A quienes me seguís leyendo, un regalo especial junto con mi profundo deseo de que tengamos pese a los males que nos abruman, una Feliz Navidad!!
martes, 19 de diciembre de 2023
lunes, 20 de noviembre de 2023
Nani, Nani...
NANI, NANI...
( Nana para los niños y niñas de Gaza)
Para Amel.
Y …
si nos dormimos.
S
entís a lo lejos
el mar de jaspe...
la luna madurita…
cómo huelen las rosas
de Jericó.
Chupemos el gajo de naranja despacito…
Mirad como se irisa la noche
hay peleas de estrellas
hacia el desierto…
Nani, nani…na
Boquita de dátil, nani
Manita tiznada, nani
Ojitos de uva…
Nani, nani, na…..
domingo, 15 de octubre de 2023
Cansancio
lunes, 18 de septiembre de 2023
El camino.
Recuerdo la casita que trazaba cuando era una niña pequeña…
Tejado a dos aguas, puerta en arco, un par de ventanitas con parteluces, chimenea que humeaba hacia el horizonte y…un camino sinuoso que partiendo de la casa, se detenía por imperiosa necesidad en el borde de la hoja… El camino y la chimenea humeante eran lo más importante de mi dibujo: antecedentes ingenuos de la futura nostalgia.
Camino es una bella palabra llena de sugerencias de futuros aprendizajes. Una metáfora que ni siquiera es necesario explicar porque la aprendimos en todos los cuentos que nos contaron en nuestra niñez. Ese camino plagado de miguitas de Hansel y Gretel, el raudo que recorría ufano El gato con botas, el tortuoso y sombrío de Blancanieves abandonada por el cazador y…ese camino luminoso por el que caminaban cantando los personajes de El mago de Oz en busca del arcoiris….
Todos esos caminos señalaban la aventura con final feliz. Escuchábamos y sabíamos que los miedos y los peligros se resolvían en el propio camino, que la historia terminaría con una de las versiones de “y fueron felices y comieron perdices…”
Ha sido en el camino donde aprendimos de los peligros y el sufrimiento ( David Copperfiel fue un libro paradigmático), pero también desde donde vislumbramos al final y tras un laborioso tránsito, La Felicidad aguardándonos con su calma de jardín vallado para siempre.
Luego, más tarde, crecimos y los caminos se nos hicieron más ambiguos. Leímos historias en que se volvían problemáticos porque para entonces el final feliz era solo una de las posibilidades. Ese camino que devuelve a Don Quijote enfermo, viejo y derrotado a su lugar de origen es todo un paradigma de muchos finales de camino y…¡cómo nos dolía ese Don Quijote cuerdo, triste y vencido que abandonaba el camino para siempre!
Seguimos cumpliendo años y en nuestra experiencia lectora y vital se consolidaron los caminos terribles. Como aquel que llevó a Anna Frank hacia Bergen Belsen después de tanta apuesta y esperanza ó el que condujo a Sholomov a Siberia a ser machacado. El que inició Scott y su expedición hacia el Polo Sur, tan lleno de coraje. El que tuvo que recorrer mi familia, perdida la Guerra hacia el exilio…Ninguno volvió. Descubrimos el insondable misterio de los caminos jalonados de perdedores en sus cunetas…
Y la vida siguió y continuamos leyendo historias y poemas, escuchando canciones, acumulando experiencias. Los caminos se volvieron cada vez más densos, más inciertos, más decisivos… Entendimos el consejo de Kavafis en su “Vuelta a Ítaca”
Se nos sedimentó la vida y nos volvimos insobornablemente lúcidos porque, mientras conservamos intacta la nostalgia del camino de vuelta a casa, nuestra fría y cruel razón nos dijo lentamente como al final, Antonio Machado…
Caminante no hay camino
se hace camino al andar
Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que NUNCA
se ha de volver a cruzar.
y entendimos finalmente lo que significaba el límite de la hoja en blanco de nuestro dibujo de infancia.
lunes, 3 de julio de 2023
Transgresión
martes, 23 de mayo de 2023
La casa de Llolleo
Cuando me adentro en lo más profundo de mis recuerdos, siempre oscila ante mí una secuencia soleada de imágenes que poco a poco van adquiriendo una especie de dulce espesor. Empiezo a vislumbrar entoces la casa de la plaza…
Voy percibiendo un inmenso jardín, al menos yo creía en ese entonces que era inmenso, luego aparecen poco a poco las cuatro palmeras gruesas y orondas como nodrizas que la cerraban a la plaza.
Se va volviendo clara la tapia de ladrillo. Veo los cascotes rotos y el portillo por el que nos escabullíamos con mi padre algunas veces al atardecer, a lo largo del verano, evitando la puerta principal, ya que en mi casa vivían brujas que, a veces nos podían atacar desde los espinosos rosales de la entrada. Veo todavía a mi hermanita herida por una de esas garras amenazantes. Al menos, así me lo aseguro ella. Los demás decían que había caído sobre las rosas y sus espinas.
La virgen solía pasearse entre las fresias a medio día con su niñito de la mano. No pude verla nunca por mucho que la acechara, pero el untuoso perfume que se volvía casi insoportable a esa hora, me señalaba su huella vibrante.
En las tardes, durante las siestas del verano, la casa navegaba entre la suave polvareda que producía el viento y dejaba luego en los nísperos y en las rosas una pátina cenicienta.
Mientras, en la entraña de la casa, un caño de agua hacía mis delicias cuando la casa se volvía perezosa…
Al fondo, en la cocina enorme y oscura, se freían los huevos y se hervía la leche. Yo rehuía sus sombras, a menos que estuviera acompañada de alguna de las muchachas que me cantaba viejas baladas del tiempo de los Carrera y me daba a probar un pedacito de cualquier cosa deliciosa.
A veces dormía con mi abuela y cuando abríamos apenas las junturas de las contraventanas al despertar, el espectáculo de cientos y millones de motitas danzantes me extasiaba. No he vuelto nunca más a ver danzar el polvo.
A las mansardas de arriba no subí nunca.
Mi día empezaba en el jardín con uno de los delantales que me hacía mi madre, muy limpia y repeinada. Deambulaba mucho tiempo al sol sorbiendo fragancias y haciendo conjeturas. Mi brújula secreta estaba imantada hacia la abuela. Todas mis correrías convergían en ella. Quisiera recordar de qué hablábamos, pero apenas me ha quedado la vaga sombra de una página, el roce de unos dedos frescos al reclinarme sobre su bata suave, el cascabeleo de una melodía...
Comía en el comedor una tremenda cantidad de " Nuestras Señoras" a mediodía. Era un deleite cada una de esas sabrosas cucharadas bautizadas por la inagotable sapiencia del santoral que tenía mi abuela.
Al atardecer, “la Charito” doblaba la esquina bamboleándose y dando voces mientras cruzaba frente a nuestra verja. Su hábito gris y sucio, su pelo cano que se apelmazaba en rizos, sus gritos guturales me fascinaban y angustiaban a partes iguales. Me apresuraba a entrar en la casa a acurrucarme junto a la abuela que tejía…
Solo recuerdo la casa en verano cuando brotaban las rosas y su olor se mezclaba con el de las fresias. Veo una manguera extendida y regueros de agua por todas partes, siento chapotear a los zorzales
A mi madre cortando juncos para un ramo. Todavía intento impedir tal desaguisado...
El jardín era mío y yo era una soberana celosa.
lunes, 17 de abril de 2023
El pan
Tenía seis años aquel marzo. Mi padre estaba muy enfermo en Santiago y mi madre lo cuidaba. Yo me recuerdo sola aquella tarde con mi abuela, en Tejas Verdes.
Ella vestía batas de villela de florecitas pequeñas y siempre de fondo oscuro. Se ataban por delante y tenían unos cuellos deliciosamente suaves en los que el inicio de mi placer sensual se concentraba. Cómo me gustaba acariciar el cuello suave reclinada en su pecho sintiendo el suave olor a lavanda que ella emanaba…
Mi abuela tenía los ojos verdes y un moño color de plata. Siempre estaba sentada y yo la adoraba. Yo sabía que era frágil, que sufría del pecho, que le costaba andar, que jamás iba a ninguna parte.
Aquella tarde salí al descampado lleno de yuyos que rodeaba nuestra casa. Estaba totalmente amarillo. Caminé un poco a la deriva como les gusta a los niños mirando las nubes y sus formas. Pensando si sería aquella tarde la del fin del mundo como solían vaticinar las chicas de la costura que algunas tardes iban a trabajar a nuestra sala. " Vendrá cuando menos lo pienses" me decían, por lo que yo de vez en cuando, lo pensaba aplicadamente para que todo siguiera en orden. Debo de haber andado recogiendo algún resto de vellón de oveja, alguna ramita caprichosa, alguna pluma de gorrión…Me gustaba guardar cosas en los bolsillos de mi delantal.
Llegué sin proponérmelo a la casa “ de los negruchos” y vi a la madre, que en el patio junto al horno de barro, se preparaba para hacer pan. La masa hinchada reposaba en la artesa. Las gallinas picoteaban en el polvo y a lo lejos “ El Monte Calvario” empezaba a enrojecer. Me acerqué. Me sonrió con su sonrisa dulce y mellada y separó para mí un poco de su masa. Me lave las manos con agua del pozo muy densa y muy fresca que ella dejó caer sobre mis manos con una escudilla de aluminio. Luego, amasamos las dos. Ella hizo sus panes y yo el mío imitándola a conciencia. Antes de meterlos al horno, la mujer fue hendiéndolos suave con un tenedor con sus manos cuarteadas y morenas. Después me pregunto para quién sería mi pancito.
Yo desde el primer momento había decidido que fuera para la abuela, mi abuelita sentada allí en la sala con las manos cruzadas cara a la ventana, totalmente en silencio...
La madre de los negruchos me pasó el tenedor y yo con cuidado dibujé ondas.
Fue poniendo ordenadamente los bollos en la pala y el mío quedó en el medio. Entre la ceniza caliente quedaron los panes. Cerró el horno y nos pusimos a esperar.
Descolgó las sábanas y la ayudé a doblarlas punta con punta. Regamos luego los alelíes y las malvas. Me sirvió un vaso de agua del pozo y un poco de harina tostada con azúcar. Nos sentamos después y yo le canté la canción del “mes de mayo, mes de mayo…” que le gustaba mucho. Cuando el pan estuvo listo ella lo sacó con su larga pala de madera.
Con un trapo blanco los fuimos limpiando, pero yo dediqué un cuidado especial al mío tan calentito y oloroso con sus rayas saltarinas...
Me lo envolvió en un paño para que no perdiera el calor. Fue entonces que me entró la prisa ¡Da saludos a tu abuelita! escuché mientras corría hacia casa pisando yuyos.
Abrí la puerta del cuarto de la abuela. En en la ventana se mezclaban los naranjas con los violetas y ella al medio en su silla alta de espaldas a la puerta. Sola, con su pelo brillante, con sus manos llenas de motitas pardas, con sus tobillos hinchados...¡Tan hermosa!
Me acerqué y puse el pan sobre su regazo con el corazón a punto de reventar de esa extraña mezcla de sentimientos que azota a veces el corazón de las niñas: ternura, temor de que no estuviera, un amor que me dolía por no caberme en el pecho pequeñito.
Abrió el paño, tomó el pan y lo husmeó con placer. Yo mientras, le contaba como lo había hecho para ella. La abuela lo partió, ella que casi no comía se lo llevó a la boca.
¡Este pan es tan rico que me lo comeré inmediatamente: no puedo esperar la hora del café con leche…!
Y mientras mi abuela comía lentamente mi pancito, yo no sabía que estaba viviendo uno de los momentos en que más absoluta y perfectamente he sido feliz.
martes, 14 de marzo de 2023
Memorias de África
Hoy por la tarde, cuando empezaba a anochecer, he terminado de leer “Memorias de África” Me he quedado largo tiempo en silencio marcada por la ensoñación de la lectura, perdida en un paisaje que reverberaba superpuesto a los tilos de frente a mi ventana. He sentido hondamente esa melancolía que nos producen los viajes que se acaban.
Pienso en dónde estará el sortilegio que me ha mantenido atada a esa voz que narra, casi sin levantar la vista, ni notar el paso de las horas. Es quizá la cercanía que proporciona ese mi, ese nosotros. tan repetido, tan íntimo, que me contiene tan bien…
Desde el “Yo tenía una granja en África al pie de las colinas de Ngong…. " Más que leer, oigo la voz de esa mujer que rememora, que se deleita recordando y me atrapa con la belleza que va haciéndose presente de una manera absolutamente embriagadora en ese lugar que ella define como” la África destilada, la destilada esencia de un continente”.
Su voz pinta el paisaje. Los colores que predominan son como los de la cerámica cocida. Veo los árboles que se extienden en capas horizontales, y las desnudas y retorcidas acacias. Siento el fulgor del cielo azul pálido o violeta y las nubes que viajan lentas hasta topar con las montañas y a veces, traspasarlas, volviéndose hilachas a lo lejos.
Siento la fuerza del viento de las tierras altas y como sopla sobre las grandes praderas haciendo ondular las hierbas altas que inevitablemente producen la fantasmagoría del mar.
Vislumbró el gran cazadero que se extiende hasta el Kilimanjaro y llega un momento en que camino tan fácilmente como lo hacía ella sobre la hierba corta hacia la reserva de los kikuyus.
Escucho con deleite cómo era su granja, sus seis mil acres divididos en tierra de aparceros, pradera, bosque virgen y un cafetal bello como un sueño cuando florecía. Siento el picor de la fragancia de la nube de flores blancas en primavera.
Empiezo a conocer a Farah, su criado somalí, a Kamante, su cocinero, a Kinajuy. a Kabero, Kaninu y sus vecinos masai. Con ella me voy acostumbrando a gustar de lo diferente. La voz que cuenta me transfiere la importancia de la distancia condicionada por unas culturas total y absolutamente distintas. Una distancia que no disminuye el interés, ni las emociones Me acostumbro a sentarme en la veranda al atardecer y las más de las veces, en la gran piedra redonda.
La voz me acerca. Me hace que mire y huela y no recule frente la pierna llena de llagas del niño Kamante, ni el aspecto de Tinajui, el jefe de los Tikuyus, un viejo desnudo con piernas como ramas secas que se cubre con una maloliente piel de mono. Me hace apreciar la belleza de las somalíes, la aristocrática lejanía de los pastores masai
Caminamos entre las shambas pisando polvo o barro y sentimos el humo azulado de las pequeñas hogueras donde se queman las basuras. La vida bulle entre los aparceros en disputas, en el sonido monótono del maíz que se desgrana, en los gritos y risas de los “totos” camino de la pradera con la vaca familiar.
En esta historia aparecen pocas mujeres. La voz no dialoga con ninguna. Trata siempre con hombres y la sirven, hombres. El poder femenino lo ejercen las viejas. Calvas, de piernas flacas como flamencos y una absoluta e insobornable desconfianza. Son las que graznan y amenazan si es necesario. Se han ganado la palabra a fuerza de cumplir años y volverse supervivientes. La abuela de Wanyangerry es temible como una de las brujas de Shakespeare.
Hay algo aquí que me hace aceptar y disfrutar sin juicios, del café en porcelana de Limoges y a la vez de la cuarteada piel de Tinajui en cuyos surcos negrea la mugre de toda una vida, en continuidad de secuencia.
La escucho leer un soneto, mientras los dieciséis bueyes que van conduciendo los carros con el café recién cosechado, bajan a trompicones lentos hacia Nairobi y escucho el restallar de los látigos, los chirridos, los mugidos ... y no quiero que calle.
Los blancos son casi figurantes un poco deslavazados que beben vino y hablan de safaris cuando van a cenar a la granja. Los que se hacen quizá un poco entrañables son los fracasados, los acogidos por África en la última vuelta del Camino.
La voz va haciéndose una con su granja, con su gente, con los animales a quienes progresivamente siente más repugnancia de matar. Nuestro oído asiste a una suerte de sortilegio por el que Karen descubre que las colinas del Nong son su lugar en el mundo. Las notas del amor son la responsabilidad y una mirada honesta y sin escudo sobre lo que la rodea.
Esta belleza de libro es cualquier cosa menos sentimental. El humor lo protege frente a la tentación de las efusiones y me doy cuenta de que también esta voz que me ha cautivado es una destilación delicada de los cinco sentidos en alerta frente a un lugar y unas gentes que la hicieron feliz.
La voz no consuela. Todas esas bellezas están condenadas y lo sabe, pero las disfruta hasta el último día como si fueran eternas. Creo que para mí ha sido su mejor lección: ese no querer cerrar los ojos, ni el corazón, aceptando al unísono el dolor y el amor sin protegerse.
jueves, 9 de febrero de 2023
La afortunada
¡Mírame esposo!
Para que riele esta noche de agosto
tan lejana y hermosa como acostumbro.
¡Tócame esposo!
Para que pueda acodarme en el alféizar
toda abandono y cadera quebrada
¡Bésame esposo!
Para que vaya impoluta a los infiernos
con la suerte hecha el óbolo bendito
que reserva la vida a las felices.
Esposo de áureos dedos
¡descórreme la aurora!
Inaugura la luz, alto de lanza
fuerte de escudo.
¡Dime!
Si tú conmigo
¿quién osaría sorprenderme?
Tus caballos avanzan aguerridos
hacia un nadir desleído de miel
por mor de tu mirada en mi costado.
Amado ¿te quedarás conmigo
hasta el final del día?
¿Aquietarás mi miedo
con tu flauta de fiesta?
Amigo, escúchame un momento
¡acaricia las zorras desatadas!
Ruedan sobre el regazo tus granadas
y su jugo corroe mis desdichas.
Aquí, debajo del manzano
soy amada
de cadera a razón, acariciada.
Soplas sobre mi empeine
acaricias sin daño mi cintura
de par en par me miras
en noviembre, en almendros
en la distancia mínima ¡tan dulce!
Tardes de las conversaciones
en que fluyen saltando
pequeños pensamientos sin corteza...
¡Ay esos tiempos
de los puentes, de la lluvia finita
de las manos inevitablemente juntas…