viernes, 5 de agosto de 2011

Alabanza del rito




Los ritos, estos que compartimos todos y que llevan la seña inequívoca de nuestra cultura, suelen ser ocasión para tomar conciencia lúcida del paso del tiempo pero también de como éste parece repetirse. Son símbolos de que "lo nuestro es pasar una vez solo y volando", como decía León Felipe, pero también de nuestra necesidad de repostar, esa que  nos desgarra a veces en ansia de volver o de... quedarnos.

Nuestros ritos aparecen, cuando echamos la vista atrás intentando descubrir un hilo conductor en la maraña de acontecimientos que constituyen nuestra vida, engarzados como puntos de lectura que ponemos en "el libro del tiempo" de manera que nos ayuden a hacer presente algo que no quisiéramos olvidar nunca. Es entonces cuando ritualizamos y nos dejamos envolver por una serie de gestos que oscuramente nos llevan a aquella precisa situación que un día vivimos por primera vez, haciéndola de nuevo presente. Es así como conseguimos que el tiempo una y otra vez se tuerza sobre sí mismo...sin alcanzar, es verdad, jamás a "morderse la cola" pero casi. Ya sabemos...las golondrinas que volvieron este verano  no son las mismas que las del mayo pasado pero... parecen volver y nosotros, con ellas.

Vuelve el tiempo de las castañas en las esquinas, el adorno de las puertas en Navidad, los abrazos del día de cumpleaños, la vela encendida la noche de difuntos...Vuelven mientras tengan sentido y hagamos los gestos convenientes. Si no lo hacemos así,del tiempo, cae la pequeña muesca... 

A veces me pregunto por qué conservo siempre ese vestido negro que  me pongo cuando quiero sentirme seductora. Por qué compro libretas de tapas azules y de hojas blancas (me niego a escribir en un cuaderno a rayas y no digamos a cuadritos) Por qué antes de dormir junto en un ramo, el nombre de "mis apesadumbrados" y rezo sintiendo que a cada palabra mía se sueltan un poco los nudos de sus pesares y...¿por qué cuando llega el verano necesito poner lilas salvajes en mi mesa? y  por qué cuando viajo lo primero que hago como gesto de posesión del nuevo espacio, es colgar mis collares...

Lo que se vuelve ritual, adquiere una densidad de sentido del que siempre nos damos cuenta. Cuando algo es un rito para nosotros, nuestros gestos al hacerlo presente se vuelven parsimoniosos y calculados. Nos reconcentramos. Nadie enciende una vela ritual por casualidad, nadie.

Por eso es tan doloroso perder aquello que tiene tanta capacidad de convocar y se ha vuelto sagrado para nosotros. Es la razón de que lo cuidemos tanto y tendamos a mantenerlo en secreto. Tal vez  porque esos ritos personales a los que ahora me refiero, son como guiños de complicidad que nos hacemos a nosotros mismos "me han llegado lilas" digo yo, o "me pondré mi gorro ruso" y sé y solo yo sé, lo que significa.... 

A veces los ritos son ciertas palabras que se dicen únicamente en ciertas circunstancias. La primera tarde de otoño,  leo "Carta de lluvia" de Jorge Teillier en el mismo ejemplar que compré una tarde  de mis diecinueve años, allá en una librería de la calle San Diego de Santiago de Chile y que cuando me hice "rica", encuaderné en lujosa  piel de color azul...(otro rito con los libros que más profundamente amo)

Este tipo de rito es algo que no se prodiga porque es precioso. Tampoco puede legarse porque es personal y solo tiene sentido para nosotros. Preparo la tortilla como  mi madre y como lo hacía ella, inauguro la comida de Navidad. Repaso sus canciones y su dichos pero sé que lo que fueron sus propias señales, se las llevó con ella y está bien que sea así.

Hoy, también he descubierto un rito que hace un año no existía. Al atardecer me he sentado a mi mesa y he escrito como cada viernes. Junto a mí tengo un corazón rojo de mostacilla (el corazón de Erzulie, la loa haitiana) He terminado mi entrada número cien y se la ofrezco...Ella y yo sabemos por qué.

4 comentarios:

  1. No quiero atribuirme (porque lo estoy haciendo, jajaja) la palabra pelotillera. Pero que hacer si ¡has dado en el clavo!

    Muxu.
    Eukene

    ResponderEliminar
  2. Te leo mientras me tomo un café calentito, pero no cascao, que es quizá el rito más hermoso que conozco, el del café en el bar, con casquera incluida y con amigo. Y me ja dejado absorto el que te lleva a forrar de "lujoso azul" todos tus libros capitales...Es como vestirlos para que suban con elegancia los escalones que conducen al palco del Viejo Palau -las paredes, creo recordar, eran verdes- donde se representa la versión wagneriana de los sueños de nuestro corazón, de los amores secretos...

    ResponderEliminar
  3. Hola Begoña

    Una buena comparación, tu amigo y Matar a un ruiseñor.

    Me he emocionado leyéndote porque traspasa y llega al corazón tu vivencia, tu energía y vitalidad. Aquellos años fueron especiales para vosotros, y aunque alguno no consiguiera llegar a ser un poeta reconocido, sin vosotros, nosotros no seríamos lo que somos.

    Gracias por vuestra entrega, utopía, fe y confianza en vuestras ideas.

    Besotes, guapa.

    ResponderEliminar
  4. Totalmente de acuerdo, Amatxu. Siempre que se habla de los ritos me acuerdo de la siguiente conversación entre el Zorro y el Principito:

    -Hubiera sido mejor -dijo el zorro- que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.

    -¿Qué es un rito? -inquirió el Principito.

    -Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro-. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.

    ResponderEliminar