Fue la dueña orgullosa de un barco carbonero de dos chimeneas que recorría el Cantábrico y la única liberal en un pueblo de acérrimos carlistas. Aunque fue denostada más de una vez desde el púlpito, no dejó de acudir un solo día a misa de seis con la cabeza bien alta, jamás dejó de ser liberal tampoco
Cuando niña venida de otros mares, recalé en su puerto, mi padre me enseñó que frente a la pregunta inevitable:- ¿De quién eres?, debía contestar; -¡ Andrabaltza!- para establecer mi linaje. Su nombre trasgresor me abrió las puertas y las sonrisas, me procuró un sitio en las cocinas, peras de navidad, viajes en burro y un sinfin de historias de aparecidos...
Me enamoré de su nombre y de su heterodoxia y los consideré mi herencia.