sábado, 28 de marzo de 2020

Tiempo de incertidumbre 3 ( segunda semana)


Dibujo de Mari



Mañana sábado, se cumplen dos semanas desde el día que cerramos la puerta de "La casa del vino"

En estos momentos, miro desde el balcón de mi habitación,  la falda de " el Mediano" alumbrada a esta hora por el fulgor frío de un sol que todavía no calienta. 

Vivimos en el silencio. Es extraño abrir las ventanas y no escuchar otro sonido que el de los pájaros. Dicen que los animales están volviendo a acercarse, que las aguas del Alhama corren más claras. Sí, la sensación es  que el pueblo hubiera sido abandonado, pero no es así. La vida humana late oculta.

Mi mirada ansiosa se ha topado un par de veces a lo largo de estos días con presencias humanas. Las casas de la carretera tienen sus zonas traseras apuntando hacia mi calle. Ayer, cuando colgaba mi toalla en el balcón, vi a una señora mayor que cosía al sol de su ventana. Nos vemos  y de inmediato nos saludamos con la mano. Luego, a través de la distancia, supimos que se llamaba Inma y que bordaba, cuando extendió su labor para que pudiéramos apreciarla. De pronto estábamos todos, grandes y chicos, en el balcón hablando  con Inma - que si éramos de San Sebastián, que si ella tenía un hermano en Lasarte, que si estábamos bien, que si ella tenía 80 años, que su bordado nos parecía precioso- Eso después de mirarlo detenidamente con los prismáticos que habíamos regalado a Cástor por su cumpleaños.

Los días han alcanzado una cierta precisión de metrónomo averiado. Aunque no ponemos despertador, a las ocho y media estamos despiertos. Lo primero que hago es abrir las puertas dobles de la casa para que los niños canten "la bella mañana", una canción que se convirtió en rito mucho antes de el 14 de marzo y ahora es más delicioso oírla, si cabe. Las horas mañaneras se deslizan entre trabajo telemático para Libe y Gilles que han hecho suya a la que yo llamo " la salita de invierno" hasta la hora de comer.

Los niños hacen sus deberes, juegan, inventan historias. Mari me pregunta cuándo iremos a la piscina, su gran delicia cerverana y Enzo le contesta que cuando el Corona virus se muera. Los niños son felices: no hay caprichos, ni lloros. No creo que echen demasiado de menos su vida anterior. Tienen atención y cariño constantes. Responden al ambiente de tranquilidad que los rodea. No les falta el sol del patizuelo, ni las clases de violín, ni los cantos y bailes con su madre. Y a nosotros sus caritas sonrientes y juiciosas nos subrayan el día con sus ocurrencias de pequeñas delicias.

Me siento Úrsula Iguarán luchando en Macondo contra el comején y la carcoma, escoba y trapo en mano. Amo las escaleras de mi casa, termómetro de mi energía; a veces quedo sorprendida de mi "juvenil" ligereza arriba y abajo. Pero otras veces, cuando las subo torpemente de una en una, me convierto en una especie de Sísifo con propósito.

Siento también  latir fuerte en mí el corazón el de la protagonista de "El muro", la obra maestra de Marlen Haushofer. Cada día tiene su sentido en el cuidado de lo que me ha sido dado: es mi responsabilidad. Dar de comer al gato y a la perra, regar los claveles, hacer las trenzas de Mari, escuchar leer a Enzo, cortar las verduras con cuidado, revisar la despensa, rociar a los niños con mi colonia se han vuelto asuntos extremadamente importantes,

Cocino mis sabrosos guisos aprendidos de mi madre y que todo el mundo aprecia. Mari me ayuda y yo le canto. Reproducimos la imagen de mi madre y yo en la mesa de la cocina hace ya muchos años y siento el mismo placer, la misma calma. Han vuelto los romances, los acertijos y los refranes.

Comemos con apetito y sobriedad. Nadie saldrá gordo de este encierro.

Durante las horas de la tarde tendemos a perdernos unos de otros en la medida de lo posible. 

He vuelto a ver "Guerra y paz" en forma de serie, bien envuelta en mi edredón y con las contraventanas entornadas. He vuelto a enamorarme perdidamente  del príncipe Andrey. Vivo los procesos de caída y redención de los personajes con la misma fruición con que leí la novela cuando era una muchacha. Tolstoy tiene la mixtura perfecta para estos días: romance, dolor y plenitud a partes iguales, pero lo que más me gusta como en aquellos días de mi adolescencia, es girar con una sonrisa extasiada en brazos del príncipe Bolkonsky convertida en Natasha con la mirada perdida en aquellos salones de San Petesburgo. Parece que el tiempo hubiese realizado un bucle mágico..

Abro mis redes y mi mirada se desliza por la pantalla, intentando posarla en lo que me ayuda a poner nombre a lo que estamos viviendo. A veces entro en la dinámica de reflexión de algunos artículos de opinión que me parecen excelente y entonces, los comparto.

Me emociona la capacidad humana para enfrentarse a la adversidad.  Esos trescientos metros de cañerías que un puñado de técnicos, bomberos y voluntarios han logrado montar en tres días con el fin de llevar oxígeno a Ifema, el enorme hospital de campaña con el que Madrid intenta responder a la crisis, me llena de orgullo y respeto como si fuera mi propia obra.

En estos días siento un profundo amor y respeto por España pese a los errores que hayan podido haberse cometido. Ese anuncio de que queda prohibido el despido de ningún trabajador a causa del covid19, también me llena de orgullo. Las marcas en los rostros del personal sanitario, su coraje, su entrega, el aporte de tantos y tantas ciudadanas que cosen mascarillas, ayudan a su vecindad, que contienen, animan y no juzgan, me elevan cada día la moral y el sentido de pertenencia a esa "gente de buena voluntad"

Tengo la convicción de que esta pandemia lo cambiará todo, aunque no alcanzo a vislumbrar cómo. Si el Neoliberalismo firmará su carta de defunción y daremos una oportunidad a la tierra y a la gente o se consolidará el salvaje "sálvese quien pueda".


 A veces leo y a veces escribo como hoy.


El mundo repica y nosotros callamos
Hemos vuelto sin inocencia a las enervantes horas de nuestra infancia
a los deberes menudos
 y a la docilidad del miedo.
Ajustamos la mirada para captar lo mínimo
Se nos han acostumbrado las manos a las caricias imposibles
y en cada gesto ponemos un poquito de cereza a la pena.


Llega la noche y el pueblo se enciende desde la terrazas.  Dan las  ocho y salimos como cada día a aplaudir al balcón de mi habitación, la única altura de la casa que nos permite quedar a la par de las casas de la carretera y ver a la gente que sale a esa hora.Escucho las noticias y me trago como un gran sorbo amargo las cifras del día que son peores que las de ayer.

España ha superado su récord de muertos en un día: 834.

domingo, 22 de marzo de 2020

Tiempo de incertidumbre 2 ( primer fin de semana)








Vivimos en una burbuja. Estamos totalmente aislados por la posición de nuestra casa en el pueblo. Nadie al frente, nadie a los lados, nadie detrás.

Tengo que hacer un tremendo esfuerzo para conectar con lo que está pasando. Lo único inusual es esa reja permanentemente cerrada.

El viernes 20, hemos tenido fiesta en nuestra cueva. 

Se cumplían 10 años de la boda de Libe y Gilles. Recordé su azaroso matrimonio, celebrado muy poco después de los terremotos de Haití y Chile que ellos vivieron en primera persona y a nosotros nos trizó la confianza fundamental para siempre. Ellos y su perra se salvaron y lo supimos antes de conocer la magnitud de la tragedia. Aprendimos, sin embargo que la dicha, la belleza, el bien pueden desaparecer en un instante. Desde entonces no lo olvidamos.

Hemos encargado un pastel de chocolate a nuestra panadera y rescatado una botella de cava que quedó de la Navidad pasada. Nos hemos vestido con nuestras mejores galas aunque no había muchas. Recordé a Maquiavelo vistiéndose de etiqueta todos los días al atardecer para cenar solo, en su destierro de Fiessole. No quería perder eso que él llamaba "las formas" . Yo me he puesto  mi habitual vestido gris, mi vieja ruana roja y mi hermoso collar de plata araucano. Libe ha conseguido transmutarse en una libélula rutilante: reconozco mi chaqueta japonesa  de verano y el cinturón de mi bata como tiara, cuando baja la escalera: le quedan maravillosamente bien. La pequeñita luce trenzas recogidas y un vestido que le queda corto pero titila cuando se mueve. Ninguno de los hombres merece mayor comentario.

Al tocar las nueve, reciben a sus invitados en español, euskera, inglés e italiano igual que hace diez años y yo sigo admirando el don de lenguas de  esta juventud nuestra. Inician muy solemnes el mismo vals que tocaron el día de su boda,  La pequeña pantallita parpadea recibiendo comentarios y flashes de rostros lejanos que bailan con nosotros. El ambiente se vuelve mágico. Giramos y giramos y vamos cambiando de brazos mientras la canción dura. Yo pienso en cuántos estaremos haciendo lo mismo en los dos continentes mientras el miedo baila con nosotros.

Y de pronto, nos sentimos muy felices.

Pero las noticias nos dicen que ya hay 25.000 contagiados y aceptamos la bofetada un poco avergonzados.

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Este sábado 21 ha hablado el presidente Sánchez por la noche. Me gustó. Parte de la empatía me la produjo el saber que su mujer, su suegro y su madre están enfermos, también su rostro agotado. Es uno de nosotros, marcado a fondo por el mismo dolor. En momentos como los que estamos viviendo, la imagen que proyecte el responsable de nuestra porción de mundo es fundamental. A mí me produce confianza, cercanía y firmeza.

Mi madre solía contarme cuando era niña acerca de los mensajes de W. Churchill a su pueblo durante las terribles noches de la Segunda guerra  mundial. No eran precisamente mensajes tranquilizadores y positivos ,  los suyos "Solamente puedo prometeros sangre sudor y lágrimasª  fue el más famoso. También Sánchez avisó de que lo peor estaba por venir, que debíamos prepararnos psicológicamente para un impacto que había que ir gestionando día a día y que pondría a prueba nuestra fortaleza moral. Me alegré de que fuera mi presidente. Sentí que estaba actuando con prudencia: la virtud que Platón exige del gobernante. 

La noche era fría y clara en Cervera. El pueblo se había convertido un poco en el Comala de Juan Rulfo pero, así y todo he dormido en paz.

...…...….........….

Esta hermosa mañana de domingo he subido a la terraza . Todo lo doloroso parecía un sueño entre la parsimonia del vuelo de los buitres y el estallido a ratos, del gorjeo de los pájaros nuevos. Era un perfecto domingo de primavera temprana.

 Ha sido entonces cuando al encender mi móvil con el gesto automático de estos días, me he encontrado con la carta de una enfermera que relataba su realidad en un hospital de La Rioja.  Me ha puesto "en mi sitio". Me ha hecho ver morir sin paños calientes de ninguna clase, a nuestros viejos hacinados y solos; a veces, mal sentados en una silla,; otras, en un colchón en el suelo y sin un rostro querido cerca.
Cuando he leído lo del viejito que le pide que le ayude a abrir su botellita de agua... los buitres han caído en picado sin vuelo posible y solo ha quedado reverberando frente a mí, el gesto de mi padre cuando solía pedirme lo mismo. Me imagino la infinita ternura con la que esta enfermera habrá abierto esa botella. Qué terrible es la ternura de la impotencia. He cerrado los ojos a la belleza por un momento y he abrazsdo a lo que duele.

Más tarde he preparado garbanzos con berza y un buen pedazo de tocino. Los niños han pintado con acuarelas unos soles resplandeciente. Cástor se ha hecho cargo del lavado de ropa. Gilles ha ido a dejar la basura y el reciclaje y Libe, no sé exactamente en qué ha andado pero he sentido su presencia ligera arriba y abajo durante toda la mañana. La habitualidad más absoluta.

Llevamos más de 25.000 personas contagiadas. El estado de alarma se alarga durante dos semanas más. Pasaremos, por lo menos un mes de confinamiento.

 Esta noche hemos subido a la terraza y después de apagar todas las luces de la casa, hemos encendido la linterna de nuestros móviles. Era la consigna para recordar a los que están muriendo. Ha sido emocionante ver la respuesta titilante a lo lejos.



jueves, 19 de marzo de 2020

Tiempo de incertidumbre 1.







Hoy, 19 de marzo de 2020, año del Señor, comienzo esta crónica del tiempo en que el  Covid 19 nos cambió la vida.


Mi relato se sitúa en un pueblecito de La Rioja, de unos 2000 habitantes. 

Castor y yo habíamos venido a principios de marzo. Queríamos arreglar para las vacaciones de Semana Santa nuestra "Casa del vino". Fuimos con tranquilidad y placer pintando la terraza y el patizuelo de blanco, los hierros de los balcones de negro, las contraventanas y la puerta de un fresco verde pasto y dirigimos con cuidado las ramas altas de la parra aún desnuda, hasta casi rozar las tejas. Compramos un alhelí, un macizo de claveles rojos y una margarita toda botones... Aquellos días fueron de sol, deliciosamente templados hasta la caída de la tarde.  Se escuchaban las voces de los viejos en tertulia y aspiraba con fruición el aroma de leña que impregnaba el pueblo sobre todo en la mañana y al atardecer.

Por la noche leía apasionada y lentamente la biografía de Miguel Hernández.  Me demoraba, quería dejar al poeta en los días madrileños de aire y versos, en los de risa exultante; en los de alpargata, camisa abierta y poderío  Quería dejarlo con las palabras más rotundas y tiernas en la boca pero... una noche, pasado ya el 8 de marzo terminó la lectura y Miguel se me murió en la cárcel de Alicante, enfermo, consumido y solo. Entonces, como cada vez que asisto a la muerte de Miguel Hernández, quedé con una pena negra que me duró hasta el alba. -,Quisiera tener aquí ahora su poesía completa en papel , pero mi ejemplar quedó encargado en Lagun de San Sebastián, quien sabe hasta cuándo-

La vida era sencilla esos días en Cervera. Trabajar,  caminar hacia la Virgen del Monte, preparar algo rico que comer, bordar un poco por las tardes, conversar en la terraza mirando encenderse al pueblo...
Los almendros ya habían florecido - ¡Cómo me gustan los almendros!- son los árboles más generosos que existen. Los chopos y la parra seguían dormidos, pero todo prometía primavera...

La realidad siempre nos cae encima de improviso, -“mientras nos entra un colibrí en el despacho”- como decía mi amigo Sohafi, mientras damos la última puntada a flor que bordamos, mientras hacemos la lista de las comidas que ofreceremos a los que vengan las próximas vacaciones.

Nadie creyó en mi entorno en lo que nos está pasando. El " corona virus” se había convertido en una especie de tópico casi divertido que no terminaba de hacerse presente. Las zonas de riesgo estaban lejos, los que enfermaban “estaban bien” y los que morían eran viejísimos y con patologías previas. Lo repetían en todos los medios y seguíamos tranquilos porque siempre nuestros mecanismos de defensa actúan haciéndonos creer aquello que nos tranquiliza.

Y entonces... todo se volvió loco.

El jueves 13 de marzo se suspendieron las clases en toda España y se empezaron a aplicar medidas de restricción social. Nos quedó claro que el aislamiento domiciliario era inminente y tuvimos que empezar a decidir qué hacer: si volver  a San Sebastián o quedarnos. Desde el principio tuvimos claro que queríamos estar juntos con Libe, Gilles y los niños. Adivinamos  la preocupación y la zozobra que se harían presentes y lo difícil que sería para ellos lidiar solos con lo que se nos avecinaba como un largo proceso de incertidumbre. Ellos también decidieron urgidos por sus propias consideraciones y temores. Sé la preocupación que tenían por quizá suponer un riesgo para nosotros. Insistimos en que era la mejor opción. El sábado, mi hija Libe, su esposo y Enzo y Mari vinieron a La Rioja y el lunes ce cerraron las fronteras. Nos quedamos aquí con la puerta cerrada siguiendo las normas con escrupulosidad y fue entonces que el tiempo se nos volvió pura conjetura.

El nuevo tiempo empezó con la sensación de “ que no era posible” Se me produjo una poderosa sensación de distanciamiento con respecto a bandos, prohibiciones, normas, cuidados , cada vez más prolijos; con respecto a las noticias cada vez más atroces. Rememoré, mi última clase de literatura de junio pasado, justo antes de retirarme de la enseñanza. Expliqué aquel día" Vendrán lluvias fértiles” de Ray Bradbury, uno de mis cuentos favoritos de "Crónicas marcianas" Fue una buena clase-  El poema que da título al libro retumba suave en mi cabeza

"Vendrán lluvias suaves y olores de tierra
y golondrinas que girarán con brillante sonido
y ranas que cantaran de noche en los estanques
y ciruelos de tembloroso blanco
y petirrojos que vestirán plumas de fuego
y silbarán en los alambres de las cercas
y nadie sabrá nada de la guerra
a nadie le interesará que haya terminado
a nadie le importará, ni a los pájaros , ni a los árboles,
si la humanidad se destruye totalmente:
y la misma primavera, al despertarse al alba
apenas sabrá que hemos desaparecido."


 Empecé a imaginar que aquello a lo que aludía el relato, había llegado.

Somos cuatro adultos y dos niños. Cástor y yo aunque sanos, rozamos la edad de riesgo. Somos privilegiados.  La casa es grande , tiene muchas escaleras por lo que el ejercicio es inevitable, un par de zonas donde se puede estar al aire y vistas hacia el monte y la vega. Cada uno tiene su cama y hay libros y música. Los niños son una fuente continua de vida, como los almendros...

Los mayores tenemos miedo permanentemente. A veces es soterrado y otras, se nos vuelve ansiedad contenida frente a lo que no nos terminan de decir, frente a lo que no terminamos de entender. Cada uno frente a sus propios fantasmas.

……………………….

Está lloviendo fuerte. La lluvia golpea no fuerza los cristales y logra filtrarse en el alto. Me canto en silencio a Serrat- "Detrás de los cristales llueve,  llueve"-. Acecho la camioneta de la panadera. Las noticias repiten cifras nefastas ( me entero del cálculo exponencial) Gente famosa empieza a dar positivo. Y siento de pronto urgencia de hacer muchas cosas que se van  aclarando a lo largo del día entre relámpagos y truenos y la lluvia que sigue inclemente: estamos emplazados: nos ronda el verde de Lorca...el beso de la luna. Hay que cerrar herméticas las ventanas, hay que escribir lo que vaya saliendo, hay que leer poesía, bien amada poesía. Para mí no es tiempo de prosa; no puedo con ella.

Mis plantas están sufriendo. A ver que quedará mañana de las que no guarecí. La risa de los niños y las canciones de su madre me entonan un ánimo violeta.

Acaban de decir que ya se contabilizan en España 17.000 casos .
......

El viernes 20, hicimos fiesta en nuestra cueva. Se cumplían 10 años de la boda de Libe y Gilles. Recordé su azaroso matrimonio, celebrado muy poco después de los terremotos de Haití y Chile que ellos vivieron en primera persona y a nosotros nos trizó la confianza fundamental para siempre.

Hemos encargado un pastel de chocolate a nuestra panadera y rescatado una botella de cava que quedó de la Navidad. Nos hemos vestido con nuestras mejores galas ( recordé a Maquiavelo vistiéndose de etiqueta todos los días para cenar en su destierro de Fiessole y no perder eso que él llamaba "las formas" ). Yo tengo mi vestido gris, mi ruana roja y mi collar araucano. Libe ha conseguido transmutarse en una libélula rutilante: reconozco mi chaqueta japonesa y el cinturón de mi bata como tiara cuando baja la escalera: le quedan maravillosamente bien. La pequeñita luce trenzas recogidas y un vestido que le queda corto pero brilla cuando se mueve. Ninguno de los hombre merece mayor comentario.

Al tocar las nueve, reciben a sus invitados en español, euskera, inglés e italiano y luego inician muy solemnes el vals de "Amelie" , el mismo que tocaron el día de su boda, en conexión directa con su gente. La pequeña pantallita parpadea recibiendo comentarios y flases de rostros lejanos que bailan con nosotros. El ambiente se vuelve mágico. giramos y vamos cambiando de brazos mientras la canción dura.

De pronto nos sentimos muy felices: estamos plenos de contacto humano.

Pero las noticias nos dicen que ya hay 20.000 contagiados.

martes, 17 de marzo de 2020

En tiempo aciago





¿Seguiremos el destino del gorrión y la abeja?
¿Nos extinguiremos como el aroma
de la fresia y la violeta?

Quiero  apasionadamente creer
Que volveremos a lucir como lucen ahora
los almendros y los prunos..