jueves, 19 de septiembre de 2024

Final de verano.





Empezó setiembre y el pueblo se quedó vacío.  El silencio empezó a vagar por las calles y las cuestas. El aire adelgazó y se volvió casi transparente algunas mañanas frías.

Intenté cosechar la uva, pero como siempre quedaron racimos que terminarán lloviendo como mosto sobre el patizuelo, cuando yo ya me haya ido. Este agosto a pesar del calor de algunos días, la uva no alcanzó a dorarse,  por eso este año, no tendremos pasas.
Hice mermelada de uva  que espesé con manzana después de despepitar cada grano, en una tarde eterna en la cueva. La dejé guardada para el Tiempo de Navidad.

La casa también volvió a la quietud.  Las cosas fueron recuperando sus lugares habituales. Volaron los libros y se apilaron en los estantes de las habitaciones. Cada uno supo cuál era su sitio de invierno. Algunos versos quedaron señalados con alguna que otra página doblada.
Los juegos de los niños volvieron a entrar al arca ordenados y juntos.  Los cojines de la cueva suspiraron, cada cual en su querencia habitual bien abullonados y dignos. Se enderezaron la golondrina y  el caballito de mar en la entrada...
La cubierta del sofá de “La salita de invierno” fue alisada con esmero.  Las sábanas fueron retiradas, lavadas y secadas a un sol que las dejó frescas y un poco lustrosas… 
Se colgaron de las vigas del Alto, enormes manojos de Toronjil y de salvia. Bajo ellas, quedó extendida la cosecha de almendras.
Los gatos sintieron más  fuerte la llamada de las rodillas y acudieron dóciles al ronroneo y al sueño largo.

Setiembre es un mes lento, íntimo, acompasado. Permite volver a recuperar el tiempo real de las horas perdidas en el guirigay del verano y sus dias, restañan  con cuidado las pequeñas heridas de agosto. 
Observar al colirrojo que baja a beber al fondo del jardín, seguir  con calma  el vuelo alto de las últimas golondrinas, asistir al juego de las manchas tenues que dibuja el atardecer sobre los almendros lejanos, suaviza  el ánimo. 

Setiembre ayuda a recuperar ese tono vital que es cualquier cosa menos marasmo. Es como si nos dijera-  Es la hora de volar como el buitre sobre El Mediano! ¡Hazlo con calma!

Cada día, cuando empieza a anochecer, abro la reja para seguir con mis amigas la cuesta que sube hacia La virgen del Monte y bajar después de detenernos en cada casa ruinosa, en cada corral, en cada solar con traza de haber sido alguna vez ocupado y, desgranar su “heráldica" tan vieja como el pueblo  Constatamos el terrible abandono al que la oscuridad creciente y el asomo de la luna siempre embellecen y dan misterio. Luego, calles abajo, escaleras abajo, con cuidado, tropezando a veces, terminamos en el cono de luz que vuelve aún más sombrío el Parque de San Gil y allí, iluminadas en medio de la penumbra, conversamos sentadas en los bancos “ arcoiris” como solemos hacerlo las mujeres que ya sabemos quiénes somos : rememorando, soslayando, compartiendo… Callando de repente con la certeza de que después de hablar tendremos menos frío y de que nos habremos entendido perfectamente…
Suena la campana de San Gil. El aire nocturno vuelve locuaces a los chopos verdes todavía. Las luces a lo lejos se vuelven invitantes. Toda sombra, todo paso  adquieren una indudable presencia… 
La reja cruje de nuevo al abrir.
Aspiro  el aroma de mis matas de cilantro y perejil que se irán conmigo cuando me vaya. Me gusta quedarme un momento bajo el farol de la entrada para leer la baldosa esmaltada que anuncia que ésta es “La casa del vino”
Y … cuando por fin cruzo la puerta verde, en la soledad del zaguán el ángulo mágico que reverbera al fondo, me llama suave y yo acudo serena, porque ésta es mi casa y mi casa, estos días del primer  setiembre, con sus fisuras, su parra y su cueva, es sólo y únicamente, mía.