lunes, 6 de marzo de 2017

De la otra parte...




Bruma


Existe una cierta dimensión de lo que vivimos que transita en el límite. Cuando deambulamos por esa "tierra" es como que  de pronto el espacio tomara la forma de una cuerda floja en la que  sentimos nos equilibramos. No nos damos demasiado cuenta del bamboleo, ni tampoco de la destreza de nuestras plantas titubeantes, pero un leve movimiento a veces tiende a desequilibrarnos y nos obliga a apoyarnos levemente en algo que es ya otra dimensión, en la que encontramos extraños gozos, tremendos miedos, viejos dolores...

Deambular en el Reino de los muertos no le es dado a cualquiera: es necesaria la capacidad de degustar de una especie de saludable terror que se asienta en las vivencias de la infancia- a menos que nos hayan cercenado ese brote del espíritu, almas bien intencionadas y alicortas que piensan que no hay nada más deseable que los niños duerman sin sobresaltos-


A quien le ha sido permitido lidiar con monstruos y trasgos nocturnos desde temprano, quien ha aprendido a poner oído atento al leve roce de sábanas en la oscuridad y a voces apenas murmullo ciertas noches de luna, sin gritar y encender luces se hará dueño de la sutil senda del inframundo y jamás se negará a transitarla las veces que le sea dado  poder apoyar en ella su planta... Sería algo así como dejar perder el glorioso trasfondo tornasolado de la vida consciente.

Lo supo E. Allan Poe y Virginia Wolf lo sorbió hasta las heces. Juan Rulfo consiguió expresar en palabras imperecederas los murmullos de las tumbas, de esas voces que son también las de nuestros muertos. Solo cambia el tono, la cadencia, los nombres.

En medio de un sabor, de un difuso aroma, en la pausa de unas palabras ordenadas de cierta manera acezan ellos y entonces, cuando nos arrastran suaves, hacia la linde, podemos con un movimiento decidido, recobrar el equilibrio del mundo de la luz o dejarnos llevar. Proust fue un maestro en esto de reafirmar el paso en esa tierra ignota y nos mostró de la más sutil de las maneras sus bifurcaciones. Desde él sabemos que la memoria es la capacidad humana en que se halla aposentada la llave que permite el tránsito. Es la que nos lleva a la tierra de la penumbra...

La memoria es una tierra cuyo mapa no depende de nuestra voluntad. Es preciso saber que no se trata de cronologías, ni tampoco de hechos. Es algo que se nutre de lo que hemos vivido pero, lo que vivimos es... ¡una mar tan ancha! Apenas recordamos algo del magma que a lo largo de días y noches va sedimentario y acumulándose en una dimensión desconocida incluso para nosotros, hasta que algo -un aroma, un sabor, un sonido, cierto tacto...- nos lo hace perceptible y nos invita a tomar el hilo e iniciar el viaje.

 A veces no podemos volver.  Juan Preciado se quedó en Cómala arrullado por los recuerdos de Dolores ... Virginia se aferró a este lado de la realidad mientras pudo, pero al final dejó de poder. Yo quisiera conservar ese deambular de orilla a orilla para llevarles a ellos retazos de noticias dichas como sé que les gusta. Quisiera también poder seguir escuchando sus voces sin sonido, su rebullirse suave, su ecos... Pero también quisiera... poder volver.

2 comentarios:

  1. En ese deambular hay a veces un intento de resucitarnos... Pero lo muerto se queda en la penumbra, no se puede degustar a plena luz. Si es que algo queda... El deleite o el dolor tampoco son claros, ni se escojen. Las resurrecciones a medias a veces se parecen más a la condena de ese purgatorio del que la iglesia ahora reniega pero del que muchas almas saben.

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  2. Sí, es verdad, Libe...me gusta tu metáfora del purgatorio:esa En esa dimensión brumosa que trato de sugerir late el sufrimiento de la penumbra y el balbuceo,la memoria a retazos pero... también allí se siente viva, la esperanza del Cielo: la plena luz

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