miércoles, 23 de noviembre de 2016

Paúl Celán







 Paúl Celán nació el mismo año en que nació mi madre, 1920 y murió mucho antes de que ella lo hiciera, en 1970.  Es junto con Stvietaieva el poeta que más profundamente me ha impresionado. Su destino como el de ella, fue aciago.

Llegué a Celán y ya nunca pude irme. Una y otra vez a lo largo de mi vida,  he abierto su libro buscando poemas que siempre me dejan temblando. Línea que siga mi dedo está cargada de un oscuro balbuceo que subraya la tiniebla. Leo y me parece asistir a un  milagro. Cada una de sus palabras es preciosa porque fue arrancada a la imborrable mancha del oprobio. A Paul Anczel le tocó nacer judío en Europa en los años en que serlo fue una profunda desgracia.

Pocas veces  he sentido tanto el temblor remecedor de una poesía que no puedo entender sino con las entrañas. Sus versos oscilan frágiles, balbucean  entre llamaradas del subconsciente y terribles hechos reales que se niega a explicitar. Sus poemas están habitados por un ruido de terremoto traspasado una y otra vez por el susurro de una espacie de nana.... Me quedo siempre atisbando la negrura entrecruzada de destellos de soberana belleza. Con Celán siempre termino musitando el verso como si fuese una oración sin destino, en medio de una desolación irremediable.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Porque... es noviembre




   
                                                                       Para José Ramón, mi más empecinado lector.


Noviembre es el mes del despojo.

 Lleva en su capa gris un rastro de ceniza incandescente. Sus nieblas y su brillo bronceado son para mí los más bellos del año quizá porque me tocó nacer en uno de sus días.

Noviembre es el mes en que mientras se enmohece el magnolio y los tilos van volviéndose susurrantes y generosos yo también constato apoyada en mi alfeizar lo que de  mi  se cae... también lo que se ha vuelto rama.

 Resisten las historias. Sigo soñando con volver a casa y abrir el libro que me espera. Sigo queriendo comparar las versiones y sorprender con una sonrisa interior los deslices y las incongruencias, atisbar los secretos. Sigo queriendo que me cuenten. Sigo teniendo la convicción de que la distancia entre dos que conversan es la mejor distancia.