domingo, 12 de abril de 2020

Tiempo de incertidumbre 5 ( cuarta semana)






Todo ha cambiado y no nos terminamos de dar cuenta.

Estamos asistiendo en primera persona  a un momento histórico de incalculables proporciones, pero yo no puedo sino pensar en el mundo que dejé.

La naturaleza ayuda. Brotó la parra, han vuelto las golondrinas y las lluvias de abril. El Mediano (nuestro monte) reverdece a su tímida manera castellana. El sol nos despierta a la misma hora y a la misma, se oculta. Se encienden las luces, humean las chimeneas, comemos, bebemos nuestra copa de vino, nos viene el sueño. 
Tengo la poderosa sensación, ayudada por esta regularidad natural, de que se mantiene  cierto orden. Los consejos que insisten en que conservemos las rutinas tienen razón. El baño matutino, los quehaceres cotidianos, una cierta regularidad en las horas de descanso y actividad, ahuyentan la sensación de caos.

En nuestra casa no necesitamos utilizar mascarillas. Ninguno hemos tenido ningún síntoma preocupante y como ya llevamos un mes juntos, nos comportamos como siempre. Besos y abrazos para los niños con el mismo ímpetu, el mismo frenesí. Cercanía, libertad de deambular por donde a cada cual le venga en gana.

Ni siquiera termina de hacerse presente el miedo. El miedo, el dolor necesitan "realidad" para manifestarse "vía cordis" 

"La casa del vino" nos protege pero yo sé que estamos emplazados. Se nos acabó la ingenuidad y la despreocupación tan propia de quienes no han palpado aún el envés de la vida, en carne propia. El día que salgamos a la calle, la realidad nos caerá encima como una capa helada. Nuestras calles, nuestra manera de vivir, la despreocupación, el futuro predecible ya han saltado por los aires, pero aún nos falta el que de verdad nos demos cuenta.

Todas las tardes bordo mi paño. Para mí es un tipo de testimonio personal inconsciente. Dejo que mis manos elijan los colores y las formas. Acepto el caos o el punto torcido porque cuando lo extiendo me conmueve su humilde belleza. Esa que yo quisiera preservar siempre pase lo que pase. Esa que solo depende de mí y que tiene que ver con el patizuelo bien barrido cada mañana, la cueva recogida por la noche, la manta doblada y los cojines bien puestos en la salita de invierno antes de irme a dormir. La de poder dejar a los niños calentitos en sus camas, de apagar las lámparas, de entornar  la ventana y asegurar con cuidado la puerta, después de comprobar que humanos y animales estamos en casa.

He tenido la suerte de no tener que llorar a nadie que conozca, todavía. Es increíble. 

La casualidad ha querido que cayeran en mis manos esta semana "Las cartas de Lilli Jahn", una médico alemana judía que vivió y murió en tiempos del Tercer Reich.. Sus cartas han acompañado mis noches de esta última semana y han coloreado mis soliloquios. Lilli me ha hecho reflexionar mucho acerca del destino personal.

 Profundamente enamorada de un médico ario con quien, pese a la oposición de sus padres, logró casarse en los años previos al régimen nazi y con quien tuvo cinco hijos, aguantó todo. Aislamiento social, cultural, profesional y físico hasta quedar reducida a mera cuidadora de hijos y esposo. Pudo exilarse a Inglaterra con su madre y hermana. No se fue. Ni se le ocurrió. Radiante, llena de inteligencia y vitalidad permaneció encerrada en su casa hasta llegar a ser la última judía del pueblo en que vivía. Aceptó incluso que su marido Ernst tuviera una amante. Entendió incluso que dejara de amarla.

Ernst se divorció de ella y con ello selló su suerte. Primero un duro campo de trabajo y finalmente, Auschwitz. La mayoría de sus cartas son las que dirigió a sus hijos desde el campo de trabajo y que no cesaron hasta el momento de tener que tomar el último tren. Cartas clandestinas en las que los instruía en cómo abrigarse y qué leer. En las que se negó a transmitirles su hambre y su miedo.

¿Es imaginable que el destino de Lilli, siendo como era, hubiera podido ser otro? No, creo que no. Jamás hubiera abandonado a Ernst y a sus hijos. Nunca. Leo sus bellísimas cartas y acuno su memoria. Me duele  y la entiendo.

A quien no entiendo es a Ernst. Me produce una rabia sorda ese neurótico miope a quien ella tanto amo.

Estoy convencida  de que nuestro destino personal, incluso en las más terribles épocas de crisis está ligado de alguna manera inevitable a lo que somos.

Debiéramos reflexionar sobre esto.

Aldoux Huxley lo dejó escrito y yo lo he creído desde muy joven:

"Todo lo que nos ocurre se parece inevitablemente a lo que somos"-

2 comentarios:

  1. Emotivo texto por lo que dices y por la bella manera de decirlo, Bego, como siempre. En esta ocasión coincido contigo más en la primera parte que en la segunda. Todo lo que tiene que ver con la forma de sentir el llanto de los días, la rutina como mitigadora de la dureza de las noticias... lo comparto.
    Pero en la segunda parte, a pesar de valorar a Lilly, me provoca rabia que no escape del horror, pudiendo hacerlo. No la entiendo. A lo mejor soy demasiado egoísta para entenderla...
    Y la frase de Huxley, no la puedo aceptar. ¿Todo?quizás alguna cosa pero todo, de ninguna manera. Dónde queda el factor suerte? Siempre nos la buscamos? No.
    Gracias, Bego

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  2. Me gusta tu texto, Begoña, porque pones en palabras la necesidad que sentimos muchos, creo, de ser activamente conscientes de lo que estamos viviendo, de no dejar pasar esta única oportunidad de observar la vida minuto a minuto, minucia a minucia; y porque revelas también esa íntima añoranza por la antigua vida ahora detenida, cuyo despertar es aún incierto, lo cual nos inquieta.
    Con respecto a Lili Jahn -yo no he leído el libro-, a mí me revuelve mucho lo que dices, es decir, me cuesta decir que "entiendo" a esa mujer, o más bien me gustaría no tener que entenderla. Sin embargo, asumo la frase de Huxley casi al cien por cien. No niego que el factor suerte es determiante a veces, pero hasta en la forma de encajar la suerte que nos toca somos fieles a lo que somos, inevitablemente fieles. No sé expresarlo de forma más precisa, pero es algo que experimento en mi propia persona, y con lo que no estoy conforme (¿por qué el resultado de todo lo que hacemos se parece?).
    Sigue haciéndonos pensar, Begoña...

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