sábado, 25 de abril de 2020

Crónica de un tiempo incierto.



Y
febrero afilaba la guadaña
mientras marzo oreaba sus tules y sus fastos. Se acercaba
la cadencia de la noche equinoccial
Y el tonto marzo, el superficial marzo
ventoso, no supo que las gasas y las brisas ocultaban un filo perfectamente a punto.
Febrero fue un afilador cum laude.
 Por eso fue que
nadie acudió a la fiesta.
Primavera lloró como una adolescente contrariada…
Destrozó sus inútiles guirnaldas
Pataleó sobre el florido destrozo su fiesta arrebatada.
No soportaba la falta de miradas, de brazos rebosantes, la falta de lilas en las salas…de cometas, de pasos de niños...
No entendía la pobre, 
que febrero y su mano descarnada
habían segado las manos y miradas.
y que abril y que mayo estaban ya tocados de ausencia y añoranza.

Pero... llegará junio, el noble junio a mellar la guadaña. 
¡Creedme!
 Podremos otra vez comer
a pie de árbol cerezas y granadas

domingo, 12 de abril de 2020

Tiempo de incertidumbre 5 ( cuarta semana)






Todo ha cambiado y no nos terminamos de dar cuenta.

Estamos asistiendo en primera persona  a un momento histórico de incalculables proporciones, pero yo no puedo sino pensar en el mundo que dejé.

La naturaleza ayuda. Brotó la parra, han vuelto las golondrinas y las lluvias de abril. El Mediano (nuestro monte) reverdece a su tímida manera castellana. El sol nos despierta a la misma hora y a la misma, se oculta. Se encienden las luces, humean las chimeneas, comemos, bebemos nuestra copa de vino, nos viene el sueño. 
Tengo la poderosa sensación, ayudada por esta regularidad natural, de que se mantiene  cierto orden. Los consejos que insisten en que conservemos las rutinas tienen razón. El baño matutino, los quehaceres cotidianos, una cierta regularidad en las horas de descanso y actividad, ahuyentan la sensación de caos.

En nuestra casa no necesitamos utilizar mascarillas. Ninguno hemos tenido ningún síntoma preocupante y como ya llevamos un mes juntos, nos comportamos como siempre. Besos y abrazos para los niños con el mismo ímpetu, el mismo frenesí. Cercanía, libertad de deambular por donde a cada cual le venga en gana.

Ni siquiera termina de hacerse presente el miedo. El miedo, el dolor necesitan "realidad" para manifestarse "vía cordis" 

"La casa del vino" nos protege pero yo sé que estamos emplazados. Se nos acabó la ingenuidad y la despreocupación tan propia de quienes no han palpado aún el envés de la vida, en carne propia. El día que salgamos a la calle, la realidad nos caerá encima como una capa helada. Nuestras calles, nuestra manera de vivir, la despreocupación, el futuro predecible ya han saltado por los aires, pero aún nos falta el que de verdad nos demos cuenta.

Todas las tardes bordo mi paño. Para mí es un tipo de testimonio personal inconsciente. Dejo que mis manos elijan los colores y las formas. Acepto el caos o el punto torcido porque cuando lo extiendo me conmueve su humilde belleza. Esa que yo quisiera preservar siempre pase lo que pase. Esa que solo depende de mí y que tiene que ver con el patizuelo bien barrido cada mañana, la cueva recogida por la noche, la manta doblada y los cojines bien puestos en la salita de invierno antes de irme a dormir. La de poder dejar a los niños calentitos en sus camas, de apagar las lámparas, de entornar  la ventana y asegurar con cuidado la puerta, después de comprobar que humanos y animales estamos en casa.

He tenido la suerte de no tener que llorar a nadie que conozca, todavía. Es increíble. 

La casualidad ha querido que cayeran en mis manos esta semana "Las cartas de Lilli Jahn", una médico alemana judía que vivió y murió en tiempos del Tercer Reich.. Sus cartas han acompañado mis noches de esta última semana y han coloreado mis soliloquios. Lilli me ha hecho reflexionar mucho acerca del destino personal.

 Profundamente enamorada de un médico ario con quien, pese a la oposición de sus padres, logró casarse en los años previos al régimen nazi y con quien tuvo cinco hijos, aguantó todo. Aislamiento social, cultural, profesional y físico hasta quedar reducida a mera cuidadora de hijos y esposo. Pudo exilarse a Inglaterra con su madre y hermana. No se fue. Ni se le ocurrió. Radiante, llena de inteligencia y vitalidad permaneció encerrada en su casa hasta llegar a ser la última judía del pueblo en que vivía. Aceptó incluso que su marido Ernst tuviera una amante. Entendió incluso que dejara de amarla.

Ernst se divorció de ella y con ello selló su suerte. Primero un duro campo de trabajo y finalmente, Auschwitz. La mayoría de sus cartas son las que dirigió a sus hijos desde el campo de trabajo y que no cesaron hasta el momento de tener que tomar el último tren. Cartas clandestinas en las que los instruía en cómo abrigarse y qué leer. En las que se negó a transmitirles su hambre y su miedo.

¿Es imaginable que el destino de Lilli, siendo como era, hubiera podido ser otro? No, creo que no. Jamás hubiera abandonado a Ernst y a sus hijos. Nunca. Leo sus bellísimas cartas y acuno su memoria. Me duele  y la entiendo.

A quien no entiendo es a Ernst. Me produce una rabia sorda ese neurótico miope a quien ella tanto amo.

Estoy convencida  de que nuestro destino personal, incluso en las más terribles épocas de crisis está ligado de alguna manera inevitable a lo que somos.

Debiéramos reflexionar sobre esto.

Aldoux Huxley lo dejó escrito y yo lo he creído desde muy joven:

"Todo lo que nos ocurre se parece inevitablemente a lo que somos"-

domingo, 5 de abril de 2020

Tiempo de incertidumbre 4 ( tercera semana)








 Una se va callando. Del ansia comunicativa del principio, del voluntarismo y energía de los primeros días, se va pasando suave a una especie de ensimismamiento necesario.

En mi experiencia, la nota principal del confinamiento es una especie de monólogo interior que  me acompaña de continuo mientras trabajo, mientras contemplo, mientras...

"Abril es el mes más cruel" dejó escrito T.S. Eliot y ha resultado cierto.  Las profecías de los poetas son siempre las más certeras.

Cerca de mí, dejándome por ahora intocada, la muerte y el dolor campean por sus respetos. 

El gobierno vuelve a alargar quince días más el confinamiento y me temo que cuando se suavice la restricción, un miedo sagrado nos paralizará a la hora de salir a la calle donde el virus seguirá  acechando. Quién se atreverá a volver a la barra de un bar, a un cine, a una conferencia, a la playa.

De alguna manera nos parecía que pasado un tiempo volveríamos con una euforia amasada por la carencia, a los besos y abrazos que nos habían sido prohibidos.

Soñábamos la reunión de amigos, nos recreábamos en la sonrisas y las mesas juntas. Arreglábamos cuellos, quitábamos pelusas, recogíamos guantes... Ahora sé que esa manera que teníamos de vivir está en peligro. Estoy de duelo. Soy, como todos los europeos del sur, profundamente mediterránea.

He descubierto al hacer mi cama, el escorzo entre casas donde el monte baja al río. Durante el verano, desde nuestra terraza podían verse al amanecer a los corzos bajar al agua. Miro ahora el pequeño jirón de valle con fruición. Su almendro ya plenamente florido, el verde húmedo de la orilla y me quedo largo rato con el embozo en la mano mirando, como si mis ojos pudieran acariciar suavemente mi perdido trocito de primavera. Me he vuelto un poco Tántalo" ¡Ay, ese mirar sin poder tocar!

Me he ido despojando pero yo misma no sé todavía muy bien a qué nivel.  Alterno un par de vaqueros con un pantalón negro para vestirme, pero hay veces que me quedo todo el día con mi bata de arabescos. Creo que en las tres semanas que llevo encerrada no me he puesto zapatos. Me impresiona ver cuánto me sobra. No más pendientes, ni anillos, ni pulseras. No más rouge. Los rizos que me acomodo con las manos. Conservo eso sí, la costumbre de mi colonia de lavanda. Aspiro con fruición su frescor en mis muñecas.

Es poco lo que leo. Se me han caído varios libros de las manos que no voy a cometer la injusticia de nombrar " en época de tribulación", pero sí leí a Lemébel, el chileno con placer. Ha sido el único.

Ahora  más bien rememoro  y me acurruco entre palabras viejas.

Cuando la tarde se va poniendo ámbar, subo con mi bordado a la terraza y entre miradas y trinos dibujo mis flores raras. Sola entre amarillos y ocres, rojos y verdes me dejo ser parte del paisaje.

A las ocho, cuando siento las campanadas de San Gil, dejo mi bordado. Bajo al balcón de mi habitación y aplaudo. Es la hora en la que se abren las ventanas y las cabezas canas se saludan. Las vecinas que veo a lo lejos me hacen gestos con las mano, nos tiramos algún que otro beso como naufragas un poco a la deriva. Nos despedimos al fin y yo, con la congoja de todos los días a esa hora, bajo a ver las noticias.

El pasaporte español, de ser uno de los más valorados del mundo, se ha transformado en una especie de marca infamante. El acento español en algunos lugares despierta rechazo inmediato. Es normal, antes pasó con Italia y antes, con cualquier oriental.


Pero yo sigo pensando que España es un buen lugar para pasar esta pandemia. No es sólo que a pesar de los recortes que sufrió la Sanidad pública en su momento, ésta siga siendo una de las mejores del mundo, sino que además tiene un gobierno que ha optado por la gente. 

Llevamos ya 12. 418 muertos.