domingo, 31 de octubre de 2010

Ese ligero toque de ambrosía...


Para mis hermanas

La confirmación del diagnóstico supuso una especie de temblor en el eje del tiempo. Alteró mi habitualidad de manera tal que de pronto me hice consciente de que absolutamente nada acontecía de la misma manera.  Seguí repitiendo lo que había hecho hasta entonces, no se me alteraron la sonrisas ni los tópicos. Me aferré al- ¿dormiste bien? ... Ya pronto Navidad... habrá que sacar el ángel ¡Vaya!, aún está dando flores la planta que te regalé para el día de la madre... Me duelen las rodillas ...¡Cuéntame!

Pero como había perdido la inocencia, me veo decir, me veo hacer y, al terminar el día, un cansancio insomne cae sobre mi noche como pétalos de plomo.

Luego también me habitué a la noticia y recuperé una inconsciencia que ya no es diáfana, sino densa y embotada.
El hábito se ha convertido en un  colchón rechinante que de alguna manera amortigua el impacto que a intervalos me golpea la conciencia ¡Ella se muere! La casa se quedará vacía.  ¿Qué haremos con las plantas, qué, con su sillón; qué con su libro de misa; qué, con su libreta de teléfonos caótica y descuadernada ?

¿Qué haré con mis martes y jueves por la tarde? y... qué con las llamadas de todas las noches a las ocho, justo antes de las noticias. Qué haré con su voz en los viejos cassetes y... qué, con sus viejos amigos... Entonces, extrañamente me relajo, porque la impotencia es tal ante las preguntas machaconas y obsesivas, que  ella misma me libera hasta que otra vez cerrada la fisura, vuelvo a vivir como al fin y al cabo vivimos todos, como si no pasara nada. Entonces miro mi reloj, marco su número y cuando escucho su voz desfigurada al otro lado, sin un solo temblor en la mía,  repito el consabido -¡ Hola, amatxu!

Me gustaría intentar explicar esa imposibilidad de generar el suave rodar del tiempo bueno, de aquellas horas que ahora llamo felices, desbordantes de pequeños gestos cotidianos que se han perdido para siempre. Mi madre cortando cebolla  en la tabla con el enorme cuchillo de cocina que compré para ella, junto a mi padre que resopla suavemente mientras vuelve  un poco torpemente las hojas de su periódico en la mesa de mi cocina. Sus cabezas blancas entonces me parecían eternas, pero no, no es verdad, ya entonces las miraba sabiéndolas emplazadas: siempre he sido de una lucidez terrible.

Pero aunque yo ahora quisiera recordar el fluir de las horas, éstas  ya se han solidificado en escenas cada vez más estáticas y difusas. ¿Es eso al fin y al cabo, lo que queda de la vida? Intento retener lo que ya está escrito en el agua. Sí, intento rescatar una profundidad de momento memorable, a lo que al fin y al cabo se convertirá en totalmente irrelevante. Es solo cuestión de tiempo ¡ sé que perderé mi recuerdo!

Sé también que mi madre morirá y que su muerte no será más que una muesca mínima, en la inalterada inmensidad de las horas. Cuando me resigno y asisto a su transcurso desde un poco más atrás, descanso. Si dejo de anticipar y tratar de recordar o preservar para luego, no duele tanto.
......

Luego llega el miedo, ese descorrerse el velo. mejor dicho: ese rasgarse que me deja frente a la insobornable constatación de que la vida es solo un sueño. De que todo aquello que asiste como vivido, tiene tan solo la textura de un espejismo.

Ella se aferra a sus recuerdos, pero su ánimo resbala en una cuerda que pende del vacío. Las canciones se vuelven siniestras herida de mala manera su deliciosa costumbre. Sus decires parecen palabras de cartón piedra a las que ahora se ve el burdo envés. Ella canta y yo pienso ¡soledad de soledades, todo soledad!

Los muertos se quedan solos antes de morir. La vida  los echa a la cuneta y para más ultraje, nunca se viste con mayor hermosura como frente a los ojos empañados de los que saben que ya no habrá  más esplendor en la hierba ¿Cómo se despide una de quien está muriendo? Es probable que lo más tremendo sea ese perder el sentido de las despedidas. Ese morir callado sin palabras imperecederas, porque en realidad nos protegemos tanto que no podemos escucharlas, ni ellos se atreven a decirlas.

....
Ayer ha empezado a callar. Ya no hay canciones. Se terminaron las confidencias. Me mira pero no me ve. Aunque intente evitarlo, he empezado a quedar lejos, muy lejos de ella. Está atenta a otras presencias distintas de la mía: a las voces que cree escuchar, a la ausencia que ve sentada en el sitio de mi padre, a alguien que siente a su espalda... Y yo le digo entonces cuando me pregunta -¡Es el ángel, amatxu, el de la guarda! - Y ella sonríe y me guiña su ojo bueno.

El silencio se prolonga por horas. Nunca la vi callar de esa manera, con la mirada por primera vez perdida. Me doy cuenta precisamente ahora, de que mi mirada "redonda y fija" tiene sello materno, pero ahora, ella ha dejado resbalar la suya.

......
Lo que más me hiere son esos fogonazos continuos, esas escenas que en mi mente se suceden inesperadas, sin orden ni concierto. No solo cuando fijo mi mirada en su viejo y estragado rostro sobre la almohada del hospital y el espejismo de la mujer sonriente sentada en la mesa de la cocina me hace alguna confidencia ¡ ¡Cómo habré contemplado yo, a mi madre para tenerla tan nítida!  Puedo dibujarle las cejas, su preciosa nariz orgullosa que yo ansiaba heredar, su sonrisa...pero solo allí, en lo oscuro.

Miro su cuello vendado y amoratado  y veo de inmediato la suave garganta de la muchacha guapa del retrato que adorna la mesa de mi sala.

Voy a dormir. Y...entonces, mi madre se despide de mí en el taxi que la lleva vestida de gala hacia  Guernica y se me adhiere sin yo quererlo, su aroma de "Maderas de Oriente" que aspiro con fruición. Me despierto a altas horas de la noche y ella levanta la cabeza atenta del dobladillo de mi vestido verde y me sonríe tranquila...

Me lancea su voz. Su voz de los días dorados de Llolleo, su voz de las canciones que reververan en ese graznido balbuciente de ahora, que se obstina en repetir para mi congoja...¡Ay! su voz perdida de los cuentos, su voz de las confidencias, su deliciosa voz de las consolaciones...


Los poetas somos profetas sin saberlo. Un día, hace ya mucho tiempo, escribí... "Cuando caiga de mí a la mano rota..." y tal como un día en época de salud y de fuerza, adiviné su terrible decadencia, en estos días turbios, enarbolo a mi madre y dejo caer sobre ella, lo que prometí: sus rostros, sus sueños confesados, sus películas, sus canciones, sus palabras... Pero ella no sabe, no imagina siquiera el cataclismo interno  que significa esto para mí. Es mi homenaje: mi última declaración de amor.

Siempre supe que el que se fuera sería catastrófico para mí, pero la forma en que lo hace, tiene algo  especialmente atroz: la conserva y destroza a la vez.

.....

Cada minuto de tregua es volver a la eternidad. Pareciera que el tiempo volviera a posarse sobre las cosas, dorado y dulcemente protector. A veces, nada pincha, nada relumbra impenitente. Se asienta la deliciosa sombra y entonces tomo su mano sin angustia. Hago las observaciones más triviales y las veo volar en torno de nosotras con un fulgor de mariposas apenas posadas...

En medio del emplazamiento, estas distorsiones hacia arriba son mágicas. Qué bien se camina después de vuelta a casa y qué preciosas se hacen las pequeñas satisfacciones cotidianas: comer, leer, enseñar, dormir sin sueños.
......
Mi madre me repite  las mismas historias, los mismos argumentos para justificar las mismas causas y pienso que tal vez la identidad necesite de esa protección férrea y algodonosa a la vez, para reconocerse. Estoy renunciando a contradecirla, porque siento que mis palabras no pueden ya llegar allí donde ella revuelve lentamente  la sopa espesa de sus convicciones.

....

La inmovilidad. Yo vengo siempre de prisa, siempre con olor a viento, a lluvia o a verde de plaza y ella siempre está allí, inmóvil en su sillón. Ahora ni siquiera vuelve la cabeza cuando entro haciendo ruido y puedo verla entonces de perfil, con la misma expresión que debe de tener cuando se cree sola.

Parece una ave vieja y esquilmada con su pelo rapado y sus heridas cuidadosamente cubiertas. Cuando me pongo frente a ella una sonrisa casi de niña por la alegría que ya no sé si es real o automáticamente elaborada, me recibe.

Me siento a su vera, miro su balcón con su txorimalo y sus gorriones sedientos y recomponemos juntas los gestos y las palabras. Miramos comer a los gorriones, les cambio el agua, corto una flor, le arreglo la manta sobre las rodillas...

..........

Ayer repartió sus cosas. Las chucherías que le hemos ido regalando a través de los años. A mí volvió el famoso collar de dos vueltas y el anillo con la rosa de Francia...tan desgastado ya.
Repasamos una y otra vez su historia y yo la ayudo a deleitarse en los detalles. Me sorprendo una y otra vez de su resonancia emocional, quizá porque yo con 35 años menos, me siento yerma y lo peor, sin sed.  Ella aún se emociona recordando.

Pasamos las horas hablando de lo que siempre hemos hablado. Estamos tranquilas. Compartimos estas tardes con un curioso espíritu de desasimiento. Las cosas  resbalan de su espíritu por su propio peso: ella se  quiere leve.

Hoy le conté el mito del carro alado, el más amado por mí y, cuando llegué al "Amor que hace crecer las alas", quedé conmovida por la luz de su mirada...Tan vieja, tan enferma y tan capaz de dejarse seducir por una historia que yo creía solo poder ser comprendida en plenitud del ser. Pero, en realidad...¡qué se yo de plenitudes!

Sus manos, sus siempre hábiles manos tan hermosas, conservan los ademanes y la gracia. Le corto las uñas con cuidado.

A veces, al mirárselas, tengo atisbos de mi propia vejez y me espanta. Vivo en una curiosa mezcla de lucidez y de congoja, aderezada por la siempre maldita nostalgia que me hace tan difícil dejar partir lo que fue.

Su mejilla se pudre, pero yo no la veo. Está tapada por una venda blanca cada vez más densa, cada vez más extendida. Ni ella ni yo la vemos, detenemos la mirada en lo que tranquiliza: las piernas extendidas y relucientes por lo bien hidratadas. Intento no mirar tampoco demasiado su boca ya torcida, su cabeza rapada. Le beso las manos y la frente.

Creo que ya he olvidado cómo era. Si en este momento escuchara su voz de antes no podría soportarlo...su hermosa voz de las canciones de las siestas, su voz de las historias de la radio, su voz de las confidencias. Su voz que se perdió.

Pero ella no se pierde, asiste pura presencia, llena de una pujanza cuya fuente no sé de donde  viene y que yo me resisto con toda el alma a dejar secar. Llamo por teléfono a sus viejos amigos y me intereso por sus vidas. Busco alguna de esas películas de las que ella me hablaba... "Llegaron las lluvias"... "El cielo y tú" las volvemos a ver y releemos a Agatha Cristhie...

Su mejilla se hincha. El tumor crece hasta el ojo que también se está distorsionando. Empieza a verse mucho más abultado que el otro. Gracias a Dios ella no se ve, aunque tampoco creo que le importara demasiado: la belleza nunca fue su vanidad.

Cuando me pongo las gafas puedo ver los detalles, entonces la constatación del avance de su deterioro me acuchilla la paz por lo cuatro costados. Con su voz de ahora, se obstina en hablarme y yo vuelvo a sentir una y otra vez su soberana presencia a pesar de  esos pliegues, calvas, heridas, hinchazones. ..

¡Mamá, quisiera hacerte un par de alas gigantes...!

Acabo de darme cuenta de que quizá desde muy temprano, de una manera inconsciente, puse a mi madre bajo el totem del ave...¡Milana, bonita!

..........

Ayer no dormí. Ni con un orfidal, ni con antifaz perfumado de lavanda. No dormí.

............

 Las largas horas que paso junto a mi madre, en las que ella rememora y yo escucho, me han hecho tomar conciencia clara de la importancia de vivir para recordar. La mayoría de las veces ella no está en presente. La mujer vieja, enferma y desfigurada que narra con su voz desfalleciente, es las más de las veces, una muchacha en la fuerza de la edad. Otras, una mujer estremecida y... poco importa entonces su invalidez actual: conserva lo bastante como para que actúe con fuerza la convocatoria. Yo soy su público.

Quien no tenga nada que valga la pena recordar, más vale que muera rápido.

................

Pero ella no quiere irse; quiere quedarse con nosotros. La veo con su blusa blanca que me pidió que le comprara para estar ella también de estreno un día de reencuentros. A pesar de que compré la talla más grande que encontré, le está pequeña. Le queda corta y las costuras se le abren (los corticoides la han hinchado de mala manera) y  así va a compartir, pura resolución, una tarde en la que de alguna manera ya sobra. Es una barca escorada, ruinosa y maltrecha que se obstina en mantenerse a flote. Es " La leona herida"

De pronto todo son voces y carreras, la vida fluye en risa, en comentarios, en vino, en postres crujientes, en belleza. Y ella está allí varada como una vieja tortuga ciega, casi sorda y muda... Y yo, casi a mi pesar, me acerco y cojo su mano y me la aprieta de una manera tal que quisiera soltarla de puro dolor, pero aguanto. Me adoso a su costado resistiendo la tentación de la vida inconsciente y magnifica bullendo frente a nosotras. No puedo, no podemos hacer nada más que acomodar la manta.

......

Los cuentos se terminan cuando desaparece la atención, cuando se hace imposible.

Mi madre y yo apuramos la atención convencional mientras pudimos. Yo escuché durante las largas tardes de junio, julio y agosto sus cuentos y ella siguió escuchando los míos. No eran historias nuevas, la mayoría de las veces ella desgranaba un rosario muchas veces repetido, pero lleno de esa extraña serenidad de los rosarios de mi infancia. Como entonces, a veces nos tocaban misterios gozosos, a veces dolorosos y a veces, dulces letanías. Yo la escuchaba sabiendo y sin ser demasiado consciente de la superficialidad de mi saber, que aquello se acababa. Volvía a mi casa como en trance, con la sensación inevitable de que todo se escurría: las palabras, los recuerdos y... ella.

Cuando ya era incapaz de hablar por mucho tiempo y le costaba también verme (debía situarme de manera perpendicular y muy próxima a ella), me ponía su película de vaqueros para que no me aburriera. Era conmovedor observar hasta que punto nuestra relación estaba hecha de palabras. El silencio nos golpeaba a las dos. Nos condenaba inmisericorde a ese tiempo preciso en que cada segundo era seguido con atención. Empecé a mirar el reloj y ella empezó a darse cuenta de que lo miraba...

Para entonces su mesa se había convertido en un mostrador de hospital: gasas, ampollas, jeringas, pastillas, bitácoras, el ventilador y su zumbido, el teléfono ya inútil para ella, las libretas y el inmenso e imprescindible rollo de papel de cocina, amarillo rugoso,que mantenía continuamente en la mano...

Yo miraba sus manos, sus bellas manos de uñas perfectas. Manos que se fueron volviendo reptantes y convulsas, obstinadas en las repeticiones de quehaceres sin sentido. Manos que sin embargo, sabían aún coger bien su vaso sin derramar una gota, buscar en su cartera, limpiarse la boca...¿Cuándo sería la última vez que sentí sus manos...?

Creo que sí lo sé. Estaba recién muerta y yo se las destapé y  las crucé sobre su pecho. También le quité su cadena  de oro y la medallita de la virgen de Guadalupe. Su anillo de boda, ya me lo había dado ella...


..y una aprende
que la vida siempre
se nos queda entre los dientes.
Ese regusto a ambrosía
entre lo amargo
que es imposible tragar...
Sí, vivir es trago amargo
una lo acepta..
Lo extraño, lo difícil
lo que nos exacerba
es ese ligero toque  de ambrosía
siempre adherido amargo
amargo...¡en la garganta!



17 comentarios:

  1. Hola Begoña

    Me has emocionado muchísimo, tengo los ojos húmedos, un nudo en la garganta.

    Estoy convencida que tu amatxu sabe lo mucho que le quieres y estará muy cerca tuyo, rodeándote con abrazos largos y amorosos.

    Besotes.

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  2. La decadencia de la Amuma fue física. No he visto a nadie permanecer tan viva… Y en ese “hacerse más ligera” que describes, se fue desasiendo de todo menos del núcleo de sí.
    El gusto amargo del manjar de los dioses, maldito, solo para recordarnos mortales. Pero hay un algo de inmortalidad aferrado a la lengua, los dientes y el paladar, aunque sea porque desde ahí nace nuestra permanencia: en las historias que trasmitimos. Paradoja que desde ahí naciera la enfermedad de la Amuma. Increíble: atacó el centro mismo de la que suponíamos su fuerza, y no pudo con ella. Pudo la muerte, claro, pero no pudo con esa integridad tan… no pudo con mi Amuma. No con la mía.
    Vivir viviendo no tiene sabor a soma. Aunque se degrade el gusto, me quedo con esa maldita poca de ambrosía…

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  3. ¡Qué relato tan conmovedor y "lúcido", Begoña! ¡Yo me quedé con sus manos! Toda ella está resumida para mí, en sus bellísimas manos... ¡las recuerdo con una nitidez impresionante! Estando muchas veces a solas con ella, ¡cuántas veces alargó su mano para asir la mía! así... como sin querer la cosa, mientras veíamos una película o las noticias. Tenía en ellas una poderosísima fuerza, pero... con qué suavidad y dulzura su dedo pulgar dibujaba círculos amorosos en la mía... siempre me pregunté por qué tenía ese gesto conmigo. Lo comprendí tiempo después cuando mi padre hacía lo mismo, sin importarle que mis manos estuvieran ¡sudorosas, pegajosas y frías...! Yo corrí desesperada hacia él por última vez antes que sellaran su ataud para siempre, y lo último que recibió su cuerpo yerto, fue mi último adiós... ¡en sus maravillosas y amorosas manos, deposite todos mis besos! Begoña, Edurne, Agurtzane, Amaya... todas ustedes saben que tengo una madre, pero que también tuve una amatxu

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  4. Mi querida hermana,¡¡¡que bien escribes!!!que justa y precisa en el relato que haces de la enfermedad y muerte de nuestra Amatxu....me has hecho volver a vivir esos momentos y como puedes imaginar,me e emocionado....sobre todo por que se me ha hecho tan presente....gracias Begoña,te quiero mucho,mucho

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  5. De tal palo tal astilla.....

    Hermoso tu relato Golondrina....
    muy profunda tu reflexión, Lobita.

    El lobo.

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  6. Para mí, este relato es ¡MAGISTRAL!,… Por primera vez en mi vida, una lectura me lleva a conjugar la “belleza del dolor del alma”…Suena extraño ¿verdad? …La belleza la siento en el escrito, en las palabras, en la dulce, amable y amorosa forma con que se transcribe esta profunda tristeza y dolor del alma…El dolor es de la perdida, de la partida,( no sé cómo llamarlo ) de tu madre. ¡Fuerte!, duro y doloroso ¿verdad?…Begoña, quiero decirte que para mí, tu escrito transciende más allá de tu experiencia… Interpreta una dulzura, un cariño, un amor, una mirada y un sentir que vamos…Es lo que yo sentiría con la pérdida o la partida de cualquiera de los seres que amo… ¡Te felicito!, me emocionaste e inquietaste durante todo el tránsito de tu descripción…y…querida amiga ¡gracias! por tu generosidad , gracias por regalarnos tu talento…Un abrazo gigante

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  7. Begoña, he tenido que leerlo dos veces porque se me empañaban los ojos y no podía seguir...

    Ya ves, nos "encontramos" sólo unas semanas antes de que tu amatxu muriera; nos volvimos a ver cuando ya todo había acabado. Apenas podía intuir todo lo que se barruntaba, claro que entonces no teníamos conversaciones como las que hemos ido manteniendo a lo largo del año.

    Estoy impresionada por tu relato y creo que esa asunción de todo, de la fragilidad y la nitidez memoria, del dolor, de la despedida (o esa imposibilidad de despegarse de todo) es algo de lo que todos deberíamos aprender.

    Nos vemos esta tarde. Muxu aundi bat!

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  8. Lobo: estoy de acuerdo contigo. Gran reflexión la que hace Libe.

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  9. Begon(-) querida ...has sabido tejer bellamente, con palillos firmes y la lana de las palabras,
    el dolor de una hija que ha perdido a su amada Mama ...que siempre estara presente en ti y en tus hermanas en su eterna ausencia !!!

    Love !!!
    Nieves, tu ex-vieja de Filosofia dariana.
    Canada, Ottawa, 4 de Noviembre de 2010.

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  10. Hola buenas, un post enorme, me ha gustado mucho, nose que decir, que profundo... Me gusta mucho tu blog!!

    Yo he creado recientemente un blog, se llama “Tarot de Paula” y en ella trato temas acerca de tarot, numerología, astrología, runas, etc.. Me encantaría que lo visitarais y me dieras vuestra opinión por favor!!

    Saludos!!

    http://78cartas.com/

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  11. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  12. Me lo comunicaron en una aula, un pasillo o ¿en el patio? No estoy segura.
    Sé, que te vi a la salida y dudé en acercarme, ¿será oportuno?, ¿estará cansada de agradecer condolencias, cuando puede que sea uno de los momentos más lejanos a la gratitud? ¡Que ironía!, pensaba.

    Aún así, me acerqué a tu firme compostura. ¿Tu respuesta?
    La guardo en una secuencia, que el olor del frío aliento de aquellas abrigadas figuras, conserva intacta.

    Hiciste gala a tu “terrible lucidez”. Pero, aquí y hoy, me redimo contigo, de esa perenne impotencia, compañera de estas realidades.

    Besarkada hau, bihotzez.

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  13. En ese azaroso ir y venir por entre tus cosas, en todo semejante al del que atraviesa los pasillos abarrotados de un bazar de cosas antiguas con alma y bordón, me he encontrado con este escrito lanceador y al que me siento tan -tan- cercano. Cuántas veces a querido utilizar la literatura para redibujar el perfil de mi padre, que para mí fue una figura capital, me ha sido imposible. El dibujo va borrándose en la pizarra, tanto más cuanto más intensa sea la voluntad de recordar. Cuanto más lo intento, más lo mato. En eso llevas toda la razón. Pero es tan intensa tu escritura, es tan restallante lo que lleva en su cesta de mimbre tu escritura, el exilio, la muerte, la niñez, el amor encontrado, que me deja un poco sin respiración. Pero tocando el alma.

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  14. Hermoso, doloroso, agridulce...pero absolutamente conmovedor. También el comentario de tu hija.
    La muerte se lleva todo...menos el recuerdo de aquellos que hemos querido y queremos hasta que la guadaña de la Parca sesgue nuestra propia existencia...y quizás ni ahí acabe el amor por lo que fué nuestro.

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  15. Siempre recordaré a la tia Edurne, en Llolleo, junto a sus padres, joven hermosa, protectora de su débil sobrina y acogiendo a toda la familia en las grandes casas que habitó en esa ciudad. Los olores de los jardines y de las huertas y suus manos, cortando flores, cosiendo un lindo vestido para la sobrina "pobre" que siempre fu yo. Sus cuadros, (conservo uno en la pared de mi casa, y lo miro todos los dias y la veo a ella pintando en Llolleo, (nuestos recuerdos hermosos están allí),sus manos pintando, cosiendo, cosiendo un precioso vestido de florecitas verdes, para que yo fuera vestida igual de elegante y veraniega que sus sobrinas "ricas", cuanto me quiso, esa es la tia Edurne que recuerdo, por encima de los recuerdos que intento borrar. Te acompaño en tu pérdida, tan cercana en el tiempo, a la de mi propia amatxu.
    Lo siento aunque haya pasado el tiempo, siempre se tiene ese vacio.
    Escribes muy bien Begoña,yo tengo mucho escrito sobre nuestra interesante familia,toda, pero no me atrevo a publicar.
    un saludo.
    tu prima Itziar.

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  16. Qué belleza de relato y que triste también. Tuve que contenerme para no llorar. Suena tan linda la palabra amatxu. Gracias Begoña.

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  17. ¿Verdad que sí? Amatxu, significa ¨mamita¨Jamás la llamé de otra manera.

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