miércoles, 6 de julio de 2016

Cristina, hija de Lavrans de Sigrid Unset







"Cristina, hija de Lavrans" es la obra magna de Sigrid Unset, escritora noruega premio Nobel de literatura de 1928. Está considerada como la mejor novela histórica del siglo XX. Coetánea de Joyce y de T.S. Eliot, no nos los recuerda en absoluto. Lo suyo es un delicioso volver a la novela decimonónica con su narrador omnisciente, su hilo narrativo atento al fluir de una línea del tiempo sin interrupciones, a la protagonista indiscutible que vertebra el relato: en este caso, Cristina.

Aquellos que como yo, somos amantes de la llamada "Novela moderna" sabemos cuánto cuesta llegar a la última página de un libro en el que nos hemos implicado emocionalmente de tal manera, que una suerte de vértigo nos invade cuando debemos aceptar que se ha acabado, que lo que queda es solo esta frase final:

-" Casi sin pensarlo, andaban con tanta ligereza y tanta suavidad como podían sobre la nieve recién caída"-

Y cerramos el libro y aún podemos andar detrás de esos pasos... algunos pasos más.

Sigrid Undset recrea para nosotros la Noruega del siglo XV. Vivimos con ella  las antiguas costumbres precristianas junto a la pujanza del Cristianismo joven. Asistimos a sus labores siempre ligadas a la tierra, a la vida profundamente comunitaria con sus fiestas y sus ritos regidos por las festividades religiosas, los santos patones, reliquias y monasterios y a la vez... vivimos las vicisitudes de esas individualidades poderosas llenas de matices, contradicciones y firmeza que jalonan ese mundo en el que cada hora tiene su afán y cada persona su lugar en un mundo donde apenas caben cambios.

Seguir en sus avatares a Cristina, desde su infancia protegida por el calor de un padre increíblemente tierno, asistir a su amor-pasión por Erlend y su gran equivocación, seguirla en el proceso de asunción  lenta, dolorosa y responsable de su culpa y posterior  redención, es seguir un camino de perfección en persona interpuesta. La culpa sobrevuela la historia y hunde su hondón en aquello que los cristianos llamamos "Pecado original", algo que va mucho más allá de la simple trasgresión social o familiar y que "caída en la tentanción" convierte la vida de Cristina en un claroscuro de emociones y responsabilidades donde la angustia sobrevuela siempre aún en medio del gozo. Este viaje espiritual nos lleva allende La Ilustración y a la vez nos hace cercanos a Nietzche, Freud... Al fin de cuentas, su autora perteneció al siglo XX.
Se ha dicho que la lectura de toda buena obra literaria salva. Esto es algo que se siente poderosamente cierto en el proceso de lectura de esta novela. La naturaleza humana está herida y no podemos evitarlo: en todo ser humano, incluso en el más puro, existe algo que lo malogra, lo empequeñece, lo encierra...
Así, la convicción de la existencia del mal recorre la narración. El feroz deseo de poder, el gusto por la riqueza,  el ansia siempre insatisfecha de placer.... En suma, la feroz autoafirmación personal como ocasión de caída, recorren la historia pero, junto a la certeza de que ninguna ilustración, educación o progreso pueden sanar el núcleo herido del corazón humano, existe también algo que podríamos llamar la convicción de que éste puede ser redimido siempre de la más misteriosa de las maneras.

En este libro, rodean a la protagonista personajes inolvidables: amigos, enemigos, rivales,  vecinos... Lugar especial merece Simon Darre, el novio rechazado y mi favorito.  La profundidad de su amor por Cristina y  el padre de ésta, Lavrans, van dejando un rescoldo de gracia a lo largo de la historia. Aquí tenemos a un personaje que, aunque no se libra de la contradición y la angustia como ninguno, aparece siempre aureolado de una probidad, una generosidad y fuerza espiritual que finalmente tendrá que reconocer incluso la propia Cristina. Nosotros sabíamos mucho antes que ella (suerte del narrador omnisciente) que el perder a Simón sería terrible.

Erlend, el elegido, aquel por quien Cristina desobedece a su padre y malogra su corona de novia, al aceptar consumar su amor sin atender a la más mínima de las consideraciones morales religiosas o sociales de la época, es también un personaje interesante aunque no sea más que por la extraordinaria seducción que irradia pese a esa suerte de banalidad que trasmite. Tiene todas las virtudes viriles que suelen enamorar: bello, valiente, atrevido, fogoso ( sus palabras de amor son las más bellas del relato). Vamos hacia él como va Cristina, casi a pesar nuestro y nos dejamos envolver por un abrazo y un orgullo en que abreva el romance de todas las épocas. Erlend es el sueño inconfesado de toda mujer y por el que si se consigue, la mujer tendrá que pagar un alto precio...Cristina lo paga sin quejarse y lo ama hasta el final.

Lavrans, el padre de Cristina, es quizá el personaje más enigmático y atractivo de la novela entre los hombres. Profundamente cristiano, fiel hasta la médula, aparece en todo momento corroído por el amor, como todo buen cristiano. Es, es este sentido un personaje ejemplar. Su difícil y hermosa relación con su esposa es de una complejidad y ternura que van acrecentándose a lo largo de la novela. Simón Darre es el hijo que hubiera querido tener, Cristina, el amor de su vida.

En Cristina se manifiesta una emoción poderosa que ahoga casi cualquier otra: es el amor por los hijos. Un amor que se siente como la poderosa gracia  concedida a la mujer. Los matices de su amor, la ligereza de su ternura, la obsevación extasiada del crecimiento... oscilan con ese estar al acecho de la malaventura  en forma de enfermedad, accidente... que pueda acaecer a sus hijos. La madre intenta una y otra vez  preservar a sus criaturas y en ese intento se desgasta y desdibuja. Ella mantiene la casa y la estirpe: decide cuando hilar y preparar la cerveza, cuando debe cambiarse el heno de las camas y sacudir las pieles, cuando subir el ganado a los pastizales... Se viste de estameña y se anuda un pañuelo para trabajar una más con la servidumbre y por la noche, cuando todos están recogidos, al amor de la lumbre, ella desenrolla su labor y con ella, su vida secreta. A veces, cada vez menos a medida que transcurre la vida, se viste de brocado y se cubre con capa de pieles. Peina sus cabellos larguísimos y se deja ser vista en toda su gloria, la siempre bella Cristina a través de todas sus edades con sus joyas heredadas y cruces pesadas.

Otro de los grandes placeres que proporciona la lectura de este libro son las bellísimas descripciones de la naturaleza: el señorío de Husaby,  Hammeras, Joerundgaard....son lugares que son contemplados por Cristina con una unción que tiene el poder de reinstalarla en la fuerza una y otra vez y a nosotros con ella. No solo es el paisaje: es la vida toda que danza al ritmo de aromas y sonidos...de hierbas y nieve azuleando. La naturaleza es sentida como  el hogar. Me duele pensar que hemos perdido ese nervio especialista en captar eso que ella va a buscar a solas cuando sube hacia las cumbres, cuando baja hacia el río, cuando se sienta en la puerta de la casa a mirar hacia el camino... Cuando en medio de la noche cerrada cabalga sola a prestar ayuda.

Esta novela nos ofrece también, aquel orden lleno de sentido que la novela contemporánea ha perdido. La vida todavía no son fragmentos. Todavía tiene una unidad de sentido. Todavía Dios es un interlocutor explícito. En "la corona" , "la mujer" y " la cruz", símbolos cada uno de las etapas vitales de Cristina, todavía sentimos el vestigio de las nuestra pero... tan débil. 

La lectura de Cristina, hija de Lavrans deja en el ánimo una especie de levadura que va fermentando de a poco por lo que no es raro que se vuelva más de una vez a sus páginas ( yo le he leído dos veces) Parte del deleite esta en el grosor del libro, en el marcapáginas, en la vuelta atrás a la búsqueda de algún párrafo especialmente bello... Es uno de esos pocos  libros con los que podemos madurar y envejecer y en los que podemos encontrar una amiga dueña de una poderosa historia que compartir con nosotros y a quien podemos por los secretos caminos que ofrece la literatura,hacerla partícipe de la nuestra.

De verdad, en este mundo nuestro que se ha vuelto tan helado, " Cristina, hija de Lavrans" es un luminoso y calido rescoldo. Vale la pena acercarse.


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