbra lo único que de verdad puede saciarla; la "presencia y la figura" de quien la "ha herido"  Cuando la presa ha conseguido dar caza al cazador se hace presente el otro paradigma insondable del amor: la mirada que se cruza y que obliga a quien es así mirada a inclinarse en un gesto doloroso sobre la propia entraña.

La mirada deslumbra, la mirada hiere... Una alquimia tal se fragua en la entraña de quien  la soporta que el grito brota puro dolor y deleite. Una mirada así es insostelible..."Apártalos, amado, que voy de vuelo" grita la amada frente a ella,  pero si la mirada persiste, si los ojos no se apartan la que ama caerá en picado "hacia los dulces brazos del amado"...

El cántico espiritual no se lee; se vive. Cada vez que empiezo a decirme lento en la soledad de la tarde... ¿Adónde te escondiste, amado, y me dejaste con gemido... ?" siento el calor del polvo del verano en mis plantas  y un ansia incontenible me nubla el corazón y la cabeza.

Pero un amor sin palabras es seco. Se necesitan  decires por más que jamás alcancen a formular lo que de verdad queremos. Necesitamos palabras que agucen el deseo y que hagan percibir algo así como una senda, una luz, un horizonte en la espesura ... Ay, esas palabras preciosas y certeras como saetas, son la música del Cántico.

 El poema tanscurre apasionado. Ella se deja la piel en esta persecución a ciegas "sin otra luz que en la que en el corazón ardía"... 
Necesito entre silvas que el silencio me repose. Entra por mi balcón el aroma de la leña que se quema en algún hogar calle abajo, percibo el vuelo del buitre hacia su apostadero, los muñones  todavía desnudos de la parra que sube y se enreda en mi balcón... adivino el brillo de las primeras hojas de los álamos allá en la vega.  Su humilde belleza  calma la vena que en mí palpita frente a ese deseo desmesurado " o cristalinas fuentes, si en esos tus semblantes plateados formases de repente los ojos deseados que tengo en mis entrañas dibujados..." y una línea después ese grito incontenible...¡apártalos, amado, que voy de vuelo!  me obliga a cerrar los ojos y bajar la cabeza.

¿Se puede decir mejor el misterio del amor? Ahí está todo: el deleite, el terror de sentirte absolutamente vulnerable frente a quien amas.  El amor es un cazador furtivo y a la vez una presa  voluntariamente incauta.

Los placeres del encuentro tienen el color de las granadas y el sabor de los higos que deslíen. Las huellas se acompasan  y empiezan a subir hacia las cavernas, se adentran en la espesura y a su paso ruedan cantos sueltos aromados por el romero en flor... Los rituales de quienes ya son amantes son profundamente privados. En lo profundo se degusta el vino y la "cena que enamora" Sin testigos" se bebe el agua pura" , en la oscuridad de la caverna protectora " entrádose a la esposa.."  
Con la entrega nace la ternura. El amado ruega "cazadnos las raposas por que la esposa duerma más seguro..." Consumado el acto amoroso el cuidado se hace inevitable. Su manto la recubre, su mirada vigila su entorno. Es entonces también, consumada la unión, cuando El murmura a la que ama ese verso extraño y poderoso que a mí me obliga a profundas y siempre renovadas conjeturas...
"Debajo del manzano, allí conmigo fuiste desposada, allí te di mi mano y fuiste reparada... allí donde tu madre fuera violada..." 
El manzano, el árbol de la perdición y la lujuria se vuelve al conjuro del amor, lugar del más profundo respeto. Adivino unas manos que se unen sin presión alguna en un apasionado intercambio de promesas. Esas manos unidas inauguran un Paraíso en que la serpiente no puede tener cabida.

Entonces, por fin, todo se ajusta. la amapola recupera su tallo tronchado,  el corzo baja a beber...... El amor ordena el mundo y a su conjuro también mi alma puede bajar ya, sin miedo a las aguas...