domingo, 27 de enero de 2019

Desahogo.






 Madrugada. En el silencio empuño la pluma por puro desespero. Simplemente para no tener más esa maldita hoja blanca frente a mí. De todas las durezas de mi vida, la única verdaderamente digna de ese nombre es el no poder escribir, ese sentir lacio el nervio especialista en respuesta a la vida. No soporto sentir el alma caída...

La vida siempre acontece, siempre es intensa, siempre pide respuesta... pero hoy yo, como don Quijote frente a la zafia campesina a quien Sancho insiste en llamar Dulcinea, tengo que hacer un acto de fe y le digo a la vida "Juro, señora mía, que sois la más bella dama de cuantas existen,  solo que yo, desgraciada de mí, no os puedo ver". No, no veo la belleza de la vida, ni tampoco su desgracia. Los días se me van a lomos de un jamelgo que se niega a subir hacia el cénit y yo no tengo fuerza para espolearlo: estos días vamos los dos como imagino que volvía don Quijote derrotado por el Caballero de la Blanca luna en versos de León Felipe: ..." va vencido el caballero, va cargado de amargura, de retorno a su lugar".

Resuena en mí Simone Weil y esa impresionante intuición suya acerca de la "pesantez de la vida" Cuando la gracia se aleja quedamos convertidos en masa y... no hay caso; solo queda esperar aferrados a esa última pasión que no nos queda claro cómo se mantiene; esta atención dolorosa fijada en el horizonte y que busca y espera poder volver a subir...

Me siento de verdad ahora, aquí, de madrugada, sola frente a mi teclado. Hoy lo pulsé para poder encontrarme, para no sentirme solo voluntad y deber casi sin sentido.

2 comentarios:

  1. Estas palabras henchidas de sentimientos, escritas de madrugada sobre el papel en blanco son, Begoña, sustento sustancioso de tus lectores…
    José Ramón.

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  2. Y vosotos (los lectores y lectoras) el mío. No lo dudes, José Ramón.Gracias por estar conmigo en el desborde y en el secano...

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