Para Amaia
Al doblar hacia la casa, vio flamear la hierba alta doblada por la brisa y, como siempre, sintió un súbito anticipo de dulzura que la llevó en volandas a las tardes de verano de aquellos días en que el máximo placer que podía concebir, era el rodar loma abajo entre risas... Era un mediodía perfecto… luz de agosto ya tardío, cierto conato de sombra en las zonas altas, hojas susurrantes a su paso y muy cerca, la pizarra del techo musgoso del lavadero… bajo la piedra el agua temblaría un poco en la oscuridad batiendo contra las lajas y aún sin verla, sintió un delicioso ramalazo de frescura, al pasar.
Cuando llegó, encontró que habían dispuesto la mesa cara al monte, al roble y las ovejas. El vino negro tenía un tenue deje de barrica vieja y los tomates abiertos, la consistencia perfecta... Luego de comer, el grupo se había disuelto. Ellas subieron entonces, para preparar las habitaciones de la noche y volvió a emocionarla brevemente la caligrafía infantil de su hermana en cada una de las puertas. Zuberoa ponía y…la cinta del zapato de la zeta se había desatado y…Lapurdi… y el punto redondito y trotón de la i le hacía cosquillas a su vecina a la altura de la nariz… Deseó acariciar esas letras que la llevaban muy cerca de ese mundo al que se entra por puertas insospechadas, ese mundo en el que podía tenderse y cerrar los ojos confiada, sin deseo de moverse ni ensoñar, porque por un insólito momento, sueño y realidad se habían convertido en una sola y magnífica secuencia… dejó pues, que esa zeta se le enroscara suavemente en el corazón y la voz le sonó alegre cuando respondió a la voz de la que la llamaba.
La casa respiraba con más facilidad cuando bajaron y salieron nuevamente hacia la tarde cada una con su libro. Se sentaron a la mesa ya sin mantel. Ella leía una gruesa novela que la absorbía y la hacía adoptar poses incómodas. Era dulce verle el disfrute en gestos inconscientes que recordaban los juegos de su absurda caligrafía:
-¿Terminara alguna vez de decir lo que tiene que decir?- la oyó pensar un poco exasperada en algún momento y luego, mientras danzaba un moscardón, ella le hizo un envite con su abanico:
-¡Qué pena que se termine! ¡Qué poco me falta! agregó con un falso gesto desolado… y un poco después, súbitamente animosa, posponiendo el deleite de las últimas hojas arrugadas…-¿Quieres tomar té?… ¿un café? ¿Qué quieres, mi amor?... con esa modulación inexpresable, tan absolutamente suya… Y para entonces, las ovejas comenzaban a bajar hacia el camino y no supo en qué se había pasado el tiempo de tan suave.
Llegaron tintineando unas tazas azules y una mermelada casi negra que se derramaba untuosa sobre las gruesas mitades de pan. Cuando chorreó sobre el mantel, ella se rió y lamió con avidez el nuevo e inminente desastre.
Amaba su desorden, esa huella de presurosa ternura que denunciaba su presencia entre sus cosas y que ayudaba a respirar ¡tan bien! en su cercanía.
Más tarde le ofreció rosas. Rosas espinosas y un poco salvajes,que cortó con unas enormes tijeras de cocina y envolvió cuidadosamente en papel plata, pinchándose los dedos.
La tarde y la vida eran hermosas aquel agosto y no traicionaban las viejas emociones. Captó la fuerza del hilo que unía a sus almas siempre bien tirante allá en lo oscuro y, cuando el aire se aquietó y adelgazó como una hebra, cogió las rosas y, lista para irse, dio un tironcito a ese cometa invisible que a ella le gustaba tanto ver lucir en ese cielo, del que solamente ellas tenían noticia, para que, su hermana, supiera que seguía siempre allí y se movía con la gracia, con la libertad juguetona y gratuita de siempre...
Uhartea, la casa a que voy de visita
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ResponderEliminarA mí, sí me traicionó la nostalgia, Begoña! Este bellísimo relato de tu "visita", que para mí no es tal, pues tú ya estabas... y no te marchas... porque te quedas. Captura a la perfección, "el mundo" y "la esencia" de esa maravillosa niña-mujer... Amaya ¡tu hermana, y mi amiga del alma!
ResponderEliminarTita
Tus palabras, hijas de Mistral y Cernuda, me transmiten imágenes reales de un mundo imaginario. Leyéndolas, saboreándolas, ávido de encontrar los regalos allí depositados por tu pluma, noto tu presencia oculta entre las sutiles fragancias de tu tinta, cercana pero inaccesible y atenta a mi cara de lector aturdido esperando que agradecido, busque tu anónima mirada para decirte atrevido, gracias por escribirme. Me alegra el saber que lo encontraste.
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