Antes de conocer Roma yo ya la conocía a mi manera. Había leído La Historia de Elsa Morante, alguna biografía truculenta sobre Cesar Borgia y por supuesto, había disfrutado en diversos textos escolares de la Dafne y Apolo de Bernini, de la Santa Teresa en éxtasis y de la consabida Pieta de Miguel Angel. Algo imaginaba también yo por mi cuenta dejándome llevar por la untuosidad de la palabra porque es indudable que Roma era a mi oído algo así como un adaggio indeciblemente largoooo, y a mi boca como uno de aquellos “ambrositos” de mi infancia: dulce, dulce pero sin saturar. Roma, igualmente que el caramelo, podía saborearse largo rato y guardarse después bien envuelta y escondida para luego…
Poco antes del primer viaje, en una tarde en la que había seguramente merodeado largo rato entre mis libros, topé con las instrucciones de Julio Cortázar para matar hormigas en Roma y, como siempre me sucede con él, inevitablemente me metí en su juego. Yo también fui con el propósito de matar a esas enemigas que amenazan el corazón de las fuentes. Leí con deleite su imagen de la loba, lo disfruté saltando de noche en el Pincio (pero eso fue más tarde, cuando yo también lo hice en su nombre ¡he hecho tantas cosas en nombre de Cortázar!….) lo que quiero decir es que en ese momento, olvidando el resto, me apropié de dos de sus consignas: buscar lo que nutre la vida secreta de la ciudad y sobre todo no contárselo a nadie (la segunda consigna la he trasgredido a menudo, todo hay que decirlo).
La primera vez que vi Roma fue en plena canícula. Entramos a eso de las dos de la tarde en nuestro SEAT incautamente por la vía Nomentana y ahí mismo se nos hizo presente la delicia y la trampa: los altos pinos curvos luciendo en medio del asfalto y casi en las escaleras de las villas y el “senso unico” inquietante, reiterativo que nos metió en un tío vivo de calles que se reían de nosotros casi con pañuelo de malandras y todo ¡las malditas calles tangueras.!...
Esa primera vez fue la Piazza Spagna cerca de donde quedaba nuestro alojamiento, en la vía Sixtina, creo recordar. Subíamos y bajábamos continuamente las escaleras de La Trinitta di Monti y cada vez yo leía la placa que recordaba a Keats y su muerte en ese mismo lugar y cada vez me impresionaba de distinta manera. Me acongojaba sobre todo al atardecer cuando doblábamos cansados y hambrientos con nuestro chianti y nuestro gorgonzola y los panini y sobre todo con los cientos de imágenes que se nos superponían en la mirada. Ya entonces me encantó lo extravertido de Roma: me enteré así de los múltiples ciudadanos ilustres que habían caído en la época del fascismo. Cada uno tenía su nombre en su pared: sucio y corroído pero legible. Yo los leía para olvidarlos al instante. Sólo recuerdo el del tenor Ugo, el de la ópera de Roma, el que fue arrestado mientras cantaba el aria de Calaf en Turandot y después de ser torturado, desapareció en las fosas Ardeatinas…
Era verano y Roma no tenía aceras. Los turistas reverberaban y asediaban todas las fuentes. En la de Trevi, en medio de japoneses anacrónicos y legionarios romanos de pacotilla, yo veía a Anita Ekberg avanzando con su cola de gasa sobre el agua. No me gustaba pero no había más: ó eso o los japoneses…
Esa primera vez caminamos mucho junto al Tíber. De mañana y con fresco. Me parece que fue en alguno de esos paseos donde cada uno encontró el “hilo que lleva al corazón de las fuentes” pero no nos lo dijimos, claro, hubiera sido algo así como una torpeza insufrible el desvelarlo… Sin embargo, creo que fue común el deleite frente a la preciosa romana con su ramo multicolor que aquel domingo contestó a tu pregunta de manera deliciosa ¿cossa? en el autobús que nos devolvía al Trastevere. Aquel año, para mi mala conciencia me emocioné frente al baldaquino que en el Vaticano protegía la silla de Pedro. Algo en mí se inclinó reverente mientras todo mi consciente izquierdista e iconoclastra quedaba perplejo. Me lo he callado hasta ahora: es de esas trasgresiones emocionales que una oculta como pequeñas vergüenzas
Recuerdo la Roma del cansancio y de las bibite gelati, la Roma de las manos tomadas y la del “Greco”, una tarde en vía Condotti, un lugar del que yo no tenía referencia pero que sin duda debía ser famosísimo por la avalancha de extranjeros que lo asediaban. No he guardado más memoria que la de la fotografía de Alberto Moravia que presidía mi rincón y junto a él, eso sí fue un gozo, Elsa Morante.
La segunda Roma fue la de Trastevere, donde compré un camisón de lino puro para mi princesa, una camisa que mucho tiempo antes se puso una muchacha de belleza clara como la de ella. En aquel mercadillo descubrimos la pobreza de Roma: los zapatos raídos y bien lustrados llenos de papel de periódico prensado, los restos penosos de ajuares mínimos, esas bellezas de encajes viejos y de sábanas con aureolas de moho. Descubrimos también Santa María y yo le mentí a mi memoria viendo y recordando lo que más tarde descubrí que no existía: la perfecta imagen del andrógino de Dios: Jesús y María juntos, entronizados en paridad perfecta en el ábside del altar.
Esta segunda Roma fue la de las Basílicas. La de san Juan in Latterano y sus bellos apóstoles de mármol puro, Santa María la Maggiore con esa reminiscencia de la Ravena imperial en su cúpula dorada y púrpura. Fue también esa vez la que descubrimos la oscura hermosura del Pincio y sus estatuas. La mirada hacia Roma desde la terraza de los jardines y la majestuosa bajada hacia la Piazza del Poppolo fue como descender lenta y majestuosamente hacia las delicias de una fiesta largamente soñada…
Hormigas...? ...y donde estan los miles de gatos que cuidan a Roma...en los Foros Imperial y Romano...en las plazas...en el Palatino ( una tarde de sol y descanso acompañados por ellos)?
ResponderEliminarLa vida no es solo lo tangible y concreto...que parte de la tuya..." bailaba (saltaba no me gusta)una noche (de luna?)...en el Pincio...?
El lobo
De acuerdo, de acuerdo...yo también disfruté de los aristocráticos gatos del Palatino...Es sólo que Cortázar se metió en el cuento y ,él hablaba de hormigas "secretas" (no se ven) y...¡perdona! Cortázar hablaba de "saltar" en el Pincio...La parte mía que bailaba( a mí también me gusta más bailar) en el Pincio con luna llena es indudablemente ...¡la más romántica!
ResponderEliminarEs una delicia leerte. José Ramón
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