lunes, 17 de abril de 2023

El pan






Tenía seis años aquel marzo. Mi padre estaba muy enfermo en Santiago y mi madre lo cuidaba. Yo me recuerdo sola aquella tarde con mi abuela, en Tejas Verdes.

Ella vestía batas de villela de florecitas pequeñas y siempre de fondo oscuro. Se ataban por delante y tenían unos cuellos deliciosamente suaves en los que el inicio de mi placer sensual se concentraba. Cómo me gustaba acariciar el cuello suave reclinada en su pecho sintiendo el suave olor a lavanda que ella emanaba…

Mi abuela tenía los ojos verdes y un moño color de plata. Siempre estaba sentada y yo la adoraba. Yo sabía que era frágil, que sufría del pecho, que le costaba andar, que jamás iba a ninguna parte.

Aquella tarde salí al descampado lleno de yuyos que rodeaba nuestra casa.  Estaba totalmente amarillo. Caminé un poco a la deriva como les gusta a los niños mirando las nubes y sus formas. Pensando si sería aquella tarde la  del fin del mundo como solían vaticinar las chicas de la costura que algunas tardes iban a trabajar a nuestra sala. " Vendrá cuando menos lo pienses" me decían, por lo que yo de vez en cuando, lo pensaba aplicadamente para que todo siguiera en orden. Debo de haber andado recogiendo algún  resto de vellón de oveja, alguna ramita caprichosa, alguna pluma de gorrión…Me gustaba guardar cosas en los bolsillos de mi delantal.

Llegué sin  proponérmelo a la casa “ de los negruchos” y vi  a la madre,  que en el patio junto al horno de barro, se preparaba para hacer pan. La masa hinchada reposaba en la artesa. Las gallinas picoteaban en el polvo y a lo lejos “ El Monte Calvario” empezaba a enrojecer. Me acerqué. Me sonrió con su sonrisa dulce y mellada y separó para mí un poco de su masa. Me lave las manos con agua del pozo muy densa y muy fresca que ella dejó caer sobre mis manos con una escudilla de aluminio. Luego, amasamos las dos. Ella hizo sus panes y yo el mío imitándola a conciencia. Antes de meterlos al horno, la mujer fue hendiéndolos suave con un tenedor  con sus manos cuarteadas y morenas. Después me pregunto para quién sería mi pancito.

Yo desde el primer momento había decidido que fuera para la abuela, mi abuelita  sentada allí en la sala con las manos cruzadas cara a la ventana, totalmente en silencio...

La madre de los negruchos me pasó el tenedor y yo con cuidado dibujé ondas.

Fue poniendo ordenadamente los bollos en la pala y el mío quedó en el medio. Entre la ceniza caliente quedaron los panes. Cerró el horno y nos pusimos a esperar. 

Descolgó las sábanas y la ayudé a doblarlas punta con punta. Regamos luego los alelíes y las malvas. Me sirvió un vaso de agua del pozo y un poco de harina tostada con azúcar. Nos sentamos después y yo le canté la canción del “mes de mayo, mes de mayo…” que le gustaba mucho. Cuando el pan estuvo listo ella lo sacó con su larga pala de madera.

Con un trapo blanco los fuimos limpiando, pero yo dediqué un cuidado especial al mío tan calentito y oloroso con sus rayas saltarinas...

Me lo envolvió en un paño para que no perdiera el calor. Fue entonces  que me entró la prisa ¡Da saludos a tu abuelita! escuché mientras corría hacia casa pisando yuyos.

Abrí la puerta del cuarto de la abuela.  En en la ventana se mezclaban los naranjas con los violetas y ella al medio en su silla alta de espaldas a la puerta. Sola, con su pelo brillante, con sus manos llenas de motitas pardas, con sus tobillos hinchados...¡Tan hermosa!

Me acerqué y puse el pan sobre su regazo con el corazón a punto de reventar de esa extraña mezcla de sentimientos que azota a veces el corazón de las niñas: ternura, temor de que no estuviera, un amor que me dolía por no caberme en el pecho pequeñito.

Abrió el paño,  tomó el pan y lo husmeó con placer. Yo mientras, le contaba como lo había hecho para ella. La abuela lo partió, ella que casi no comía se lo llevó a la boca.

¡Este pan es tan rico que me lo comeré inmediatamente: no puedo esperar la hora del café con leche…!

 Y mientras mi abuela comía lentamente mi pancito, yo  no sabía que estaba viviendo uno de los momentos en que más absoluta y perfectamente he sido feliz.